Revista Vbeda Revista Ibiut Revista Gavellar Diario La Provincia Semanario Vida Nueva Revista Don Lope de Sosa
Nuestra web sólo almacenará en su ordenador una cookie.<br>
Cookies de terceros.Por el momento, al utilizar el servicio Analytics,  Google, puede almacenar cookies que serán 
procesadas  en los términos fijados en la Web Google.com. En breve intentaremos evitar esta situación.
Revista Códice Redonda de Miradores Artículos Peal de Becerro. Revista anual Fototeca Aviso
y más: En voz alta Club de Lectura Saudar.es Con otra voz En torno a la palabra

Úbeda

Guía histórico artística de Úbeda. En las mejores librerías. Pulse para conocer las fuentes que nos avalan


Quizás la mejor Guía de Úbeda.

 
    

ERROR Y FALSIFICACIÓN

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 27 de marzo de 1966

Volver

        

No puede negarse que antes —hace diez siglos у hace medio siglo— había más errores. Cualquier sabio de "antes" daba una vez en el clavo y cien en la herradura. Basta leer un texto filosófico o científico de la antigüedad, de los reputados como famosos. Hoy, un estudiante de segundo de bachillerato, si va para pedantuelo у tal, ¿no suede reírse ya, compasivamente, de la hipótesis cos­mogónica que formula –por ejemplo— San Isidoro en sus «Etimologías»? Y, por supuesto, quienes ingresan en una Escuela Especil saben una cantidad de matemáticas que para sí quisiera el fundador, es decir, el mismísimo Pitrágoras. No; no hay que irse ni siquiera a la Escuela de Peri­tos... Un chiquillo de cinco años, en 1a escuela de párvulos, conoce lo que no sabían los siete sabios de Grecia: que la Tierra da vueltas alrededor del Sol.

Así es que en cuento a enterados llevamos mucho adelantado. En la ciencia y en la vida. Para qué aludir a los errores políticos, a los errores sociológicos, a los errores morales de antaño. Nuestro siglo les ha pasado por encima una esponja aséptica. Todo el mundo nace sabiendo democracia y enunciando los "derechos del hombre". En cuanto a la técnica, si se considera que Arquímedes, el pobre, murió sin sospechar lo que es el motor de explosión y que actualmente de cada cien hombre veinte saben conducir —mejor o peor— un automóvil, , ¡calcúlese! Calcúlese nuestra superioridad respecto a todas y cada una de las centurias que ha apisonado el progreso.

Es que ya no nos deja errar el reloj —hay que se puntual—. ni el kilogramo —hay que dar e1 peso justo— . ni el voltímetro, ni el termómetro, ni el microscopio, ni la estadística, ni el cuentakilómetros. Uno a uno se fueron inventando aparatos y arbitrios para que no nos equivoquemos. Somos esclavos de la precisión. ¿Cómo va a ser el hombre –como quería Pitágoras— la medida de todas las cosas? Al contrario. Todas las cosas miden al hombre, corrigen sus apreciaciones, enmiendan sus criterios, tachan sus opiniones. Está prohibido, rigurosamente prohibido, el error.

—¿Y entonces?

—Entonces viene la revancha de las falsificaciones.

Es obvio, No nos queda teó­ricamente a los hombres de hoy ningún margen apenas para desbarrar de buena fe. Y si no podemos equivocarnos al hacer una suma porque están las máquinas calculadoras, tampoco nos es dado defendernos alegando ignorancia de la cuestión, sea ésta cual fuere, porque el libro, los medios informativos, la*s constituciones escritas, las disposiciones oficiales, las señalizaciones y divulgaciones de toda índole nos cercan por doquier. Esto, en el fondo, perjudica muchos intereses; argüir ignorancia constituyó siempre un recurso rentable para ciertas personas. ¿No habrá quien eche de menos el "privilegio" de la inopia? (Vaya, que hubo un filó­sofo quee dijo lo de que "quien añade ciencia añade dolor..,") Además, a algunos hombres les agradaba en su fuero interno incurrir en error por darse la satisfacción de rectificar después. Pues bien, todo eso se acaba. Y como el mundo se ha puesto de esta forma, como no está permitido el yerro porque las máquinas, los códigos y las enciclopedias se alían para im­pedirlo, pues los inconformistas, los rebeldes que nunca faltan, han alzado, en sustitución del derrocado error, la mixtificación triunfante.

(—No hay manera de equivocarse, señores. El error está proscrito, en el exilio.

—Sí, claro que sí. Pero hay una manera de engañarnos. El "maquis" disfrazado se filtra a través de las fronteras y no sé ti también, como el Comendador, a través de las paredes. La falsificación es la venganza del error exilado. Porque nun­ca ha existido más gente que viva a costa de la mentira sabiamente cocinada: jamás el sofisma ha enrolado a tantos adeptos...)

Quizás en esto hemos salido perdiendo. El error podía ser honrado. La falsificación, la mentira, no. La mentira es mucho más sutil. se aprovecha de la verdad, mientras el error medraba a costa, nada más, de la ignorancia. Desaparecida la ignorancia, la "máscara" bailotea en carnaval perenne con cada una de las verdades sin que nadie la detenga. Cada virtud hace pareja, sin ella sa­berlo, con su falsificación co­rrespondiente. ¿Quién va a localizar la fábrica de moneda falsa? Artística, minuciosa, puntualmente, el troquel lanza sus productos. «Se expenden muchachas bonitas, poemas, cuadros abstractos, angustias vitales y filosofías filantró­picas. ¿Eh? ¡Oiga! ¡Todo a buen precio!)

— ¡Albricias! Nuestro mun­do está eliminando el error.

— ¡Cuidado! El error, al fin y al cabo, era un accidente. Pero la mentira tiene aparien­cias de sustancia. Aristóteles, y Arquímedes y Santo Tomas, eran sabios aunque se equivocaban. Lo peor es que cual­quier mangante, armado de termómetro, voltímetro, reloj, kilogramo y "derechos del hombre", intente pasar por Arquímedes o por Santo Tomás. Con mentira y... sin error.