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UNA milésima de milímetro de bicromato, vista al microscopio, ofrece ya todo un "paisaje". La ciencia, servida de sus instrumentos, publica sin descanso mundos nuevos, hasta ayer inéditos. Sorprende, no obstante, comprobar cómo la estructura de los sistemas planetarios apenas se diferencia de la del átomo. El mismo plan, casi idéntico "tipo de construcción" en la nebulosa y en la gota de agua... ¿Cuál es el último "ser" de la materia? Los clásicos de la Física y de la Química dieron sus respuestas interinas, pero ahora la mayoría de las contestaciones al "cuestionario" están como en entredicho. La auténtica nueva Era no lo es para el hombre, cuyo comportamiento permanece poco más o menos igual, sino para la Ciencia. Revolución, lo que se dice Revolución, no la ha habido sino en la Física. Ahí están Planck con su teoría de los "quanta", De Broglie con su hipótesis de la mecánica ondulatoria, Einstein con sus conceptos de la relatividad. ¿Se perderán de vista Newton y sus postulados y sus leyes? ¿Le ocurrirá a la Física clásica lo que al Feudalismo y a, la "quaderna vía"? La Ciencia tradicional, se dice, sirve sólo para andar por casa. Y la Geometría euclidiana va a quedar pronto reducida al uso doméstico: sus vuelos son alicortos, como de ave de corral; un observador situado en el punto de vista de Sirio la descalificaría sin compasión.
Sin embargo, la última pregunta de la Ciencia coincide con la primera exactamente. "¿Qué es el ser?" Se proponía la cuestión Parménides seis siglos antes de Cristo. "¿Qué es lo que es?", cavilaban Sócrates, Platón y Aristóteles en el tiempo en que Física y Metafísica eran todavía miembros de un mismo cuerpo. Pero acaecida la segregación, cuando Ciencia y Filosofía arbolaron sus mástiles para navegar por separado, y los periplos de una y otra se sucedieron sin tregua, la pregunta —¿buque fantasma?— siguió inquietando a los "conquistadores". Siempre las respuestas fueron provisionales, transitorias. "¿Qué es el ser?", "¿Qué es lo que es?" Y ¿cuál la razón y la esencia y la motivación del mundo y sus cosas? Materialismos, idealismos, empirismos, criticismos, racionalismos, rivalizan en el empeño de apresar en sus redes o en sus esquemas la cuestión insoslayable. He ahí, de otra parte, al escepticismo, cuya progenia nunca se extinguen —positivismos, pragmatismos y demás familia—, esgrimiendo sus baterías, abriendo fuego, disparando, dando por hundido al buque fantasma. En vano, porque es invulnerable la pregunta que no cesa, que reincide y torna a flotar implacable; que acecha al socaire de este y aquel descubrimiento, apostada detrás de todas las esquinas del progreso.
Quizá en nuestra época se va a verificar el fenómeno de la reintegración de Ciencia y Filosofía. Al menos, ciertos reencuentros se muestran ya patentes. Si la incorporación se consuma, la Ciencia —enriquecida y cargada de botín— podría presentar, sin duda, una "hoja de servicios" más brillante. Porque de Platón a Heidegger no puede la Filosofía gloriarse de avances considerables, y, en cambio, es astronómica la distancia que separa a Aristarco de Samos de Rutherford, o la que aleja a Anaximandro de Schrddinger.
¿Imaginamos un diálogo del encuentro de la Filosofía, mayorazga pobre, y la Ciencia, viajera que regres? Dice la Ciencia:
—Te encuentro, Filosofía, bastante anticuada y desarmada. ¿Cómo es que —por ejemplo— aún no han hallado tus adeptos una solución satisfactoria al problema del Conocimiento? De poco sirvió que Kant os trajese unas "Categorías” de recambio, en sustitución de las ya viejas que legó Aristóteles. Noto que todo sigue aproximadamente en el mismo estado que el día de nuestra separación. Hasta barrunto que la asendereada cuestión de los "universales" continúa sin resolver. Porque los existencialistas de hoy, ¿no son, poco más o menos, los nominalistas de anteayer?
—Reconozco —contesta Filosofía— que no he recorrido gran trecho, aunque nombres espléndidos no me falten. Tú, en cambio, vienes desconocida.
—Hubo suerte. Del Renacimiento acá no puedo quejarme. Todas las atenciones fueron para mí. Uno a uno he descifrado los enigmas. ¿Crees que hay esfinge que se me resista? Fíjate en algunos de mis últimos triunfos: Declaro la guerra y venzo cada día al mundo bacteriano; desencadeno la furia dormida de los átomos; invento cerebros nuevos para alivio del fatigado numen de los hombres; descubro, para envidia de los poetas, la auténtica ruta de la Luna...; desvelo el maravilloso paisaje que entraña una micra de bicromato.
—Sin embargo, dime, ¿has encontrado, con la ayuda de tus reactores, de tu microscopio, de tu espectroscopio, la respuesta a aquella pregunta de Parménides que ya inquietaba en los días de nuestro consorcio? ¿Sabes ya qué es el mundo? ¿Te has informado, al fin, de "qué es lo que es"? ¿Conoces el último fondo?
—Confieso en esto mi ignorancia. Pero tú...
—Yo, posiblemente más obligada, tampoco pude averiguar nada. Como tú, tropiezo perennemente con la muralla infranqueable.
—Te refieres al valladar del Misterio. Dice Einstein que...
—Escribe Jaspers que...
—Habrá que convenir en que el mundo es como un cuerpo, y el Misterio como un alma.
—Quieres decir, entonces, que hay una Razón trascendente para descanso de la pregunta primera. Vienes a devolverme a Dios.
—Dios, ¡qué difícil! Pero con Él, todo, ¡qué fácil! Inabordable Dios, más allá siempre. Más allá de las estrellas, más allá del átomo.
—Es dramático. Ciencia y Filosofía no terminamos de aceptarlo ni de rechazarlo. Invariablemente, situamos al Invisible más allá. Pero ¿no sospechaste nunca que puede existir para el hombre una manera, un estilo distinto de buscarle y... encontrarle? Uno de los míos —un filósofo, digo—, San Agustín, afirmaba que El precisamente habita más acá: "Noli foras ire…”.
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