Revista Vbeda Revista Ibiut Revista Gavellar Diario La Provincia Semanario Vida Nueva Revista Don Lope de Sosa
Nuestra web sólo almacenará en su ordenador una cookie.<br>
Cookies de terceros.Por el momento, al utilizar el servicio Analytics,  Google, puede almacenar cookies que serán 
procesadas  en los términos fijados en la Web Google.com. En breve intentaremos evitar esta situación.
Revista Códice Redonda de Miradores Artículos Peal de Becerro. Revista anual Fototeca Aviso
y más: En voz alta Club de Lectura Saudar.es Con otra voz En torno a la palabra

Úbeda

Guía histórico artística de Úbeda. En las mejores librerías. Pulse para conocer las fuentes que nos avalan


Quizás la mejor Guía de Úbeda.

 
    

CANSANCIO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 23 de noviembre de 1974 (Pensamiento y opinión)

Volver

        

El mundo está cansado. Por lo menos, la gente se cansa. Hasta el punto de que el Cansancio empieza a insti­tucionalizarse. A institucio­nalizarse precisamente ahora, cuan­do tantas cosas queremos desins­titucionalizar. En Madrid se aca­ba de celebrar el "Congreso Inter­nacional sobre el Cansancio de la Vida". Yo no sé si "a chunga lo toma la gente", pero las persona­lidades que han intervenido en él —psicólogos, médicos, sociólogos, pe­dagogos, escritores— merecen "un respeto imponente".

En el Congreso —leemos— se ha estudiado el Cansancio a nivel fi­losófico, a nivel histórico y en sen­tido físico. ¿Qué es el cansancio? ¿Hay épocas más proclives al can­sancio que otras? Y ¿por qué nos cansamos? Y ¿hay edades, dentro del ciclo biológico de cada hombre, que sustantivan, por así decirlo, el cansancio? Todas estas preguntas han servido como cabecera de ca­pítulo a series de dudas, zozobras, inquietudes, planteadas por los congresistas. Resulta esto: El cansan­cio está siempre insinuado como una amenaza para la actividad hu­mana, cualquiera que sea; pero cuando toma cuerpo es cuando se pierde la "capacidad de proyecto" por no encontrar sentido a la exis­tencia.

Siendo así, se ha insistido, por lo visto, en la idea de que no exis­te una correlación marcada entre cansancio y vejez desde el instan­te en que relativamente abundan (todos los conocemos) ancianos ani­mosos, optimistas, alegres. Es que creen, todavía, en su propia vida. Y, además, conservan la fe en la vida que se dejan. Miran atrás y consideran que no han sido en va­no sus setenta, sus ochenta años. De otra parte—la mayoría de ellos— creen también en la vida que en la otra orilla les espera. Naturalmen­te, entonces, ni el mundo ni la existencia pierden razón de ser pa­ra esos hombres. Y su capacidad de proyecto, lejos de amenguar, se transfigura. Ejemplos existen. Se me viene a las mientes, de impro­viso, la capacidad de proyecto de que daba pruebas don Ramón Menéndez Pidal, próximo a cumplir los cien años.

Pero ancianos aparte, se infor­ma que muchos participantes en el Congreso han diagnosticado que, en general, ahora, los adultos tienen "más" capacidad de proyecto que los jóvenes y que, por consiguiente, psicológicamente se cansan "me­nos". El dictamen se presta, por supuesto, a la discusión y a la con­troversia incluso apasionada. Yo pienso que si es verdad que los adultos nos cansamos "menos" será, en buena parte, porque la mayoría —y de los de mi generación hablo— conservamos con cariño un rescol­do ardiente de ideales de los que no queremos abdicar. Depende, de­pende. Habrá quien estime que esto de esforzarse por mantener en al­to ciertos sistemas de creencias, ciertos modos de conducta, es in­dicio de una esclerosis mental. Pe­ro habrá quienes vean lo contra­rio. La actitud y la aptitud para orientar y componer las ideas de manera que constituyan un ideal es —creo yo—un síntoma de juventud espiritual. Y es a los cuarenta y cinco, a los cincuenta, a los sesen­ta años, cuando el hombre,—ma­duro y bien maduro— puede de ver­dad encontrarse a sí mismo. Y en­contrarse, tras la búsqueda y tras la experiencia y tras el estudio re­posado, adherido gozosamente a un estilo de vida. Y sería error cali­ficar de enquistamiento a este esti­lo con afán logrado y con ilusión conservado.

Pero será muy injusto eximir a los jóvenes de la capacidad de pro­yecto y ver o prever que se can­san más. ¿Cómo puede ser eso? Realmente, el joven es proyectista casi por definición. Y casi por de­finición no puede, no debe cansar­se. En ocasiones, ni sabe cansarse. Si se cansa, es porque la juventud le funciona mal. Y ya se sabe; la avería de los motores mejores sue­le dar la lata; más lata que la de los viejos mecanismos de fallo co­nocido... Yo trato a innumerables jóvenes con problema, pero con pro­grama. Les desalienta de vez en vez una sorpresa, pero la empresa les vuelve al camino. Los otros, los que no llevan bien la juventud, es porque—probablemente—tienen mal organizado el sistema digestivo (y perdón por la expresión) de las ideas. Ingieren mil ideas. Luego no aciertan a hacer ideal de las ideas, no atinan a organizar, a asumir, a clasificar, a jerarquizar, a distri­buir los conocimientos. Padecen de un metabolismo mental fatal. Y con ese bajo metabolismo no hay quien deje de cansarse. Yo no creo demasiado en la "angustia vital" de los jóvenes. La mayoría de las veces parece angustia pintada, co­piada, resaltada. Procurada angustia precoz, un tanto presumida. Se parece—"mutatis mutandi"—al én­fasis adolescente de esas niñas que no han salido de los trece años y ya resaltan con ajustadores "ad hoc" sus senos incipientes. Sí; yo estimo que muchas de las angus­tias juveniles son angustias de sos­tén. Pero las hay también ciertas y seguramente dolorosas. Para ellas urge el remedio, que es sencillo: Se le busca sentido a la vida; lo tiene. Se busca gusto a la existen­cia: lo tiene. Se aprende su tras­cendencia: la hay. Y así el proyec­to surge solo. Y con él, la alegría; la alegría es algo distinto al pla­cer y, alguna vez, algo opuesto al placer. Quizás esto es lo que tie­ne que querer entender aquel sec­tor de la juventud que se cansa ahora como antes se cansaban los viejos. Mil deseos existen en algu­nos jóvenes que tapan al Deseo. Cuando se tiene un gran Deseo, el cansancio no llega; aunque la ver­dad, el bien o la belleza que se desean tarden.

También en el Congreso Interna­cional sobre el Cansancio de la Vi­da se ha acometido el tema de la oscuridad del futuro. Un futuro que se ve venir, pero que nadie ve có­mo viene y cómo es, atemoriza. Es cierto. Pero en algunos aspectos puede que se exagere. Además, respecto a otros tiempos, la diferen­cia es más cuantitativa que cuali­tativa. Siempre el futuro fue oscu­ro, imprevisible, incierto. Cuando el futuro deja de ser incierto, ni si­quiera es futuro. Claro que hoy el futuro es más incierto todavía. Pe­ro también la historia tiene—pien­sa uno—habilidades circenses para el más difícil todavía. Y la Provi­dencia.

La gente se cansa. Nos cansa­mos. Pero ¿no sería mejor no ins­titucionalizar el Cansancio? El Can­sancio, como la tos, como el cata­rro, como la taquicardia, como el dolor de cabeza..., se mejora si se habla menos de él.

Por último, hay un cansancio que viene por querer entenderlo todo. Quizás es el peor. Porque es cargar demasiado a la inteligencia que, en­tonces, se declara impotente. "Intelligence, quelle petite chose a la surface de nous", escribía Maurice Barres.