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Quizás el verano sirve en buena parte, y a cada uno, para perder de vista a los problemas más o menos personales. Los perdemos de vista o los tapamos. Los tapamos o alegremente los lanzamos, los echamos de casa. Pero llega septiembre y los problemas vuelven a verse, a destaparse o a caernos encima. Llega un día a mediados de septiembre en que otra vez decimos "no hay tiempo para nada". También decimos lo de que "hay que apretarse el cinturón". También solemos salir con lo de "cada mochuelo a su olivo". Y todas las frases que ustedes saben. El caso es que encarados con nosotros mismos, tras la fuga estival, advertimos que los problemas han engordado. "Tienes muy buen aspecto" es un halago que se le espeta a cualquiera cuando vuelve de la playa, de la sierra, de Francia, de un pueblecito de Castilla, de donde sea. Pero también los problemas, cuando se nos ponen delante en septiembre, han ganado apariencia y peso. ¿No son ya problemillas? ¿Han dado el estirón y son problemazos?
Una palabra muy actual —problemática— parece dar a entender que los problemas no son eventos esporádicos y ocasionales, sino que tienen una organización, una sistemática y una estructura. Es decir: no se caza un problema y se le elimina, sino que forma parte de una serie. Los problemas pueden "hacernos la pascua", pero la problemática implica algo más; la problemática nos hace la guerra. Ataca no como un simple agresor o como una grave dificultad, sino como todo un ejército. Y, entonces, aparecen esos señores que van y escriben libros con estos títulos: "Problemática del hambre en el mundo", "Problemática de la Historia a la luz del estructuralismo", "Problemática del celibato", "Problemática de la critica del arte actual", "Problemática de la enseñanza de la lectura y de la escritura en la escuela primaria", "Problemática del resfriado sin fiebre"... Es decir, se hace problema de todo, en una escala que va de lo trágico a lo grotesco, ya que también está la problemática que crea el desodorante que abandona a las cinco de la tarde. Y así, acostumbrados a la "problemática" y al "tiene problema" que exclamamos cuando nos tropezamos con un cejijunto, y al "cuál es tu problema" que preguntamos a don Ambrosio, quien era feliz y deja de serlo cuando se pone a escarbar para encontrar su problema..., acostumbrados a creer que no hay mañana sin "pega" ni tarde sin "papeleta", por la misma razón por la que no hay domingo sin lunes, nos creamos un clima de agotamiento, de desazón o de pánico (según los casos) ante los problemas, que nos incita al "programa". Porque contra la "problemática" está la "programática". Hoy todo es problema o... programa. Si la problemática ataca, la programática significa algo así como la defensa antiaérea. La gente programa trabajos, diversiones, cansancios, descansos, ideologías, dudas y hasta descreimientos (porque hay procesos —y esto es patente— para la pérdida de la fe, como los hay para el fomento de la fe). Frente a problemas, programas. Se planifica un trabajo y así parece que ya a fatigar menos. O se traza el organigrama de una empresa y así parece que se suscribe una póliza contra todo riesgo. Creo, pues, que están haciendo falta en los escaparates de las librerías estos dos títulos nuevos —tan del día—: "Programática de la prob1emática", "Problemática de la programática". Pero bueno: quizá contra los problemas, con tan "buen aspecto", que nos acometen después de las vacaciones a los hombres que dicen traemos buen aspecto, sean más eficaces ciertos métodos "caseros", que en lugar de recurrir a estadísticas, a baremos y al «test» apelan a los consejos, a las simples recomendaciones que suscitan la experiencia o el buen sentido.
No sé si los libros que hablan de "problemáticas" resuelven los problemas. Creo que más veces los encaraman que los vencen. Estimo que lo bueno es desmontar problemas y no resaltarlos, elevarlos como torres sin... campanas. Más bien hay que achicarlos. Y precisamente cuando son muchos hay que achicarlos más para que nos quepan. Hace unos días tuvo mi mujer el problema de las maletas. No sabía cómo hacer para meter en ellas tanta cosa. Me asombré cuando comprobé que se podía cerrar una maleta que abierta ofrecía un montón de casi medio metro de altura. Pero mi mujer tiene, entre otras, esa habilidad de acomodar, de colocar prendas y objetos en el equipaje. Y donde yo sólo podía colocar dos trajes y tres camisas ella acierta a conseguir el triple y quizás el cuádruple. ¡He ahí una manera de achicar los problemas!, pensé. Y considero que todo el acierto vital para caminar por la vida no está, no radica en viajar sin equipaje, sino en saber acomodar bien el bagaje ideológico lleno de problemas que, queramos o no, tenemos que acarrear. Pero si agrandamos y ahuecamos los problemas, en lugar de reducir su volumen o disimularlo, ya lo de tener ideas, creencias, amores o ciencia no va a ser posible, ya que cada idea, creencia o amor lleva anejo su problema. Y quien "añade ciencia, añade dolor", como escribía Roger Bacón.
Además, no todo, todo, es problema. Deben mirarse las cuestiones con vista normal y no con microscopio. Contempladas las cosas con prevención, pululan los problemas en cosas tan minúsculas como una pulsación, una cana de más, un cabello de menos; hay quien hace problema de una mota de polvo. Y todavía sé de quienes no entran jamás en un cine ni en una iglesia, porque en cines e iglesias hay siempre gentes que tosen. Y como tosen, contagian el catarro.
Sepamos discriminar lo que es problema de lo que no lo es. Y lo que ofrece grave dificultad de lo que la ofrece leve. Y achiquemos los problemazos, plegándolos para que nos quepan, en lugar de estirarlos para que nos llenen de pavor. Convivamos, en cualquier caso, con el problema normal de cada día, hagámosle sitio y no tengamos prisa en solucionarlo urgentemente. Eso puede hacer daño. No extirpemos de raíz todas las dificultades, porque realmente ellas inmunizan un tanto y nos preservan de las mayores. El problema de cada día preserva; y una vida sin problemas no puede ser vida. Bien está que removamos los obstáculos, pero sin demasiada prisa. De todas formas, cuidado. No suceda aquello de que al extirpar la cizaña, arranquemos al par el trigo.
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