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Cabe pensar que no hay juventud; que hay jóvenes. Otro nominalismo. El existencialismo es el nominalismo de ahora. "¿Qué idea tienes de la juventud?", solemos preguntar a los jóvenes que no responden al patrón que formamos de ella. Y alguien es posible que responda: "No hay por qué tener una idea de la juventud a la que haya que ajustarse; ¿no sería eso ya la vejez?".Lo bueno es no atenerse a ideas previas, sino crearlas. Cada joven está obligado a hacer en su personal hervidero, en su marmita fáustica, sus entusiasmos, anhelos y repulsas; cada joven es una juventud.
Cabe, sin embargo, no dejarse convencer y replicar. Vivimos un tiempo de preponderancia de los jóvenes. No es sólo que haya más: siempre hubo más jóvenes que personas que pasasen de los cuarenta o cincuenta. Pero ahora sucede que, sobre todo, abultan: se hacen notar, gritan, dominan, remarcan su gesto y se exhiben incesantes. Este aumento de tamaño y cambio de formato es evidente e imprime, quizá, un color nuevo a la historia que ahora se plasma y que alguien escribirá luego. Cierto; pero el talante de vida que aspiran a preludiar extensos sectores de jóvenes generalmente insumisos a la Norma, entusiastas de solidaridades de estreno, con más fuerza que gracia y con mejor agilidad que intelecto, ¿?va a traer un estilo juvenil, precisamente juvenil, al mundo?
Siento que la juventud, más que una nómina, es una idea matriz. Además de jóvenes, -muchos jóvenes- hay juventud. Juventud: un estamento natural, un estado del ser y un ser del estar con valores específicos. Juventud: un recurso vital para que el espíritu haga su sitio en el hombre con holgura; una ocasión para ensanchar perspectivas afianzando convicciones.
Pienso en los mil jóvenes que si leyesen el párrafo anterior me acosarían. Es que ellos no tienen espíritu? Sí, pero bastantes muestran un empeño de vaciarlo de contenido. Su escasa atención a lo trascendente, el larvado ateísmo de muchos, el capricho de constituir en categoría la anécdota contestataria, la vocación a una filosofía del absurdo, la suplantación de la diáfana alegría por el ansia de goce..., hacen sospechar muy fundadamente que sus conductas, salvo excepciones, no se arreglan a módulos de genuina frescura de ánimo.
Insistir en la opinión me parece saludable: hay como un paradigma de juventud ,previo a los jóvenes, y no se hace la juventud en la propia forja, sino que nos viene dada por la Providencia, por el cauce biológico, por la ocasión e incluso por una especie de necesidad al margen de contingentes actitudes exclusivamente trabajadas con la particularísima herramienta.
Que esto es así lo prueban períodos históricos, como el de la Grecia clásica, marcados con sello inequívocamente joven. Épocas de claridad inundadas de mañana en las que ningún atardecer se insinúa. Hace poco, un colaborador de ABC lamentaba el peligro de contaminación de los monumentos de la Acrópolis. Signo tenemos de otro riesgo: el de que los mejores valores de la juventud se deterioren en los jóvenes.
Es urgente, es preciso, hoy, apuntalar a Grecia; afirmar con savia de todos los días —tú y tú y tú, jóvenes "concretos", tenéis que saberlo— la auténtica juventud. Si auténtica, modélica; si modélica, serena; si serena, huida de ese falso nuevo romanticismo que entroniza la confusión
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