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La tesis del artículo "Cristo, coartada", de don Francisco Pérez García, publicado en IDEAL, hace ya un poco de tiempo está muy clara. La prosa brillante, ingeniosa y admirable del leidísimo escritor no se presta al equívoco. Se deduce de lo dicho por don Francisco Pérez García que a lo largo de los siglos los cristianos —o más bien los católicos— aprovechándonos del nombre de Cristo no hemos hecho, poco más o menos, sino cometer suciedades históricas, crímenes, injusticias, desafueros y abusos. Con mucha chispa, el escritor imagina a la figura de Paulo de Tarso, retornando a la Tierra en 1050 (cuando las Cruzadas), a comienzos del siglo XV (cuando la Inquisición), en 1572 (cuando la "Noche de San Bartolomé") y en nuestra época. En las cuatro ocasiones el apóstol se descorazona ante las ignominias políticas, ante los espectáculos de sangre, ante las desigualdades sociales, que no cesan, a pesar de la doctrina de Amor del Crucificado. Cuenta, entonces, el escritor, el desaliento de San Pablo ante esta pertinacia en los errores y, contagiado de pesimismo, concluye así su artículo: "Dentro de uno, dos o más siglos, los cristianos serán perseguidos como perros rabiosos, por los falsos católicos desenmascarados, que ya no podrán utilizarle como coartada. La Biblia será prohibida como propaganda subversiva, y con razón lógica, porque su doctrina es más peligrosa que la marxista y la maoísta para los poderosos señores de la Tierra. Porque el marxismo y el maoísmo pactan con los ricos y los imperialistas. Cristo, no".
Es mucho pesimismo, ¿no? Me va a permitir don Francisco Pérez García que, cordialmente, fraternalmente —con el asenso, como es lógico, de nuestro director— me atreva yo a hacer en IDEAL algunas observaciones con respecto al contenido de un excelente artículo que, no obstante, incurre (según mi opinión) en el error de hacerse eco de unos criterios simplistas —ya tópicos— que, sin duda inconscientemente, se complacen un poco a lo masoquista en creer que no tenemos remedio y que todo eso de la religión se ha llevado muy mal —evidentemente mal— hasta la fecha, y que, o cambia en absoluto el panorama del cristianismo o... "apaga y vámonos".
Bueno: en primer lugar don Francisco Pérez García hace una selección, que no me parece imparcial, cuando se decide a traer a San Pablo a la Tierra, en distintas épocas, para ver cómo anda esto. Y elige, como tipos cristianos a figuras —por lo menos ambivalentes— como Godofredo de Bauillón, el Inquisidor Valdés, los protagonistas de la matanza de los hugonotes y los capitalistas imperialistas de hogaño. ¿Es que todo en la Historia de la Iglesia se ha reducido a escenas y personas así? Además de los sucesos desalentadores que el escritor registra ¿acaso no ha "producido" el catolicismo eventos de largo alcance como el monasticismo, el florecimiento cultural renacentista, el "rigor científico" del siglo XVII, que Jaspers (véase su ensayo "Nietsche y el cristianismo") considera rotundamente como efectos de la "moral cristiana" en su "deseo absoluto de verdad"? ¡Ah, querido amigo Pérez García, hubiera sido equitativo que usted se hubiese también fijado, por ejemplo, en un San Francisco de Asís, en un Pascal, en un San Juan de la Cruz o en un... Jacques Maritain. Algo han aportado estos hombres, en los siglos cristianos, al progreso del amor, de la cultura, de la justicia e incluso de la sociología. Ni todo ha sido tan negro ni todo se presenta, de aquí en adelante, tan horrísono. No es como para que "San Pablo se acurruque en la esquina del cuadrilátero y arroje la esponja"...
Porque, ciertamente, el cristiano, por naturaleza, es un insatisfecho y debe de ser hostil a todo conformismo. Y más hostil todavía al incondicional triunfalismo. Un Dios que se hace Hombre, reclama, sin duda alguna, una respuesta más universal, más intensa y más inequívoca de los hombres. Pero es, querido amigo, que la ingratitud humana y la averiada condición humana, entran precisamente en el "juego". No sé si me explico. Es que Él, al revelarse, no se hace, precisamente un líder o un reformador: se constituye en Salvador. Al fundar el cristianismo, sabe —y lo dice— que el mundo no va a dejar de ser mundo, ni los hombres van a dejar de ser hombres. Y, de esta manera, el cristianismo encarnado en los cristianos va a ser, en muchos instantes, en innumerables personas, una malísima y detestable copia. Su Reino "no es de este mundo". Y, además, la cosa es sumamente compleja. Tan compleja que no puede despacharse —ni por usted querido amigo, ni por mí— con cuatro frases bonitas, ingeniosas, por mucho que, en ocasiones respondan esas frases a una realidad. Es muy complejo, digo, el cristianismo. Ni pueden los temporalistas despotricar a base de que el mensaje de justicia social que lleva anejo el Evangelio no se cumple. Ni pueden los verticalistas conformarse esgrimiendo a Santa Teresa, a San Bruno o a San Ignacio, como contrapeso místico a la despreocupación de los clérigos respecto a la subida de salarios de los obreros de las fábricas. El arreglo de los problemas temporales de la Historia depende en gran parte de los cristianos y es evidente que aquí los seglares no podemos hurtar el hombro. Pero hay más, hay mucho más. Está la gran cuestión de la salvación cristiana que desborda las coordenadas del espacio, del tiempo. Y si es un escándalo que, después de veinte siglos bajo la advocación de la cruz, sigan las guerras, las tiranías y las injusticias de tipo económico, ¿no será más escandaloso aún que, no sólo no haya disminuido sino que haya aumentado alarmantemente el número de los hombres que ni tienen esperanza en la otra vida ni acepten el mensaje sobrenatural de Cristo? Al cristianismo no puede juzgársele como a una ideología cualquiera por sus éxitos o por sus fracasos de índole exclusivamente histórica. Se trata, como observaba Chesterton de una religión de paradojas, a la medida del hombre paradójico. Sus triunfos tienen unas consecuencias imprevisibles y sus fallos también. Hasta su lógica no puede seguir los caminos de la lógica, de tejas abajo.
Y es ciertamente su sentido sobrenatural, es su índole de fenómeno distinto, no sujeto en absoluto a los ordinarios presupuestos mentales del hombre, la circunstancia que le coloca por encima de todo juicio exclusivamente racional o exclusivamente emocional. Entonces, no pasa creo yo, de una "boutade" lo de pronosticar a unos "católicos falsos" que se van a cargar a los cristianos, o una Biblia que será prohibida, etc. Es gracioso —pero impropio— imaginar a un Pablo de Tarso desalentado como un boxeador que desiste del combate. Impropio, porque el Apóstol cuyas enseñanzas tienen una esencial dimensión escatológica, se entristecería de nuestra época como se entristeció de la que le tocó vivir. Pero para aquel tiempo, como para éste, tiene sus palabras de superior esperanza y se consolaría —y nos consuela— de las propias y de las ajenas defecciones, apelando a la mansión que Él nos tiene reservada. "Porque sabemos que si nuestra casa terrena en que vivimos como en tienda, se viniere abajo, edificio tenemos de Dios, casa no hecha de manos, eterna, en los cielos" (II a los Corintios 5-1).
Es indudable, amigo Pérez García que —de otra parte— Cristo no pactará jamás, como usted muy bien dice con los ricos o con los imperialistas. No pactó con ellos durante su vida encarnada en la Tierra; aunque tampoco apenas maldijo nada (quizá la causa próxima de su crucifixión es, que no maldijo expresamente al imperialismo de Roma). No pactó con nadie el Salvador, Redentor del Mundo. ¿Con nadie? Bueno..., para ser veraces, habrá que decir que pactó con el hombre, con todos los hombres, altos y bajos, ricos y pobres, entregando en prenda su Sangre. Y, en resumidas cuentas, ¿no está contenida toda la Historia en el Evangelio de San Juan? "Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios".
Admirado escritor, Pérez García; parece como si yo hubiese intentado con este artículo recordarle las verdades como a un doctrino. Perdón, pero no es eso. Es que —decididamente, incontrovertiblemente— si Cristo ha sido o es la coartada que encubre a unos pocos, ahí están los testimonios numerosísimos de quienes se consideran, como se dice en el momento de la Consagración, como "la salvación de muchos" (de todos). Fray Luis de León daba a Cristo estos nombres: Pimpollo, Faz, Camino, Pastor Monte Brazo de Dios Príncipe de Paz, Rey de Dios, Esposo...
Alabémosle con ellos y así, amigo Pérez García, podremos desagraviarle contra quienes, como coartada, emplean su Nombre en vano.
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