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El mundo está cansado. Por lo menos, la gente se cansa. Hasta el punto de que el Cansancio empieza a institucionalizarse. A institucionalizarse precisamente ahora, cuando tantas cosas queremos desinstitucionalizar. En Madrid se acaba de celebrar el "Congreso Internacional sobre el Cansancio de la Vida". Yo no sé si "a chunga lo toma la gente", pero las personalidades que han intervenido en él —psicólogos, médicos, sociólogos, pedagogos, escritores— merecen "un respeto imponente".
En el Congreso —leemos— se ha estudiado el Cansancio a nivel filosófico, a nivel histórico y en sentido físico. ¿Qué es el cansancio? ¿Hay épocas más proclives al cansancio que otras? Y ¿por qué nos cansamos? Y ¿hay edades, dentro del ciclo biológico de cada hombre, que sustantivan, por así decirlo, el cansancio? Todas estas preguntas han servido como cabecera de capítulo a series de dudas, zozobras, inquietudes, planteadas por los congresistas. Resulta esto: El cansancio está siempre insinuado como una amenaza para la actividad humana, cualquiera que sea; pero cuando toma cuerpo es cuando se pierde la "capacidad de proyecto" por no encontrar sentido a la existencia.
Siendo así, se ha insistido, por lo visto, en la idea de que no existe una correlación marcada entre cansancio y vejez desde el instante en que relativamente abundan (todos los conocemos) ancianos animosos, optimistas, alegres. Es que creen, todavía, en su propia vida. Y, además, conservan la fe en la vida que se dejan. Miran atrás y consideran que no han sido en vano sus setenta, sus ochenta años. De otra parte—la mayoría de ellos— creen también en la vida que en la otra orilla les espera. Naturalmente, entonces, ni el mundo ni la existencia pierden razón de ser para esos hombres. Y su capacidad de proyecto, lejos de amenguar, se transfigura. Ejemplos existen. Se me viene a las mientes, de improviso, la capacidad de proyecto de que daba pruebas don Ramón Menéndez Pidal, próximo a cumplir los cien años.
Pero ancianos aparte, se informa que muchos participantes en el Congreso han diagnosticado que, en general, ahora, los adultos tienen "más" capacidad de proyecto que los jóvenes y que, por consiguiente, psicológicamente se cansan "menos". El dictamen se presta, por supuesto, a la discusión y a la controversia incluso apasionada. Yo pienso que si es verdad que los adultos nos cansamos "menos" será, en buena parte, porque la mayoría —y de los de mi generación hablo— conservamos con cariño un rescoldo ardiente de ideales de los que no queremos abdicar. Depende, depende. Habrá quien estime que esto de esforzarse por mantener en alto ciertos sistemas de creencias, ciertos modos de conducta, es indicio de una esclerosis mental. Pero habrá quienes vean lo contrario. La actitud y la aptitud para orientar y componer las ideas de manera que constituyan un ideal es —creo yo—un síntoma de juventud espiritual. Y es a los cuarenta y cinco, a los cincuenta, a los sesenta años, cuando el hombre,—maduro y bien maduro— puede de verdad encontrarse a sí mismo. Y encontrarse, tras la búsqueda y tras la experiencia y tras el estudio reposado, adherido gozosamente a un estilo de vida. Y sería error calificar de enquistamiento a este estilo con afán logrado y con ilusión conservado.
Pero será muy injusto eximir a los jóvenes de la capacidad de proyecto y ver o prever que se cansan más. ¿Cómo puede ser eso? Realmente, el joven es proyectista casi por definición. Y casi por definición no puede, no debe cansarse. En ocasiones, ni sabe cansarse. Si se cansa, es porque la juventud le funciona mal. Y ya se sabe; la avería de los motores mejores suele dar la lata; más lata que la de los viejos mecanismos de fallo conocido... Yo trato a innumerables jóvenes con problema, pero con programa. Les desalienta de vez en vez una sorpresa, pero la empresa les vuelve al camino. Los otros, los que no llevan bien la juventud, es porque—probablemente—tienen mal organizado el sistema digestivo (y perdón por la expresión) de las ideas. Ingieren mil ideas. Luego no aciertan a hacer ideal de las ideas, no atinan a organizar, a asumir, a clasificar, a jerarquizar, a distribuir los conocimientos. Padecen de un metabolismo mental fatal. Y con ese bajo metabolismo no hay quien deje de cansarse. Yo no creo demasiado en la "angustia vital" de los jóvenes. La mayoría de las veces parece angustia pintada, copiada, resaltada. Procurada angustia precoz, un tanto presumida. Se parece—"mutatis mutandi"—al énfasis adolescente de esas niñas que no han salido de los trece años y ya resaltan con ajustadores "ad hoc" sus senos incipientes. Sí; yo estimo que muchas de las angustias juveniles son angustias de sostén. Pero las hay también ciertas y seguramente dolorosas. Para ellas urge el remedio, que es sencillo: Se le busca sentido a la vida; lo tiene. Se busca gusto a la existencia: lo tiene. Se aprende su trascendencia: la hay. Y así el proyecto surge solo. Y con él, la alegría; la alegría es algo distinto al placer y, alguna vez, algo opuesto al placer. Quizás esto es lo que tiene que querer entender aquel sector de la juventud que se cansa ahora como antes se cansaban los viejos. Mil deseos existen en algunos jóvenes que tapan al Deseo. Cuando se tiene un gran Deseo, el cansancio no llega; aunque la verdad, el bien o la belleza que se desean tarden.
También en el Congreso Internacional sobre el Cansancio de la Vida se ha acometido el tema de la oscuridad del futuro. Un futuro que se ve venir, pero que nadie ve cómo viene y cómo es, atemoriza. Es cierto. Pero en algunos aspectos puede que se exagere. Además, respecto a otros tiempos, la diferencia es más cuantitativa que cualitativa. Siempre el futuro fue oscuro, imprevisible, incierto. Cuando el futuro deja de ser incierto, ni siquiera es futuro. Claro que hoy el futuro es más incierto todavía. Pero también la historia tiene—piensa uno—habilidades circenses para el más difícil todavía. Y la Providencia.
La gente se cansa. Nos cansamos. Pero ¿no sería mejor no institucionalizar el Cansancio? El Cansancio, como la tos, como el catarro, como la taquicardia, como el dolor de cabeza..., se mejora si se habla menos de él.
Por último, hay un cansancio que viene por querer entenderlo todo. Quizás es el peor. Porque es cargar demasiado a la inteligencia que, entonces, se declara impotente. "Intelligence, quelle petite chose a la surface de nous", escribía Maurice Barres.
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