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Sabido es que no existe la «política» químicamente pura. Está condicionada —y ahora, en este tiempo, más—, por una serie de factores y de situaciones tal que rara vez la decisión de gobierno de cualquier estadista puede atenerse a una ideología, prescindiendo de todo lo demás. La posición geográfica y la económica de cada país, comprometen en cada caso su actuación política, tanto o más que el credo que se profesa. Por eso, un «conservador» —pongamos por caso— se declina de diferente manera en la India que en Inglaterra. Y, ¿acaso un socialista del Canadá es reconocible a simple vista si usásemos como tipo, como modelo, como patrón, al socialista de Tanzania? El decurso de los acontecimientos ofrece, de otra parte, el hecho curioso de palabras de significación política matrimoniadas con otras que siempre implicaron valoraciones antípodas. En rigor, el concepto «liberal» en sus orígenes es casi completamente opuesto al concepto «demócrata»; pero ahora se ofendería cualquier demócrata si se nos ocurriese tacharle de antiliberal. También se da la circunstancia de que como las llamadas «fuentes de energía» pierden o ganan puestos y la primacía de las mismas cambia, la «sartén» varía de mango y de empuñadura según los ejemplos. El carbón y el hierro —su producción y explotación— fueron parte importantísima de bastantes imperialismos y colonialismos que ahora caducan. Porque ahora se alza el imperialismo del petróleo. Los países árabes, con sus amenazas de elevación de precio, están dictando conductas políticas en Occidente, insospehadas hace nada más diez o doce años. Pronto, encaramado en su posición de imperialismo económico, un árabe revolucionario —comunista hace cinco años— tendrá mucho más parentesco con un inglés Victoriano que con un marxista búlgaro, rumano o húngaro sumido en la pobreza.
El batiburrillo político mundial de ahora viene de ahí. Y aquello que antes se decía de «no sabe dónde tienen la mano derecha», aludiendo a inepcias personales de cualquier especie, podría aplicarse ahora a la situación de cualquier país. Derecha o izquierda política son ya conceptos tan fluidos, tan condicionados y tan sofisticados —tan presionados, erosionados, traídos, llevados, modificados— que nadie sabe quién es. Por eso, afloran los nuevos despotismos, los nuevos colonialismos, tan estúpidos y absurdos como antaño los nuevos ricos. Kipling encontraba poesía, llevado de su entusiasmo y de su pasión, en la Inglaterra que asentaba sus dominios desde Egipto a Hong Kong. Pero a un occidental le será todavía más extraño y más difícil de entender el posible poeta árabe que el día menos pensado se va a poner a escribir con caracteres cúficos, no ya las delicias del paraíso de Mahoma, sino las venturas árabes procedentes del «crudo» a tanto la tonelada. Todo según el color. Y la verdad es que, en este aspecto, las ideas políticas se han repintado tantas veces el rostro —al son que les dicta la geografía, la economía, los intereses, las «ententes», etc.— que, como en el payaso, el abayalde de hoy, superpuesto al colorete de ayer, convierte en grotescas todas las palabras, irrisorios los saltos, estólidos los gestos, desencajadas las actitudes.
La política tuvo sus adalides en los filósofos de uno u otro matiz. Stuart Mill, Marx, Fitche, Rouseau, Burke, Hegel, Compte... inspiraron muchas ideologías y dieron pretexto a no pocas banderas. Luego la política dejó un poco de mano las ideas para empuñar las armas con todo ahínco y vinieron las revoluciones. No ha pasado, por desgracia, la hora del cañón, de la ametralladora, de la bomba; se unen ahora las guerras económicas. Y las hay de toda especie, desde la del petróleo hasta la del bacalao. ¡Quién lo diría! El bacalao, un arma política. También el melocotón y la pera. Ford ha amenazado recientemente. También el trigo puede ser una estupenda arma. Ha hablado de la «tentación de emplear sus alimentos como armas políticas, ofreciéndolos o negándolos, según pudiera convenir a sus intereses».
Está visto: las ideologías, con sus sublimes enunciados políticos, quisieron alzarse al cielo. Sobrenadan todas las palabras que las ideologías pusieron en circulación: Libertad, Justicia, Paz, Fraternidad, Igualdad, Democracia. Sobrenadan a duras penas, resistiendo los embates que los intereses del petróleo, del bacalao y del melocotón les infligen. Da un poco de grima y otro poco de pena. Los idearios se hicieron su rueda, se subieron en arrogancias y en énfasis. Dan deseos de decir a esos políticos que presumen de pureza conceptual: «Mírate los pies y desharás la rueda». Son palabras de Cipión, el perro cervantino. Efectivamente, ¡cuánta palabrería, cuánta rueda retórica hay que deshacer. ¡Cómo el pavo, si fuese sencillo, si no fuese pavo, tendría que plegar su real plumaje si se mirase los pies!
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