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LOS PIES Y EL PAVO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 26 de septiembre de 1974

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Sabido es que no existe la «política» químicamente pura. Está condicionada —y ahora, en este tiempo, más—, por una serie de factores y de situaciones tal que rara vez la decisión de gobier­no de cualquier estadista puede ate­nerse a una ideología, prescindiendo de todo lo demás. La posición geo­gráfica y la económica de cada país, comprometen en cada caso su actua­ción política, tanto o más que el cre­do que se profesa. Por eso, un «con­servador» —pongamos por caso— se declina de diferente manera en la India que en Inglaterra. Y, ¿acaso un socialista del Canadá es recono­cible a simple vista si usásemos co­mo tipo, como modelo, como patrón, al socialista de Tanzania? El decur­so de los acontecimientos ofrece, de otra parte, el hecho curioso de pala­bras de significación política matri­moniadas con otras que siempre im­plicaron valoraciones antípodas. En rigor, el concepto «liberal» en sus orígenes es casi completamente opues­to al concepto «demócrata»; pero ahora se ofendería cualquier demócrata si se nos ocurriese tacharle de antiliberal. También se da la cir­cunstancia de que como las llamadas «fuentes de energía» pierden o ga­nan puestos y la primacía de las mismas cambia, la «sartén» varía de mango y de empuñadura según los ejemplos. El carbón y el hierro —su producción y explotación— fueron parte importantísima de bastantes imperialismos y colonialismos que ahora caducan. Porque ahora se al­za el imperialismo del petróleo. Los países árabes, con sus amenazas de elevación de precio, están dictando conductas políticas en Occidente, insospehadas hace nada más diez o doce años. Pronto, encaramado en su posición de imperialismo económico, un árabe revolucionario —comunista hace cinco años— tendrá mucho más parentesco con un inglés Victoriano que con un marxista búlgaro, ruma­no o húngaro sumido en la pobreza.

El batiburrillo político mundial de ahora viene de ahí. Y aquello que antes se decía de «no sabe dónde tienen la mano derecha», aludiendo a inepcias personales de cualquier especie, podría aplicarse ahora a la situación de cualquier país. Derecha o izquierda política son ya conceptos tan fluidos, tan condicionados y tan sofisticados —tan presionados, ero­sionados, traídos, llevados, modifica­dos— que nadie sabe quién es. Por eso, afloran los nuevos despotismos, los nuevos colonialismos, tan estú­pidos y absurdos como antaño los nuevos ricos. Kipling encontraba poe­sía, llevado de su entusiasmo y de su pasión, en la Inglaterra que asen­taba sus dominios desde Egipto a Hong Kong. Pero a un occidental le será todavía más extraño y más di­fícil de entender el posible poeta ára­be que el día menos pensado se va a poner a escribir con caracteres cú­ficos, no ya las delicias del paraíso de Mahoma, sino las venturas árabes procedentes del «crudo» a tanto la tonelada. Todo según el color. Y la verdad es que, en este aspecto, las ideas políticas se han repintado tan­tas veces el rostro —al son que les dicta la geografía, la economía, los intereses, las «ententes», etc.— que, como en el payaso, el abayalde de hoy, superpuesto al colorete de ayer, convierte en grotescas todas las pa­labras, irrisorios los saltos, estólidos los gestos, desencajadas las actitudes.

La política tuvo sus adalides en los filósofos de uno u otro matiz. Stuart Mill, Marx, Fitche, Rouseau, Burke, Hegel, Compte... inspiraron muchas ideologías y dieron pretexto a no pocas banderas. Luego la política dejó un poco de mano las ideas para em­puñar las armas con todo ahínco y vinieron las revoluciones. No ha pa­sado, por desgracia, la hora del ca­ñón, de la ametralladora, de la bom­ba; se unen ahora las guerras eco­nómicas. Y las hay de toda especie, desde la del petróleo hasta la del bacalao. ¡Quién lo diría! El bacalao, un arma política. También el me­locotón y la pera. Ford ha amenazado recientemente. También el trigo puede ser una estupenda arma. Ha hablado de la «tentación de emplear sus alimentos como armas políticas, ofreciéndolos o negándolos, según pudiera conve­nir a sus intereses».

Está visto: las ideologías, con sus sublimes enunciados políticos, quisie­ron alzarse al cielo. Sobrenadan to­das las palabras que las ideologías pusieron en circulación: Libertad, Justicia, Paz, Fraternidad, Igualdad, Democracia. Sobrenadan a duras pe­nas, resistiendo los embates que los intereses del petróleo, del bacalao y del melocotón les infligen. Da un poco de grima y otro poco de pena. Los idearios se hicieron su rueda, se subieron en arrogancias y en énfa­sis. Dan deseos de decir a esos po­líticos que presumen de pureza conceptual: «Mírate los pies y desharás la rueda». Son palabras de Cipión, el perro cervantino. Efectivamente, ¡cuánta palabrería, cuánta rueda re­tórica hay que deshacer. ¡Cómo el pavo, si fuese sencillo, si no fuese pavo, tendría que plegar su real plu­maje si se mirase los pies!