|
Estados Unidos, mediante el proyecto "Vikingo", protagoniza una aventura espacial más. Mil millones de dólares —leemos— será aproximadamente el coste del lanzamiento de dos naves para la búsqueda de la vida en Marte. El tema acerca de si la vida es una contra-corriente cósmica —es decir una excepción— nada más presente en la Tierra, este astro nuestro (este astro que pisamos) a veces tan ilusionado y siempre tan atormentado, vuelve al candelero. Si la vida es un privilegio concedido al rincón del universo que habitamos, todavía, entonces, su misterio resulta más apabullante y su existencia más sagrada. No parece, sin embargo, que lo consideremos así y que nos demos cuenta exacta —que tomemos conciencia puntual de ello— cuando con tan pródiga (y en ocasiones criminal) frivolidad nuestro tiempo y nuestra cultura no cesan en el atentado permanente contra la vida misma. Porque diríase que —únicos usufructuarios del privilegio biológico en el cosmos— nos sobran vidas. Por supuesto, el atentado que en la Tierra perpetramos es de anchísimo espectro. Desde la contaminación de la Naturaleza —reiteradísimamente recordada— hasta el aborto, desde la guerra organizada al terrorismo, desde la sevicia de las "masacres" a la irresponsabilidad de las políticas que no ponen remedio al hambre (precursora de la muerte) de los pueblos, todo parece indicar que en la Humanidad se ha perdido el sentido reverencial de la vida. Concretamente —y éste es el aspecto más esencial— en lo que a la existencia personal del hombre se refiere, ¿qué más da un hombre más o un hombre menos? En cualquier caso, interesa la especie y se desprecia a la persona individual. Las programaciones sobre política demográfica de nuestro mundo civilizado lo muestran bien a las claras. Así, podemos permitirnos el lujo, vista la cosa a escala cósmica, no sólo de pisotear a las hormigas siempre excesivas y de despoblar a los bosques en proliferación constante y de extirpar ciertas especies inservibles (?), sino también de imponer un "numerus clausus" al desarrollo del "homo sapiens", taponando oportunidades, cegando fuentes, estableciendo una "previa censura" a la libérrima propagación natural del sorprendente, maravilloso fenómeno de la vida. Fenómeno cuya íntima índole y cuya causa nos son científicamente desconocidos y cuya estructura se manifiesta cada día más compleja. Y, entonces, ya es contra toda lógica que conscientes, por ejemplo, del complicadísimo entramado del código genético (que transmite el secreto de los ojos verdes de la bella e influye en la carga siniestra de la mirada torva del asesino), no tengamos inconveniente en impedir, estorbar, destruir, manipular, ese prodigio de la vida que, realmente, aunque nada más se ciñese a un ejemplar único, a una existencia sola, valdría más que todo el Universo.
Y es, probablemente, que todo el Cosmos, toda la guirnalda de innumerables galaxias, todo el esplendor de la luz, toda la fuerza de la energía, todo el sustrato inmenso de la materia, no es sino la preparación, el expediente, el trámite previo de la vida. No, no estamos "gobernados" por los astros, como quieren los astrólogos y empiezan a creer los que se descabalgaron de una fe religiosa; no estamos determinados por los signos del zodíaco; pero el concierto de música interna de la noche estrellada, además de narrarnos la gloria de Dios, parece indicar que un providencial encadenamiento de causas y concausas, fue desplegando en actividad creciente de acciones y reacciones un Universo escenario en el que las leyes físicas y químicas en armonía y entrecruzamiento perpetuos dieron lugar al fin, en este reducto insignificante que es la Tierra, al hecho biológico y, sobre todo, como culminación, al hombre —a la persona humana— cuyo "secreto de fabricación" tiene sin duda alguna un valor, una eminencia, infinitamente superior al "secreto de fabricación" de la Nebulosa Andrómeda o la Vía Láctea. En efecto, el cerebro del hombre es la obra maestra de la Creación. ¿Por qué y para qué esta obra maestra? ¿Podemos, sin incidir en necedad, pensar que no tiene sentido y que carece de finalidad? Y, si abundan los cerebros, si abundan las vidas humanas, ¿podemos homologar el hecho con el de la abundancia de la hierba en un prado o de los árboles en un bosque, o de las hormigas en un hormiguero?
Es misterio la vida y, en grado alto, es sagrada la vida del hombre, de todo hombre. Pero actuamos como si fuese simplemente un hecho más. Y nos ponemos a averiguar si es hecho que nada más se da aquí, o si se produce igualmente a billones de años-luz de distancia. Puede ser importante aclarar eso. Mucho más importante, mucho más trascendente es tomar conciencia de lo extraordinario de la realidad a la vista que nos mueve a pensar que si una célula es incalculablemente superior a un átomo, y un gene de la especie humana algo incalculablemente más complicado y "preparado" que un gene de la gallina o del zorro, todo ello implica una jerarquización que se orienta ineludiblemente a un finalismo, a un propósito, a un plan, a una programación. Y, entonces, hay que volver al Génesis... o, al decir no, hay que taparse los ojos y renunciar al más alto legado de la razón.
No, yo no quiero hacer apologética de nada. Pero pienso que a los mismos proyectos "Vikingo" que, loablemente, aspiran a explorar la verdad de los "canales de Marte", hay que yuxtaponer los propósitos de penetrar en la verdad egregia de la vida humana para mejor entenderla, mejor respetarla y mejor encaminarla.
|