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La televisión reprodujo con reiteración, en cámara lenta, el segundo gol de la final del campeonato que dio el triunfo a la Alemania Federal. Era curioso. Visto así, el portero daba la impresión de que se lucía en un pase de muleta al balón. Su postura, con la cabeza inclinada y el cuerpo girando lentamente, como si se deleitara en la suerte, recordaba esos naturales que despiertan los "olés" en los tendidos. Pero lo que entraba bajo los postes hasta la red no era un toro: era una pelota. Y la morosa pereza del gol televisado en cámara lenta no era sino la versión de un tiro rapidísimo producido en un abrir y cerrar de ojos.
Es muy divertido esto. La cámara lenta amplía la visión del tiempo, como el microscopio agranda la de los objetos. ¿Hay milésimas de milímetro? Sí. Y en la pata de un mosquito hay un potentísimo juego de musculatura, quizá tan sensacional como en la pierna de Cruif (no sé si se escribe Cruif, o Croif, o cómo). Pero nuestra visión se acomoda a la dimensión de la pierna del futbolista y no a la de la pata del insecto. Algo semejante ocurre con el tiempo. ¿Hay centésimas de segundo? Claro que las hay. Lo que sucede es que, normalmente, nuestra organización biológica, regida por los latidos de) corazón, es roma en cuanto a la percepción de los espacios minúsculos de tiempo se refiere. Hace falta echar mano de la cámara lenta para poder darse cuenta de lo que cabe en un santiamén. ¡Qué espectacular si, a cámara lenta, pudiéramos también reproducir, en sus últimos e íntimos movimientos psicológicos, el tiempo de un grito de pánico o el de un súbito instante de dicha! Un instante, ¿qué es un instante? Pensamos que el júbilo o el miedo se presentan en un momento. ¡Qué emoción si pudiéramos ver dentro —hondo— en el momento que hace afluir la sangre al rostro y la chispa iluminada a los ojos, o la arruga a la frente, o la exaltación a los tensores del cuello crispado! ¿Acaso esas alteraciones de la mirada, del color del rostro, de la postura, no necesitan una complicadísima preparación biológica? De verdad, sería subyugante observar, en lentitud, la descarga de adrenalina que en una décima de segundo da un latigazo —semejante a un gol del fútbol— al partido que continuamente juegan el psiquismo y la fisiología de cada uno. Y entre un sístole y un diástole, Dios mio, ¿quién mide el tiempo y quién cuenta la vida?
Pero no podremos ver por dentro y ensanchado un segundo de nuestras emociones, como vemos, en cámara lenta, dilatado basta lo inverosímil, el gol de un Osasuna o la zancadilla de un defensa del Rayo Vallecano. Es lástima que no exista una "moviola" que detecte minuciosamente el momento en el que se nos levanta un coraje, surge una decisión o se produce el "sí" o el "no" de la libertad ante una opción cualquiera. La verdad es que nos juzgamos y juzgamos a los demás con injusticia, muchas veces, al no disponer de una instrumentación capaz de registrar, en finos análisis, la multitud de motivos que concurren en un instante hacia la inducción del delito o del acto virtuoso. No hay laboratorios para eso.
—Oiga, cámara: Vamos a repetir, en giro lentísimo, el pecado de don Felipe. Realmente, ¿fue o no fue pecado? Muy despacio, muy despacio... Gradúe la responsabilidad de don Felipe en ese momento. Mida el cúmulo de influencias concomitantes, valore con precisión las causas, las concausas, las inhibiciones, los estímulos, los recuerdos que han colaborado a su acto de violencia, es decir, al puntapié tangible y visible que acaba de dar a don Marcelo. No nos equivoquemos. Ese puntapié, ¿era libre o era obligado? Despacio, muy despacio, por favor.
—Paciencia, cámara, paciencia. Hay que repetir. No está del todo claro el "off-side" amoroso de Ursulita. Ciertamente fue un instante de "desliz". Pero puede caber mucha ingenuidad en un desliz. También en un desliz cabe mucha frescura o mucha cara dura, que viene a ser lo mismo. Puede ser una cosa o puede ser otra. Hay que discriminar, hay que ver claro dentro de ese momento del desliz. ¿Qué ríos —de agua limpia o de agua turbia— han concurrido a esa desembocadura? Y ¿se trata nada más de una desembocadura o de un delta pantanoso? Cuidado al juzgar. Despacio, despacio. Análisis microscopio, cámara lenta. Atención, hasta el milímetro y hasta la décima de segundo, al "fuera de juego" de Ursulita.
Y así sucesivamente. Con técnicas de laboratorio, aún por inventar, sería útil comprobar la moralidad o la inmoralidad que cabe en un momento de la vida de un hombre Aunque surge la duda. Inquiriendo mucho, a lo mejor nos armábamos más lío. Dice García Lorca en "Poeta en Nueva York": "He visto que las cosas cuando buscan su curso encuentran su vacío. Hay un dolor de huecos por el aire sin gente".
El consuelo —el único quizás es que existe un justo tasador de nuestro tiempo. Él sí sabe lo que cabe en cualquiera de nuestros instante. ¿Qué hará Él con el dolor de nuestros huecos? Ya que, realmente, todos nuestros males en nuestros huecos tienen su origen. Nos enseña la Física moderna que el espacio vacío en el seno de los átomos —entre núcleo y electrones— es semejante al vacío existente en las nebulosas, entre astro y astro. La materia, como tal, está vacía. Hoy ya, declararse materialista no sirve. Declararse materialista es declararse "masticador de aire". O licenciado en huecos.
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