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LA ORACIÓN DEL MAESTRO

Juan Pasquau Guerrero

en Medio sin identificar.

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La oración es acción. Cada día hay que chapuzar el alma en la oración. Chapuzar, no impregnar; no impregnar de barniz de oración — de rezo — los labios, sino sumir potencias y sentidos en la hondura pensante, hasta arrancar del fondo la flor de la plegaria. Con la flor de la plegaria en la solapa todos nuestros actos adquieren una fragancia. Lavados de oración, los trabajos grises se tornan azules. Transfiguradas de fe, caridad y esperanza, las especies de la alegría y del dolor comulgan en un género superior de belleza.

Pero falta la oración en la vida del cristiano, y es como cuando en la atmósfera escasean las nubes. No llueve Dios en las almas como El quiere, porque apenas, nosotros, ponemos el espíritu en trance de...evaporación; porque no elevamos nuestros afectos, porque los dejamos correr a ras de tierra en violentas, derramadas torrenteras, sin sublimar lágrimas y sonrisas. Nos anegamos en la pena o nos congestionamos de júbilo y no acertamos a ofrendar al Cielo la parte que al Cielo corresponde de las efusiones — gracias o desgracias — que rodean el humano vivir.

Oración: elevar el corazón al Cielo. Oración: aerostación del pensamiento. Oración: ingravidez del ánimo, atento al Amor...

Oración, oración, oración. Hay que repoblar el Mundo de oraciones.

Yo, maestro, quiero exhortar a todos los maestros para que en la plegaria tracen su perpendicular a Dios. A Dios que es ...el Maestro.

¡Es tan fácil! ¡Aligera tanto entrevistarse con Dios por medio de la Oración! Pero, frecuentemente, no sabemos o rehuimos la entrevista. ¿Vamos a proponer un modelo?.
— —

Cualquiera de nosotros puede hacer la entrevista.

Dios está en el Cielo, pero, ya se sabe, pretender ver a Dios en el Cielo, viviendo en la Tierra, es imposible. Pero también está en el Sagrario. ¿No lo ves, con los ojos de la carne? Bueno; pero allí está. Enseñamos a los niños que allí está y lo creemos.

Conforta pensar que Dios recibe siempre, sin hacernos aguardar. No dice nunca que está ocupado. No nos envía ningún oficioso que nos espete lo de “Vuelva Vd. el lunes”.
Así pues, ya estás, maestro, ante el Maestro. Háblale. Salúdale, cuéntale...

— Vengo, Señor, a cocer mi pan en tu horno. A que tu calor se me comunique, a que mi masa adquiera color y sabor. Ya me conoces... Un maestro. Soy un maestro. Nos dan este nombre, y eso es lo que me avergüenza: no ser digno del oficio que fue profesión de Dios hecho Hombre.

Pero estás ahí, en primer lugar, para recibir el ofrecimiento de nuestra humildad. Ante ti, me considero indigno.

Después... te diré que muchos, en el mundo, también me consideran poco digno; que no amigan con mi pobreza. Que me dedican, sí, grandes elogios, que glosan nuestra “excelsa misión”. Pero que ,a la hora de la verdad...

Tú sabes todo esto, y también que a mí me amargan un poquito estas cosas. Pero si tu Misión de Redentor y Maestro no fue valorada por todos, ¿qué motivos puedo yo tener para estas quejas?. Soy maestro. Si puedo parecerme un poco a Ti, al menos en lo de ser despreciado, en lo de ser pobre, ya es mucho. Sin embargo, Señor, Tú ves mis necesidades, Tú ves mis agobios, mis apuros. ¿Verdad que no te enfadas por intentar la mejora de mi situación? ¡Claro que no te enfadas!

Ahora te hablaré de mi escuela. Mira, Señor, son cuarenta chiquillos que a veces me enfadan, a veces me impacientan y me alborotan. Siempre tengo presentes tus palabras: ”Dejad que los niños se acerquen a mí” y, a pesar de ello, hay ocasiones en que me cansan. Yo vengo a pedirte paciencia. Yo vengo a que me des Amor, para que comunique amor. A que me des la fortaleza necesaria para esta misión, que Tú sabes las muchas veces que se hace monótona, pesada.

Pero tengo un deseo de ser mejor, de poner cada vez más entusiasmo en mi tarea que sé es tu Tarea, en mi empresa que sé que es tu Empresa. Sí; más alegría en mi trabajo. Porque ciertamente llevan razón los que nos dedican palabras elogiosas. Es “excelsa” nuestra misión, es noble. A otras gentes les confían el funcionamiento de una máquina, los cimientos de un edificio, los legajos de un pleito... Mientras que a nosotros, los maestros, nos encomiendan trabajar con las mentes, con las almas. No manejamos cifras, ni fichas, ni ladrillos: manejamos niños, la materia más fina, más noble. ¿Cómo no voy a darte infinitas gracias por esto? Somos colaboradores tuyos, servidores tuyos, para poner gotas de tu Sabiduría en el corazón de los chiquillos. Estamos a tus órdenes para intentar tallar , esculpir sus almas.

Fíjate si es bella nuestra misión, y cuántas gracias te doy por ello. Pero, te lo ruego, hazme comprender esto en todos los instantes de mi horario escolar, para que no me llegue el desaliento. Y para que emprenda cada jornada de trabajo con júbilo renovado. Y para que, consciente de la nobleza de mi profesión, comprenda su responsabilidad. Porque si al tornero de la fundición le sale mal una pieza, no pasa nada. Pero ¿y si yo soy culpable de que en el torno de la escuela se me rompa o se malogre el hombre que el niño espera, el hombre que el niño lleva dentro?.

Maestro, enséñame a ser maestro. Te lo suplico.

****

Podemos decir todo esto, y mucho más, al Señor. Y entonces, El , ¡cuántas cosas
nos dirá! ¡Cómo nos confortará y cómo —partícipes de los beneficios de su Empresa— nos enriquecerá!