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No siempre hubo solución de continuidad entre arte y artesanía. Alguna vez los límites fueron inciertos. En cualquier caso, la artesanía constituía la mejor propedéutica del arte. Hasta el Renacimiento inclusive era frecuente que un "maestro de cantería", sin más —citemos como ejemplo a Andrés de Vandelvira—, llevase a cabo la ejecución de espléndidas obras arquitectónicas. De generación en generación se transmitían los oficios, como en juro de heredad, y no era raro el resultado de la aparición en la familia del genuino artista promocionado a la inmortalidad. Ahí está el caso De la Robbia... ¿Qué sucedió después para que se delimitasen los campos? Quizá la intelectualización de racionalista inyectó énfasis desmesurado al artista, que pronto llega a supervalorizar su función de tal forma que se considera como ser aparte y, en cierto modo, sacro. Hoy hay síntomas manifiestos de que el arte —si se le personifica en algunos de sus egregios representantes— no sólo reniega de un pasado de "utilidad", sino que, desdeñosamente desligado, fabrica sus alcázares para delectación propia en total ostracismo deshumanizante. Malraux ha escrito del arte como "contradestino". Como el mundo real es bien poca cosa y su absurdidad salta a la vista, —viene a decir el autor" de "Las voix du silence"—, el arte hace las .veces de redentor. Y hay que radicar en él una nueva sacralización —"sacralización sin sagrado", aclara Malraux—, que constituye al artista en auténtico "rival de la Creación".
Si no "rivales de la creación", existen verdaderamente hombres de genio en la nómina del arte contemporáneo. Pero ideas como la expuesta del escritor francés no pueden por menos de aumentar hasta el infinito la lista de opositores a la plaza que la "muerte de Dios" ha dejado vacante... Hasta el punto de que para cubrirla se estiman, en ocasiones, méritos suficientes las melenas de un cantante, la muleta de un torero o la bota de un futbolista. De todas formas—vamos a no caricaturizar la cuestión—, la teoría del "arte específico" malrauxiana reclama para el artista la herencia sagrada. Por lo pronto, sin traba ni ancla, el estetismo integral se declara autárquico. ¿Por qué va el artista a pagar su contribución al mundo real como paga el ciudadano sus impuestos? ¿Va el arte a servir a las ideas, a los temas, a los sentimientos comunes? Es lo que hacían, todavía, Miguel Ángel, o Rembrandt, o Velazquez, cuando encarnaban su inspiración en comunión amistosa con el mundo que les rodeaba. Pero, claro está, ni Miguel Ángel, ni Velazquez, ni Rembrandt eran conscientes de su radical excelsitud... Ahora no. Ahora el artista ni paga ni cobra con las cosas. Se desenganchó, se desvinculó; es un contradestino. Y como apenas tiene que explicar su obra, como el arte se justifica por sí mismo, como "es el que es", la sede de Dios deja de estar vacía.
¿Todos los artistas de nuestro tiempo piensan así? No. Afortunadamente no. Pruebas de ello abundan. Para muchos, el arte sigue siendo un supermundo. Pero no un supermundo para la evasión, para la aventura más o menos estelar, sino para la transfiguración o la asunción. Piensan todavía bastantes artistas que el mundo está ahí no como una rémora, sino como un afrodisíaco de la función estética. Creen que es misión del artista fecundar a las cosas, ayuntarse con ellas amorosamente. Sospechan que lo otro, presumir que la obra artística se produzca en enteras autónomas, implica demasiada ambición. Y demasiada frigidez.
Uno aconsejaría a los jóvenes de auténtica vocación artística que, a modo de saludable ejercicio previo de humildad, comenzasen su carrera con la práctica de un acercamiento agradecido... Al acercamiento a la artesanía me refiero. Regresar a las fuentes produce siempre una fortaleza. Por esos pueblos de Dios van quedando ya pocos artesanos, paro todavía algunos hay. Este que modela sabiamente el barro tiene una seguridad en el oficio y una convicción en la mente: la arcilla es para el vaso, y el vaso para el hombre, y el hombre para Dios. Acierta aún a jerarquizar los valores y, en su cerebro, los conceptos permanecen. ¿Hay una filosofía empeñada en desmedular las ideas de los hombres? ¿El arte es un contradestino? Bien; este artesano nos está dando su contra-lección.
—¿Usted cree en el arte autónomo?
Se ha puesto jubilosamente a reír el alfarero. Sin entenderla del todo se ha dado cuenta de lo pedante de la pregunta.
—Yo estoy aquí —ha respondido— para servir.
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