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AUTENTICIDAD Y POSTURA

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 1 de febrero de 1966

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NINGUNA apología de la Juventud puede resaltar nueva. El músculo fuerte y la mente ágil dan al hombre una admirable capacidad para el movimiento difícil. Por eso todos los jóvenes prueban alguna vez a sostenerse so­bre las manos —en alto los pies— y, asi­mismo en el orden de las ideas, a cambiar la base de sustentación. No es aventurado establecer una semejanza entre la posi­ción transitoriamente rebelde del alma ju­venil y la pirámide invertida.

Pero se trata de una postura, no de un estado. Y nunca de un ser. La Juventud no es una sustancia, es un accidente. Por eso parece raro que ahora, precisamente ahora, cuando se pretende descuajar el concepto del hombre versatilizando en re­lativismos sus perfiles perennes, se as­pire a elevar a categoría la anécdota de la juventud. Hace alrededor de medio si­glo los pedagogos afirmaban reiterada­mente que el niño no es un homúnculo, y que su diferencia con el adulto es cualita­tiva, además de cuantitativa. Hasta el punto de que toda la psicodidáctica mo­derna se basa en esta apreciación. No obs­tante, ¿cabe sostener el mismo criterio re­ferido al joven con respecto al hombre maduro? La juventud, ¿tiene derecho, perfecto derecho, a la autonomía y a la mayúscula inicial? ¿Es una entidad constituida, no constituyente, con fuero pro­pio que exige un especial tratamiento?

Nietzsche oponía la moral de los seño­res a la de los esclavos. Existe la sospecha de que hoy, más o menos tácitamente, se propugna una moral juvenil cuyos pos­tulados acariciarían la declaración de in­dependencia, hostiles a cualquier centrali­zación, es decir, reacios a la imposición de lo trascendente. En tal caso, la juven­tud pasaría de posición a estado. Sus malabarismos, con estatuto reconocido, no significarían ya una gracia sino una norma. Habría una ley donde hasta ahora sólo ha habido un divertimiento. La pi­rámide invertida, en fin, pretendería que ya no la llamasen pirámide...

Todo el mundo sabe que ésta o la otra excentricidad de la juventud tienen no ya excusa, sino perfecta justificación. Impli­can una especie de gimnasia contra el ado­cenamiento, significan una propedéutica, una preparación: entrenan. Sacar los pies del plato —e inclusive invertir momentá­neamente el orden de arriba abajo: andar con las manos y batir palmas con los pies—, ¿no lleva aneja una destreza ma­ravillosa?

Lo peliagudo empieza cuando la cosa quiere trasladarse del plano eutrapélico al formativo. O cuando las permisiones del juego intentan vertebrarse en articulado del Código. Uno cree que la juventud es algo así como un "regionalismo" dentro del hombre, con su folklore típico, con su "argot", con su "dialecto" y con sus "ro­merías"... Pero, ¿puede la juventud demandar un "nacionalismo" y un "idio­ma"?

—Mire; nosotros queremos la "autenti­cidad".

—Es natural, todos la queremos. La está pidiendo el mundo desde la Prehistoria.
Pero hay que tener paciencia. No hay que ponerse así.

—¿Cómo me pongo yo? —Demasiado indignado con los demás y demasiado contento con usted, al creer que ha sido usted quien la acaba de des­cubrir.

—Entonces...

—Entonces, juegue mientras pueda a invertir la pirámide, pero en los ratos li­bres piense. Piense en el ser de la pi­rámide más que en la postura de la pi­rámide. Quizá así la ruta de la autenti­cidad se le va a presentar más expedita.