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ANIMAL VESTIDO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 25 de enero de 1974 (Pensamiento y opinión)

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¿El hombre? Cada vez más información, más datos para su conocimiento, pero quizá su concepto se nos aleja. Y el caso es que cada uno tiene la experiencia de sí mis­mo y puede que esto baste. "Yo sí se quién soy", decía Don Quijote, y ahora Carlos Rojas, en el libro que ha escrito sobre Azaña hace repetir en más de una ocasión las mismas palabras al último Presi­dente de la Segunda República cu­ya vida, ciertamente dramática, ofrece en la biografía doblada de novela del "premio Planeta" as­pectos bastante equívocos. Proba­blemente, en el fondo, la equivocidad es cosa bastante humana. ¿Quién tiene ideas, actuaciones, fer­vores y deseos totalmente inequí­vocos? Pero volvamos al nombre a quien muchos se empeñan en cali­ficar como "ese desconocido". La "incógnita del hombre" que decía Alexis Carrel no se despeja. Definiciones apelando al próximo gé­nero y a la última diferencia, no faltan. "Homo erectus", "homo sapiens", "homo ridens", "homo econimicus", "homo religiosus"... Se dijo también que "es el animal que cuece sus alimentos". Y, ¿por qué no decir de él: "Hombre, ani­mal vestido"? En resumidas cuen­tas, en cuanto a lo externo se re­fiere, no cabe entre el hombre y el resto de los animales una diferen­cia más señalada y ostensible que el vestido. En lo externo, sí; pero a través de lo que salta a la vista es como constatamos en muchas ocasiones cualidades y calidades que precisamente por fundamen­tales permanecen ocultas. Así es que no constituiría un disparate decir: Dime cómo vistes y te diré quién eres. Porque incluso dentro de cualquier moda, hay siempre un margen para lo personal y el ves­tido es señal del estilo. Porque "sa­bía quién era", vestía Don Quijo­te armadura y celada y yelmo. Pe­ro para cualquiera, el detalle más accesorio —llevar corbata o no, lle­var o no llevar sombrero, usar correa o tirantes, la forma de la ame­ricana— es significativo. Y no di­gamos en la mujer. En otras épo­cas, el vestido ha tenido una im­portancia mayor. Yo creo que porque en otras épocas el hombre se conocía mejor y sabía quién era. El hecho de que hoy a la primera oportunidad, hombre y mujer es­quematicen su indumentaria, alige­ren su ropa e incluso se desnuden públicamente siempre que puedan, enseña que el concepto que tienen de sí mismos se borra o se debili­ta. ¿Regreso a la Naturaleza? Pue­de que sí. Pero ahí está la cuestión. El hombre no es únicamente natu­raleza, el hombre no se agota en el animal que le sirve de susten­táculo. Y precisamente el vestido es el signo o la plasmación del sobreañadido, es decir, del "plus" de espíritu que eleva al "animal racio­nal" sobre el resto de la escala zoo­lógica. La civilización comienza con la hoja de parra y continúa con las plumas en la cabeza. De lo que no cabe duda es de que las épocas más cultas han sido las épocas mejor vestidas. Tengo la impresión de que cada idea, cada invento, cada cos­tumbre, cada creencia, han sido co­mo "vestiduras" que han arropa­do a la persona humana frente a la simple ignorancia que no es si­no una desnudez. Bien abrigado de cultura, el hombre ha podido eri­gir su auténtica "constitución" so­bre-animal. Apelando al texto bí­blico, también cabe pensar que la cultura es la segunda naturaleza que, tras la caída original, vuelve en cierto modo a acercar al hom­bre a su primer estado de privile­gio. Y que el "ganarás el pan con el sudor de tu frente" es la conde­na que lleva aneja una esperanza. Pero el hombre comienza la tarea de rehabilitarse, cuando empieza a trabajar, inicia la empresa de vestirse. Porque es distinto del res­to de los animales, porque sabe quién es, fabrica sus instrumentos, cuece sus alimentos, eleva la fren­te al cielo, esboza en su semblan­te una sonrisa, guarda para maña­na la provisión que hoy le sobra y... se cubre con una zamarra. Y entonces, ya, ni su mente, ni su co­razón, ni su cuerpo, están a la pu­ra intemperie. Hombre, animal ves­tido.

Será que ahora la parábola de la cultura inicia su descenso. La ten­dencia a una manera de desvertirse y al desnudo zoológico —no ya al estético y limpio desnudo heleno—, ¿manifiesta un deseo de vuelta a la Naturaleza? Pero ya se ha hecho notar que no es igual estar desnu­do que estar desnudado. La nueva cultura que muchos buscan sin en­contrarla, no camina en pos de una inédita sabiduría ni postula un deseo de acercarse a la desnu­dez de los orígenes. Lo que se pre­tende con esta "metodología de ruptura" —y de ruptura radical—, dominante en ciertos sectores, no es un deseo de desnudez, sino un capricho de desnudarse de razones, sentimientos, bellezas que la cul­tura fue allegando para abrigo y adorno del "homo sapiens". Sobre todo la cultura occidental está en pleno trance de "strip-teasse". Hay un paralelismo en los espectáculos y en la vida. La gente se quita de encima sanísimas ideas y sanísi­mos principios, con el pretexto de una desmitificación. Pero desnudados de creencias estamos muy mal; se nos reconoce peor. Tam­bién se nos ve menos hombres, o se nos ve peor, cuando nos quitamos la camisa. Y quizás, incluso, cuando tiramos la corbata.

Me escribe mi hijo y me dice que en su colegio le indican que todos han de llevar corbata al comedor en un día determinado. Así dis­tinguen en el colegio una fecha de celebración. Puede que haya per­sonas a quienes fastidie este deta­lle. A mí me gusta. Porque es significante. Porque muestra un sínto­ma. Manifiesta, en su fondo, un de­seo contra corriente. Ahora la co­rriente es desvestirse. Para pensar, para estudiar, para bailar, para co­mer. ¡Quién sabe! Puede que vol­viendo a la corrección del vestido, regresemos poco a poco a otras co­rrecciones. Detrás de la corbata y de la camisa limpia hay siglos, muchísimos años, de cultura y de es­píritu. No se trata de resucitar mo­das y modos. Creo que, simplemen­te, sencillamente, se trata de ha­cer una pequeña advertencia. Se trata dé recordar:

—Cuidado. De vez en cuando hay que reflexionar sobre la convenien­cia de cubrirnos con las verdades que la Historia ha ido acumulan­do, desconfiando un poco de nues­tras desnudadas opiniones a cuer­po limpio... o sucio. De vez en cuando hay que ponerse la corba­ta como señal, como síntoma de que seguimos sabiendo de nosotros mismos. En un deseo de no abominar del hombre, "animal vestido"... y distinguido.