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TU CUERPO

Juan Pasquau Guerrero

en SAFA. Nº ?. 1965

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Es el compañero de viaje. Tu cuerpo y tu alma —lo quiere Dios— han de caminar juntos. Quieran o no. Importa, por eso, un acuerdo entre los dos; urge un compromiso, no un divorcio.

Naturalmente, no es fácil ponerlos al unísono siempre. Para ello se requiere tacto, talento y hasta diplomacia.

Porque en muchas encrucijadas vitales, el cuerpo quisiera seguir un camino y el espíritu otro. Puede venir, entonces, el rompimiento. Rompimiento fatal porque –a pesar del divorcio— el espíritu tendrá que “alojarse” en el cuerpo y el cuerpo no será nada sin el espíritu. ¡Drama! Como el de los cónyuges que han de vivir juntos y que renuncian a dirigirse la palabra.

Insostenible situación.

Ni puedes dimitir jamás de tu cuerpo, ni puedes hacerlo de tu alma. Son compañeros, repito. Tienen que acordarse necesariamente y esto es lo peliagudo. Claro que hay momentos en que alma y cuerpo afinan sus respectivas melodías en el mismo diapasón. Momentos felices.

Entonces, la distinción entre una y otro casi no se percibe. Son los instantes del “placer de vivir”. Conjunción de goces, unanimidad de las potencias. ¡Alegría!

Pero sé cauto, porque esa conjunción es efímera. Pronto el cuerpo –o si quieres la carne— clama por sus intereses. Y el espíritu por los suyos. ¿Quién, entonces, domina a quién? De como soluciones el conflicto, joven, depende tu vida y, quizás, tu eternidad.

Está la solución heroica. La de los santos. Dictadura del espíritu. Sojuzgación de la carne, de los apetitos. Látigo a las bajas potencias. Cárcel perpetua a los instintos perturbadores. No diré que esto no sea posible. ¡Cómo no va a ser posible! Incluso se consigue, en tales ocasiones, el acuerdo. El cuerpo se resigna al mando absoluto del espíritu y llega a no protestar, a doblegarse, a esclavizarse. Pero en esta esclavitud suya no hay una humillación, sino un convenido reconocimiento.

Sin embargo, esta solución no siempre es viable. A veces resulta peligrosa. Para emprenderla se necesita mucho espíritu. Y mucha Gracia. No puede acometerse sin discreción y consejo. El ascetismo llevado a sus últimas consecuencias, no es una utopía, pero sí –como dejamos dicho— un heroísmo sobrehumano del que Dios, más que el hombre, es el artífice.

¿La solución opuesta? Está claro. Es la de la hegemonía del cuerpo sobre el espíritu. En todos los tiempos se ha practicado mucho y con espectacular éxito. Los desaprensivos, los libertinos, los egoístas, los frívolos y hasta los hipócritas constituyen especies, más o menos diferenciadas, del género de hombres que optan por la supremacía del cuerpo.

La verdad es que los tales “triunfan en la vida” con portentosa frecuencia y que, de tejas abajo, solucionan el caso con eficacia y, a veces, con aparente elegancia. Pero es de “tejas abajo”. Solución que no sirve para el cristiano, naturalmente.

Queda la solución intermedia. La que San Ignacio llamaría del “tanto en cuanto”. El alma, de derecho y de hecho, legisla sobre el cuerpo, pero reconoce a éste derechos y libertades “en tanto en cuanto” no alteren el orden; es decir, mientras no conduzcan al pecado irremisiblemente, mientras se atengan a lo establecido, mientras no conspiren contra la “constitución” esencial de la moral, mientras no se amotinen para el derribo de esa estatua de la fe que vivifica el umbral de nuestros pensamientos y acciones. Solución, como se ve, en
cierto modo democrática, muy a tono con los tiempos. El cuerpo no es un asno, como le calificaban los ascetas intrépidos del medioevo. Es, por lo menos, un caballo. Ahora bien, no puede ser un caballo desbocado. Necesita un jinete, unas espuelas y unas riendas.

Si no aceptas esta solución, elige entre la heroica y la opuesta. Bien entendido que si eliges la opuesta precisamente, ya no puedes ser cristiano.