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LA MULA Y EL CARRO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 15 de diciembre de 1964

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TODAVÍA gimen por esos caminos de Dios las ruedas de los carros. Pero la carretera ya no es del carro. En la pista asfaltada se advierte en seguida su torpeza antigua, su perplejidad. ¿Y las mulas? "Azorín" tiene una página sugerente, llena de expresividad, acerca de las mulas. Son —dice— "algo consustancial de España". "Allá, allá en la lejanía, sobre el cielo radiante, se columbra la silueta de una reata de mulas que arrastran len­tamente, dado tumbos y retumbos, un grueso carro." "No concebimos el paisaje de España sin mulas", añade después.

¡Eh, automovilista!, ¿qué opina de las mulas?, ¿qué piensa usted de las mulas y del carro? Estamos en la Mancha. La recta de la carretera se pierde en lonta­nanza. Placer de la velocidad. Es lenta la Naturaleza, lento el paisaje, lentas las viñas. Y la carretera impávida, incoerci­ble, representa una invitación al vértigo. De pronto, "allá en la lejanía, sobre el cielo radiante, se columbra la silueta de una reata de mulas que arrastran, dando tumbos y retumbos, un grueso carro". ¿Carros a estas alturas? ¿Mulas con co­lleras? ¿Caminantes? Frena suavemente el automovilista, amaina unos instantes la velocidad. Y durante un momento, en la carretera se cruzan dos mundos: el del motor y el del carro. Uno va de retirada, diríase que de arribada forzosa. Otro avan­za irresistible venciendo al viento con su viento.

Recientemente, Ramón Ferreiro ha can­tado al camión en versos de sabor pindárico:

Tu fatiga es la gran palabra del futuro anhelado,
tu brío el que recorta al transporte sus uñas salvajes,
tus hombros los que llevan la cruz de lo urgente y maldito,
tus pies los que traen a la ciudad el perfume del campo.

Y es cierto que el camión, "siervo leal", y el automóvil, su hermano distinguido, merecen —bien merecen— el homenaje, el arrebato de la vibrante oda. Pero el pro­greso no es ruptura, sino esforzada conti­nuidad. El camión es porque el carro fue. Hoy existen grandes hoteles gracias a las bulliciosas ventas de ayer, y grandes em­presas porque ayer hubo trajinantes. Aquel mundo en retirada, en arribada forzosa —el que ya se clausura en historia—, ¿no reclama como contrapunto a la dinámica modernidad el canto umbroso, despacioso? Cada epifanía se corresponde —es ley de la vida— con una elegía. Por eso, tras el canto enardecido al camión, cabe al poeta melancolizar a costa del carro:

La tierra tiembla de emoción cuando avanzas, lento y solemne.
A la tierra no le importa el paso veloz de las caravanas de automóviles...

En los hombres mueve a la antipatía el egoísmo, la insolidaridad. Semejante­mente repele de una época su falta de comunión con los siglos que se fueron. Porque el tiempo no "se divide" en pasado, presente y futuro. Espejismo. El tiempo es una línea continua. Y el trazo vigente no es sino efecto del impulso pretérito. En realidad el motor de lo moderno es la historia; los muertos están más ente­rrados que muertos. No hay autonomía posible para lo actual; la herencia histó­rica no es menos decisiva que la herencia biológica, ¿Por qué ironizar con aire de suficiencia ante el gesto enfático del abue­lo retratado al óleo en la sala de recibir? Y, ¿por qué la sonrisa de desdén, no exen­ta de pedantería, para los versos de don José Zorrilla o de don Ramón de Campoamor? Los futbolistas de 1910 con pan­talón hasta las rodillas, el landó del dipu­tado liberal del distrito, las cartas de amor decimonónico que guardaba amorosamen­te en un cofre la viejecita por quien do­blan las campanas..., ¡cuánta lejanía!

Pero no hubiéramos llegado al "twist", amigo mío, sin el rigodón primero y sin el tango después. Ni las victorias interna­cionales del Real Madrid serían posibles si cincuenta años antes once señores con bigote no hubiesen constituido el Real Unión de Irún. Ni la épica nuclear y elec­trónica pasaría de ser ciencia soñada sin el precedente del siglo "del vapor, y del buen tono". Existiría el presente sin no­sotros, pero no existiría si no hubiesen nacido nuestros abuelos.

Alto en el camino. Se ha parado el carro junto al pueblo. Descansa la paciente mula. Muy cerca alzan su anhelo las torres y los palacios, testigos del pasado. Prodi­giosa estampa... histórica. Pero la estam­pa histórica es premisa responsable del cuadro futurista. Y si no nos solidariza­mos, también, con la estampa histórica, ¿no volveremos a la Prehistoria?