|
A Peguy (1874-1914) se le considera como un precursor del socialismo cristiano. Pero su obra lírica y filosófica es de una calidad tal que su nombre y su prestigio no puede ceñirse a los ensayos políticos. Él mismo entendió que todo está perdido "cuando la mística se degrada en política". Más importante, pues, es en Peguy la calidad de pensador genuinamente cristiano con trémolos de fervores metafísicos que él, a la luz de la Gracia (Peguy no deja jamás de aludir a la Gracia con mayúscula) convierte en sobrenaturales. Estimo muy interesante leer a Peguy ahora, precisamente ahora, cuando como ha dicho Pablo VI, "ha surgido la fórmula más o menos radical de la Iglesia sin". ¿Sin fe, sin esperanza teologal, sin confesión paladina de la Gracia y de su oponente el pecado, sin jerarquía, "sin verdadera y existencial religión"...?
Peguy no desacraliza ni desmitifica. No se deja llevar de ese afán histérico de algunos contemporáneos nuestros por acercarse a toda costa y a todo trapo a lo actual. Estas son palabras de Peguy: "El mundo moderno es el más opuesto a la salvación que jamás ha habido. Este mundo no tiene alma, es el primero en no tener alma". Por supuesto, el pensador poeta alude a su mundo, al finisecular. Pero es que su mundo es el pórtico del presente, del nuestro. Lo de ahora no es sino la consecuencia de unos planteamientos, de unas deserciones y de unas carencias espirituales denunciados hace tres cuartos de siglo por el autor de "Eve".
Lo pésimo que encontraba Peguy en el mundo moderno es su vejez. Y la vejez para él no es otra cosa que "la costumbre de lo temporal abandonado a sí mismo". De ahí viene el automatismo y la muerte. Nuestra época procede, casi exclusivamente, por automatismos. La técnica ofrece máquinas perfectas; pero nuestra perfección —la del hombre— debería ser otra. ¿Acaso no estamos obligados a la fatiga de buscar lo difícil y de abrir caminos distintos a los facilitados por la máquina? Para Peguy no hay otro remedio, otra redención, que la "perpetua juventud de los individuos frente al mundo". Quizás para el cristiano no existe empresa más importante que el esfuerzo de inadaptación —digo inadaptación y no adaptación— al ambiente. Pero, ¿es que está mal hecho o es malo el mundo creado por Dios? No, sino que su atmósfera se contaminó y su hálito, a veces, se hace insoportable. Nos garantizamos, adquirimos credencial de personal, si sabemos mantener el tipo frente a las vejeces de unos usos mundanos sin frescura. Nada tan opuesto el mundo creado por Dios como lo "mundano". Y hay otra juventud que supera a la biológica. Frente a la cosificación de una cultura de fórmulas, se impone la que otorga la Gracia. Dice Peguy: "Sin una presencia de lo eterno en lo temporal, la humanidad va derecha a la muerte".
¿Qué es la libertad para Peguy? ¿Es un códice de derechos políticos? "Mientras el hombre no está acostumbrado, mientras es nuevo y espiritualmente joven; la libertad se articula herméticamente con la Gracia", escribe. En su poema "Eve", da una explicación emocionada, impregnada de la mejor poesía, a las palabras transcritas. No es sino que, perdido el paraíso, "destituido el hombre", Eva, símbolo de la Humanidad, se esfuerza en arreglar. En "arreglar perpetuamente nuestra casa".
"Y en eso podéis ver cuánto se jacta el hombre
cuando dice que baja y cuando dice que sube.
Es que ha medido mal la plana que es su vida
entre el punto de honor y el honor de vergüenza."
La libertad es la juventud del hombre no acostumbrado al uso mecánico del mundo; es el enfrentamiento de la limpia pureza de quien se sabe renovado por Dios contra herrumbre cotidiana. Entonces, estamos condenados a arreglar perpetuamente nuestra casa, estamos llamados a la acción sin descanso. Pero, ¡atención!, advierte Peguy que este arreglo no sea un simple vocerío, ni quede en movimiento de ardilla que sube y baja. Porque el "hombre destituido" necesita ante todo la conciencia de su precariedad. De ordinario, no sucede así; más bien, al contrario. "Eve", la Humanidad, se enfatua en la idea de que, por sí misma, sin ayuda, va a hacerlo todo muy bien. "Mujer —dice Jesús a Eve en el poema que comento—, serás capaz de arreglar a Dios mismo". ¡Qué cierto! Recordemos a esa pléyade de humanistas más o menos ateos, más o menos cristianos, metidos en la tarea de entregar a las "generaciones futuras" un nuevo concepto de Dios.
Peguy ironiza con valentía y sutileza, con amargo humorismo, acerca de las enmiendas y remiendos que la Civilización quiere hacer al hombre prescindiendo de Dios. Peguy, con ese sentido escatológico que no puede faltar en ningún cristiano auténtico, apela al último día. Y esculpe esta bella estrofa:
"Cuando el hombre se hunda en la noche solemne
todo aturdido aún de estar de vuelta
todo turbado al Verse tan pobre, tan desnudo
…………………………………….
…………………………………….
Y cuando se introduzcan por la vieja poterna
¿habréis vuelto a hallar para estos pobres golfillos,
para estos veteranos y para estos reclutas,
para alumbrar sus pasos una vieja linterna?”
Sí; Peguy fue el precursor de un socialismo cristiano, por supuesto muy emparentado con el Evangelio y completamente ajeno al marxismo. Peguy pugnaba por una justicia en lo social porque a ella estamos comprometidos cuantos creemos en su Palabra. Pero Peguy no era un horizontalista y no "emplazaba" al Señor para que su Reino se verificara de una manera urgente y absoluta acá abajo. Peguy, respecto a esto, no podía hacerse demasiadas ilusiones porque estaba convencido de que "el ser de los hombres decrece sin cesar". "Haría falta —exclama— que el mundo fuese joven y a la vez eterno". "Pero sólo Dios es joven y a la vez eterno". Añade esta bellísima puntualización: "Los hombres sólo son jóvenes un instante; la Gracia estaría en salvar ese estado de juventud, en vivir con la libertad de un surgimiento perpetuo. Pero sólo Dios es esa libertad". Mejor dicho aún está en el poema:
"Sabéis que Dios es el único que se da y que el ser de los hombres decrece sin cesar
mientras que el ser de Dios sube incesantemente".
Es aquí donde Peguy muestra en toda su grandeza la economía de los Sacramentos. Mediante ellos, Cristo nos envía la afluencia del recrecer —crecida— de Dios. Alto y único compensación para nuestro decrecer sin tregua. "Dios salva haciendo participar al hombre de la fuente de vida que es El mismo" y la Encarnación es una "infloración de lo eterno en lo temporal".
¡Cuidado, "temporalistas"! ¿No os llega la voz del liberal Peguy, a vosotros que quizás rechazáis por anticuada, la voz de Francisco, de Domingo, de Tomás, de Teresa, de Juan de la Cruz, de Kempis? Recordad, qué bonita definición: "La Gracia es lo que en el tiempo, aunque aparentemente sometida al tiempo, escapa de él. Es una especie de infancia devuelta. Es la juventud de Dios comunicada a cada uno de nosotros. Es la sustitución de lo totalmente hecho por lo que se está haciendo". Aquí, en estas últimas palabras, que recalca luego Charles Moeller, late un potenciado atisbo de Bergson y un anticipo precioso del existencialismo cristiano de Marcel. Afortunadamente, lo que no apunta en esas frases es el prurito de los progresismos a destajo. Espíritu aperturista y noble, Peguy da la medida de lo que puede y debe ser' la genuina renovación cristiana. Y de lo que no puede ni debe ser. Porque ,—volvemos a Pablo VI— "en algunos ambientes no se ha reformado la figura de la Iglesia sino que, al menos conceptualmente, ha sido deformada".
|