|
Hace poco, un político surafricano hablaba en televisión del "partido unido" que va a fundar en su país. Todos los hombres, en el fondo, si nos dejasen y pudiésemos y supiésemos, nos declararíamos cabeza de partido... Sin embargo, todos los hombres, hablamos sin cesar, a destajo, de la unión. Y aquí está el drama. De la reconciliación de estos dos términos opuestos, "partido" y "unión", depende la política, y depende la sociedad y depende el hombre. El "partido unido" que quiere fundar el surafricano es un poco la cuadratura del círculo. Otros quieren el "partido único". ¿Qué diferencia hay entre el partido único y el partido unido? El partido —sea cual fuere y al nivel que se considerare— implica que se ha deshecho una unidad. Tanto si yo digo que pertenezco al partido demócrata, como si declaro que me han "partido por el eje", como si aspiro a "sacar partido" de una situación, existe de por medio la consideración de que algo o alguien se ha roto, se ha astillado. Esto es lamentable y, por eso, enseguida, como contrapunto, después de haber hablado del partido o de lo partido, apelo al remiendo de la unión. Y quiero unir a los partidos para la política, o deseo que mi partido sea tan bueno que puede reclamar el derecho de ser único; o, si no, al menos, ya que no pueda ser único, quiero para él la calidad de unido. Es decir, ansío que de la astilla no se hagan astillas y que el partido no se divida en partidos y sub-partidos. Igual, si me han partido por el eje, ¿no recompondré en mi ánimo todas mis fuerzas dispersas con el fin de procurarme un nuevo eje que me haga consciente de esa unidad conmigo mismo que se me hizo trizas? En cuanto al sacar partido de algo, implica que dado el desajuste, la confusión, la descomposición o la revolución en cualquier plano de la vida (sea para bien o para mal), usted y yo, parece como si nos considerásemos obligados a aprovechar el momento para obtener —para sacar— de la realidad nuestro botín. Y con el botín contribuir al allegamiento de ese "yo" dividido o escaso que somos.
Lector, esto no son gramatiquerías. Ni esto son eutrapelias. Realmente, la verdad es que esto es terrible. Psicológicamente el "yo" es también el "partido único" que, sabiéndose parte del mundo, lucha no obstante por oponerse al mundo. También el "yo" es el "partido unido" porque se conoce como un agregado (o una suma) de vivencias, sensaciones, impulsos, proyectos, memorias e ideas dispersas que queremos unir bajo la férula unitaria de eso que llamamos personalidad. "Partido unido" y "partido único", cada hombre, al mismo tiempo, está abocado ineludiblemente a enfrentarse con los "partidos únicos" y con los "partidos unidos" que cada semejante representa... O sea, está el conflicto de dentro —el íntimo— para reducir en los planos del pensamiento y de la conducta, la pululación de elementos discontinuos y heterogéneos de que somos formados. Pero luego está el conflicto externo que enfrenta el pluralismo de nuestro ser con los pluralismos ajenos. Tenemos guerra interna y exterior; somos frontera con nosotros y con los otros. Nos partimos por dentro y nos aguarda afuera otra división. No acertamos a ensamblar nuestras piezas y se nos reclama, empero, el ensamblaje con los "picos" con que quienes nos rodean nos amenazan. Estamos partidos, somos partido y buscamos sacar partido. Y como compensación a tanto "partidismo", perseguimos con ahínco la unidad, lo único y lo unido. Es necesario y es... desesperante. Yo creo que todo esto es una inmensa "orogenia" que dota de montañas y de arrugas al hombre y a la Historia: que da a la sociedad su conformación agreste e inevitablemente nada llana. El hombre es descomunal porque nace con un propósito de entenderse a sí mismo y se encuentra con un maremagnun de tendencias, instintos, emociones y razones que no quieren someterse naturalmente al yugo ni se doblegan a convertirse en haz. La sociedad es tremendamente conflictiva porque el hombre necesita del otro por su superficie, y necesita de si mismo en profundidad y por arriba necesita de Dios. Pero luego el hombre no atina en el momento de conciliar sus intereses y de poner de acuerdo sus necesidades. La persona humana es pluridimensional, pero cuando está en una dimensión olvida las demás. El hombre es un ser extraño, dificilísimo, que jamás termina de acostumbrarse a su índole, a su paradoja, a su talante. Ente partido que aspira a la unidad, vive en medio de la sociedad, entidad dividida cuyo propósito y proyecto es la integración. Es, sí, pavorosamente contradictorio el hombre. Fermentado en ansias de eternidad, vive "condenado" a la Historia, hecha de tiempo y de sucesos en el tiempo: fungible, versátil y efímera.
Seamos sinceros. Todo hombre es "partido único" por dentro, es un "fascista" de espíritu que se camufla en deseos, retóricos o sinceros, de armonía. Todo hombre es partido avivado por lumbres egoístas y exclusivistas, que teme partirse, dividirse aún más de lo que está y por eso, racionalmente, lógicamente, entabla el recurso hacia una comprensión, un amor y una integración, primero consigo y luego con el resto. Noble ansia y alto proyecto. Pero difícil, muy difícil. La tendencia a la disgregación —por dentro y por fuera— cristaliza en rebeldías. Si vamos a decir verdad, lo natural es esto. Lo otro, lo de la unidad, lo de la armonía con lo que rodea, es atributo de Dios. La unidad es cosa de Dios. Y nada más puede reducirnos a nosotros mismos haciendo que cada cual sea quien es. Pero la empresa de encontrarse a sí y de encontrar a los otros, es verdaderamente dramática porque ha de efectuarse a través del plural, opuesto, vario, dislocado y descolocado mundo. Y la tentación de lo "único" combate la aspiración de lo "unido". Y todos "partidarios" de la "unidad", no cesamos de partir al mundo. Contumaces tablejeros de las palabras, de la lógica y del amor.
|