Revista Vbeda Revista Ibiut Revista Gavellar Diario La Provincia Semanario Vida Nueva Revista Don Lope de Sosa
Nuestra web sólo almacenará en su ordenador una cookie.<br>
Cookies de terceros.Por el momento, al utilizar el servicio Analytics,  Google, puede almacenar cookies que serán 
procesadas  en los términos fijados en la Web Google.com. En breve intentaremos evitar esta situación.
Revista Códice Redonda de Miradores Artículos Peal de Becerro. Revista anual Fototeca Aviso
y más: En voz alta Club de Lectura Saudar.es Con otra voz En torno a la palabra

Úbeda

Guía histórico artística de Úbeda. En las mejores librerías. Pulse para conocer las fuentes que nos avalan


Quizás la mejor Guía de Úbeda.

 
    

GRANDE Y PEQUEÑA ACTUALIDAD

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 21 de mayo de 1967

Volver

        

La estadística es instrumento relativamente moderno, pero parece que la población española se mantuvo, con escasas vacilaciones, prácticamente la misma desde los tiempos de Sertorio hasta los de Felipe V: seis a ocho millones de habitantes. En cuanto a velocidad, todavía a mediados del siglo XIX, el «récord», lo daba un caballo a galope; poca diferencia existe por lo que a rapidez de comunicaciones se refiere —observa un historiador— entre el imperio romano y el imperio napoleónico.

En tales condiciones, —muchos menos habitantes e insuperables en bastantes casos las distancias—, el mundo tenía que ser otro. La revolución técnica y la explosión demográfica han cambiado la faz del planeta. Resultado de todo esto es que hoy la actualidad, es más grande.

Más grande porque los sucesos de todos los lugares de la Tierra se influyen y se integran ya en una reciprocidad inmensa. En otras épocas, a cada hombre, por estar de hecho encajado en un determinado ambiente, le estaba vedada la visión en plenitud del momento que vivía . No se conocía la actualidad sino por fragmentos, desde los respectivos puntos de vista estrictamente locales. Nadie disponía apenas de otra percepción distinta de la doméstica, tanto en lo temporal como en lo espacial. Un hombre del Renacimiento se informaba, si vivía en Ferrara, de la actualidad de Ferrara, y la de Roma le llegaba, por lo menos, con tres días de retraso. Mucho más rezagada le llegaba la actualidad escandinava, si es que podía llegarle. Pero cuando le alcanzaba ya no era actualidad. Es decir, los hombres de otras centurias contaban, por así decirlo, con un ahora propio y no, como nosotros, con un ahora comunal que los medios de comunicación han hecho posible. Fue el invento del ferrocarril, en la decadencia romántica, lo que cambió un tanto las cosas, ya que, entonces, comenzaron también a funcionar, para servicio de la actualidad, los “trenes pescaderos”... Hasta ese momento, el pescado —la noticia — perdía su frescura en el camino, y cuando arribaba a su destino se había convertido en historia. Así es que el sistema nervioso del mundo adolecía de una secular lentitud; los impulsos motores y las actividades reflejas se producían más por mediatez lógica que por conexión próxima con las cosas. Nosotros nos acostumbramos a que acción y reacción se confundan en un instante; nos habituamos al engranaje del minuto de Pekín con el minuto de Londres. ¿Siempre coincidieron los minutos de todas partes? Sí, pero mutuamente se ignoraban y, por tanto, era imposible hacer coincidir los relojes. ¿Cuánto tardaba Carlos el emperador en enterarse de los triunfos de sus tropas en Túnez? No era raro celebrar en la metrópoli una victoria cuando apuntaba una derrota en las colonias. Ni el orbe religioso sincronizaba: de los primeros sermones —todavía edificantes — de Savonarola en Florencia, tenía conocimiento Alejandro VI precisamente cuando la marea de los dicterios del dominico contra la corte pontificia se iniciaba.

Sin embargo, cuando nadie sabía sino la actualidad de su cercana circunstancia, se ganaba probablemente en pensamiento y en reflexión —en madurez— lo que se perdía en velocidad. ¿Estamos, por el contrario, nosotros perdiendo en profundidad lo que en extensión conquistamos? Resulta que hoy la actualidad, con muchas más personas que la viven ansiosamente y con técnicas de difusión que nos promocionan en cierto modo a la ubicuidad, invade nuestros últimos reductos. No es posible evadirse de ella como cuando era “local” y estrecha. Entonces parecía posible salirse, fugarse al campo de la pura contemplación. La lejanía histórica ¿no es también realidad? Pero ya la actualidad nos llega al cuello. Difícil pensar. Difícil mirar hacia lo que no es ella misma. Arduo y difícil porque el pensamiento requiere perspectiva. Si la urgencia presente nos cerca perentoria de colores planos, ¿quién jerarquiza las ideas y da hondura —raciocinio— a su mente?

Pero acaso es posible aún repostar el espíritu deseoso de desceñirse de sus cinturones acuciantes. Quedan recursos. Está, por ejemplo, la pequeña ciudad. Haced la experiencia. Visitad un día la pequeña ciudad y ved como la actualidad disminuye de tamaño, se hace manejable. Cierto que desde “Azorín” —el Azorín de “Los pueblos”— acá, la fisonomía de nuestras pequeñas ciudades ha cambiado bastante. No obstante, todavía, desde los soportales de esta plaza en que estoy situado, se oyen las campanas y la mirada descansa en la visión de una calle serena, casi sin ruido. Reverbera el sol, clamoroso, en las fachadas encaladas. Pasa un borriquillo. Después una moza que viene de la fuente cargada con unos cántaros. Transcurren dos minutos sin que pase un automóvil. El espacio aéreo de la ciudad sirve para el vuelo de unos pájaros que se están dando cuenta de la Primavera. Si; los sucesos que aquí, en este momento, ocurren, son menguados; y la actualidad deja sitio para que nos enteremos de nosotros mismos. Para que nos penetre y trasvase, además, la emoción de sentirnos solidarios con los hombres que se fueron y los que aún no han venido. Es otro ecumenismo... que puede profesarse ante una fachada gótica, una torre mudéjar, o una arcada renacentista con calle sosegada al fondo. (Ávila, Compostela, Cáceres, Segovia... Úbeda, Ciudad Rodrigo, Astorga...) A las ciudades así, Unamuno las llamaba «reposaderos». No es que haya que abominar de las otras: de las millonarias con actualidad grande. Al contrario. Pero precisamente porque la función de la gran urbe es necesaria, sus hombres reclaman, de cuando en cuando, la distensión de la vieja ciudad aromada de actualidad pequeña. Por bien de todos hay que cuidar a la pequeña ciudad. Como se cuida al árbol: «lugar cobdiciadero para ome cansado». Cuidarla para que, al crecer o al enriquecerse de savia nueva, no por eso abomine de su estirpe: de sus tejidos antiguos.