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LOS ÚLTIMOS SECRETOS

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 29 de agosto de 1975

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Estados Unidos, mediante el proyecto "Vikingo", protagoniza una aventura es­pacial más. Mil millones de dólares —leemos— será aproximadamente el coste del lanzamiento de dos naves para la bús­queda de la vida en Marte. El tema acerca de si la vida es una contra-corriente cósmica —es de­cir una excepción— nada más presente en la Tierra, este astro nuestro (este astro que pisamos) a veces tan ilusionado y siempre tan atormentado, vuelve al candelero. Si la vida es un privilegio concedido al rincón del universo que habitamos, todavía, enton­ces, su misterio resulta más apabullante y su exis­tencia más sagrada. No parece, sin embargo, que lo consideremos así y que nos demos cuenta exacta —que tomemos conciencia puntual de ello— cuando con tan pródiga (y en ocasiones criminal) frivoli­dad nuestro tiempo y nuestra cultura no cesan en el atentado permanente contra la vida misma. Por­que diríase que —únicos usufructuarios del privile­gio biológico en el cosmos— nos sobran vidas. Por supuesto, el atentado que en la Tierra perpetramos es de anchísimo espectro. Desde la contaminación de la Naturaleza —reiteradísimamente recordada— hasta el aborto, desde la guerra organizada al terro­rismo, desde la sevicia de las "masacres" a la irres­ponsabilidad de las políticas que no ponen remedio al hambre (precursora de la muerte) de los pueblos, todo parece indicar que en la Humanidad se ha per­dido el sentido reverencial de la vida. Concretamen­te —y éste es el aspecto más esencial— en lo que a la existencia personal del hombre se refiere, ¿qué más da un hombre más o un hombre menos? En cualquier caso, interesa la especie y se desprecia a la persona individual. Las programaciones sobre po­lítica demográfica de nuestro mundo civilizado lo muestran bien a las claras. Así, podemos permitir­nos el lujo, vista la cosa a escala cósmica, no sólo de pisotear a las hormigas siempre excesivas y de despoblar a los bosques en proliferación constante y de extirpar ciertas especies inservibles (?), sino también de imponer un "numerus clausus" al desa­rrollo del "homo sapiens", taponando oportunidades, cegando fuentes, estableciendo una "previa censura" a la libérrima propagación natural del sorprendente, maravilloso fenómeno de la vida. Fenómeno cuya íntima índole y cuya causa nos son científicamen­te desconocidos y cuya estructura se manifiesta ca­da día más compleja. Y, entonces, ya es contra to­da lógica que conscientes, por ejemplo, del complicadísimo entramado del código genético (que trans­mite el secreto de los ojos verdes de la bella e in­fluye en la carga siniestra de la mirada torva del asesino), no tengamos inconveniente en impedir, es­torbar, destruir, manipular, ese prodigio de la vida que, realmente, aunque nada más se ciñese a un ejemplar único, a una existencia sola, valdría más que todo el Universo.

Y es, probablemente, que todo el Cosmos, toda la guirnalda de innumerables galaxias, todo el esplen­dor de la luz, toda la fuerza de la energía, todo el sustrato inmenso de la materia, no es sino la pre­paración, el expediente, el trámite previo de la vida. No, no estamos "gobernados" por los astros, como quieren los astrólogos y empiezan a creer los que se descabalgaron de una fe religiosa; no estamos determinados por los signos del zodíaco; pero el con­cierto de música interna de la noche estrellada, además de narrarnos la gloria de Dios, parece in­dicar que un providencial encadenamiento de cau­sas y concausas, fue desplegando en actividad cre­ciente de acciones y reacciones un Universo escena­rio en el que las leyes físicas y químicas en armo­nía y entrecruzamiento perpetuos dieron lugar al fin, en este reducto insignificante que es la Tierra, al hecho biológico y, sobre todo, como culminación, al hombre —a la persona humana— cuyo "secreto de fabricación" tiene sin duda alguna un valor, una eminencia, infinitamente superior al "secreto de fa­bricación" de la Nebulosa Andrómeda o la Vía Lác­tea. En efecto, el cerebro del hombre es la obra maestra de la Creación. ¿Por qué y para qué esta obra maestra? ¿Podemos, sin incidir en necedad, pensar que no tiene sentido y que carece de fina­lidad? Y, si abundan los cerebros, si abundan las vidas humanas, ¿podemos homologar el hecho con el de la abundancia de la hierba en un prado o de los árboles en un bosque, o de las hormigas en un hormiguero?

Es misterio la vida y, en grado alto, es sagrada la vida del hombre, de todo hombre. Pero actuamos como si fuese simplemente un hecho más. Y nos po­nemos a averiguar si es hecho que nada más se da aquí, o si se produce igualmente a billones de años-luz de distancia. Puede ser importante aclarar eso. Mucho más importante, mucho más trascendente es tomar conciencia de lo extraordinario de la rea­lidad a la vista que nos mueve a pensar que si una célula es incalculablemente superior a un átomo, y un gene de la especie humana algo incalculablemen­te más complicado y "preparado" que un gene de la gallina o del zorro, todo ello implica una jerarquización que se orienta ineludiblemente a un finalismo, a un propósito, a un plan, a una programación. Y, entonces, hay que volver al Génesis... o, al decir no, hay que taparse los ojos y renunciar al más alto legado de la razón.

No, yo no quiero hacer apologética de nada. Pero pienso que a los mismos proyectos "Vikingo" que, loablemente, aspiran a explorar la verdad de los "canales de Marte", hay que yuxtaponer los propó­sitos de penetrar en la verdad egregia de la vida humana para mejor entenderla, mejor respetarla y mejor encaminarla.