|
La cultura es una paciencia activa. Primero se entera uno de muchas cosas, primero se aprende, y luego, pasado algún tiempo, empieza uno a comprender algo, no demasiado. Pero hay la confusión de creer que todo lo que se conoce se entiende. ¿Quién ha penetrado la intimidad de los hechos reales? Los sentidos nos encaran con un mundo inmediato, palpitante. No nos basta; queremos ver su trabazón lógica, queremos explicárnoslo. Entonces viene la ciencia y los vivisecciona, lo destripa. Ya conocemos sus leyes. Más generosamente ambiciosos, los filósofos —sabios de última instancia— además de saber quieren entender. Y eso es mucho más difícil. Los filósofos necesitan infinita paciencia.
¿Se puede decir que ahora disponen las mentes de paciencia filosófica? Es decir, ¿prevalece entre los hombres el talante adecuado para la síntesis orgánica que una "concepción del mundo" exige? Keiserling dio el grito de alarma ante nuestra civilización analítica, "la civilización del chófer", que él expresivamente denunciaba. Innumerables semejantes nuestros, sin cumplir otro trámite que el de la mera información —conocimientos experimentales, datos, fórmulas, estadísticas y gráficos—, saben hoy cuánto hay que conocer. Estamos en la era (?) técnica y científica. El peligro radica en que la afluencia de saberes próximos obnubila con frecuencia los caminos que conducen a lo trascendente. En otros tiempos se ha sabido mucho menos, pero quizá se ha entendido mejor al mundo. No me arrepiento de lo dicho. No tacho lo que acabo de escribir. Al menos, en otros tiempos, la conciencia de lo que se ignoraba mantuvo intacto el respeto al misterio, clave al fin de las primeras y últimas verdades. Respeto que implica una clara actitud filosófica. La veneración hacia lo que no se entiende, ¿no es cosa distinta y opuesta al gesto de despreciar lo que se ignora? Actualmente nos acomete la embriaguez de pensar que no existe lo que no es reducible a número. ¿Y acaso un borracho se considera incapaz para nada? Pero el borracho no es propiamente audaz; nada más se lo dice a sí mismo hasta creérselo. De la misma manera, la cultura de estricta información se ufana de entender cuando, a menudo, sólo está atiborrada de datos. Pero la buena circulación de las ideas —que eso probablemente es la cultura— exige una selección y, por tanto, una eliminación. No sé si, a veces, un exceso de conocimientos indiscriminados es tan perjudicial como un exceso de urea. De otra parte, cualquier fanatismo supone una embolia para el espíritu...
Precisamente, además, el hecho de advertirse impotentes, no dotados para la entera comprensión racional de lo que —valga la paradoja— si se renuncia a conocer se entiende mejor, preservaba a los hombres de otras épocas de no pocas errores irrisorios. No les sucedía lo que a los invidentes con el elefante. Chesterton ha contado en sus libros más de una vez el cuentecillo: varios ciegos intentan su versión del elefante; uno de ellos palpa la trompa y dice que se trata de una serpiente, otro la pata y afirma que es un árbol, otro alcanza su costado y piensa que el proboscídeo es un muro...
Cansa un poco oír repetir lo del mundo de nueva planta que dicen se está fraguando. Así es que a uno le dan miedo esas "revoluciones culturales" que preferirían empezar la partida arrancando del cero, coma, cero, cero. Porque un triunfalismo científico parece aliarse en ellas con un deseo de ruptura espiritual. Allegan numerario, pero de todas las monedas quisieran borrar la efigie. Ebrios de velocidad y de fórmulas, ignoran que la cultura es algo que no se improvisa. Y las exultantes "botas nuevas de la civilización", que decía Ortega y Gasset, empiezan a mancharse de sangre. Pero, ¿no es el pensamiento, facultad que fluye mansamente en un valle de serenidad? He ahí una bella fachada renacentista. La está acariciando el sol melancólico de ocaso. Fue labrada —regalada, piedra de los frisos, de los capiteles, de los blasones— hace cuatro siglos por unos hombres que decidieron "seguir", que no eligieron "empezar". No "sabían" lo que nosotros; pero algo, algo, sí que "entendían". En cambio, nosotros hemos tocado la pata del elefante y...
|