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No es nueva la literatura de anticipación. En «Micromegas». de Voltaire, existe ya una preciosa muestra. Asistimos en «Micromegas» al diálogo de un saturniano con un habitante de un planeta de Sirio. Este tiene una estatura de ocho leguas, cosa natural dada la escala de Sirio, y también su edad es macroscópica. «Aún no tenía doscientos cincuenta años —escribe Voltaire— y ya estudiaba en el colegio de jesuitas de su planeta...» En cuanto al saturniano, dispone de setenta y dos sentidos. ¿No asusta pensar el número y la intensidad de pasiones que sería capaz de soportar un ser con setenta y dos sentidos? Sin embargo, el saturniano no está contento, se considera todavía limitado; dice: «No he visto a nadie que no tenga más deseos que necesidades y más necesidades que medios para satisfacerlas.»
Estamos muy lejos de saber las estructuras de una posible «sociedad» en Saturno. Pero supongamos que aquí, en la Tierra, una de las mutaciones de que hablan los biólogos concediera al hombre un sentido más —uno tan sólo— que agregar a los cinco consuetudinarios. La flora de los deseos y la fauna de los instintos, elevada y extendida más allá y por encima de nuestras actuales exigencias, al ensanchar prodigiosamente las impaciencias acarrearía una demanda atroz. De manda de productos flamantes para la nueva sed y la nueva hambre. Y entonces el «homo faber» incrementaría hasta el limite sus actividades para saciar los apetitos que la aparición del sexto sentido traería anejos. ¡Qué salto de gigante, entonces, el de la Ciencia o el de la Técnica! Pero, ¿se viviría mejor? ¿No seguiría subsistiendo la desproporción? Cuando se han multiplicado por dos nuestros instrumentos, ya se han multiplicado por cuatro nuestras urgencias, y por ocho nuestros deseos. Tal era la apreciación de Micromegas.
Y esta ha sido, por lo menos hasta ahora, la mecánica y la matemática del progreso. Si bien cabe pensar que, hastiado el hombre de producir a la vista de sus propias reclamaciones incesantes, pueda abocar un día a la sabiduría de cercenar necesidades o. más bien, a la de discernir entre necesidades auténticas e inauténticas... El ente saturniano del cuento de Voltaire resulta un ser en el que es lógico imaginar superabundancias vitales fabulosas. En cambio, desde el punto de visto terrícola, ¿acaso no ha llegado el momento en que son los productos quienes provocan el consumo y los medios quienes inventan los fines? En buena parte, la critica de la sociedad industrial —recordando la ascética cristiana a veces, y antes la moral estoica— se basa en la suposición de que la necesidad (?) de vender un automóvil precede al deseo de comprar un automóvil...
En un relato de ciencia ficción —moderno éste— titulado «La vuelta al hogar», cuenta Zimmer Bradley el asombro de unos viajeros del espacio que llegan a la Tierra. Se pasman los recién llegados al comprobar que los hombres con quienes se tos van a entender a su vuelta de otras galaxias, decidieron podar muchas ramas superfinas de la civilización, contentándose con una cultura semipatriarcal. En el lapso de los quinientos años han desaparecido, o quedaron abandonadas, las grandes ciudades. Y en cada pequeña ciudad hay un par de coches «para casos necesarios». Eso sí; los terrícolas de Zimmer Bradley siguen teniendo nada más cinco sentidos. Y no reclaman más. Por eso son felices Los terrícolas de Zimmer Bradley vuelven a Sócrates. Sospechan que están haciendo honor al «homo sapiens» a costa del ya, para ellos, un poco relegado «homo faber».
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