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Antes se hablaba de feminismo y ahora de "derechos de la mujer". Creo que no se trata de una misma causa con distingos de matiz, sino quizá de causas diferentes. A mi juicio, el feminismo representa un peralte o un resalte del papel y de la misión de la mujer, pero de la mujer fémina, es decir, de la mujer considerada desde su calidad, precisamente femenina; calidad que desde el punto de vista antropológico no la segrega de su condición de "homo sapiens", de "homo faber", de "homo economicus", de "homo erectus" o de "homo ridens", pero que, sin embargo, la distingue esencialmente del "vir", del varón. Porque tan "homo" es la mujer como el hombre, tan "antropos" es ella como él; pero aquí la cuestión: ella, que es "homo", no debe ni puede ser "vir". Es humana con todos los derechos, pero la naturaleza no la ha hecho "andrógina". Es la diferencia. Y, ¿no es, precisamente, la diferencia la base de una excelencia? El feminismo no quitaba ningún derecho a la mujer. Al contrario, se los reconocía todos. Pero además —y esto es muy importante— por encima de cualquiera de los otros le concedía derechos específicos a ella sola y no por otra cosa sino por ser mujer. No fue un invento filosófico o poético lo del "eterno femenino", constante histórica, consagrada por Goethe, que admira y mira en la mujer no el simple objeto de adorno que ellas, con razón, no quieren ser; sino el sujeto activo que da a la vida y a la historia un componente de fervor, de sensibilidad, de armonía, de belleza. Por mucho que algunos desearan empeñarse en lo contrario, la biología y la psicología de ella se distingue de la de él. Existen profundos determinantes, vitales que así lo exigen. El feminismo dio en el quid cuando vio en ella al ser que no abdica un ápice de su condición de mujer, de madre y de fémina, pero que, además, reclama el ejercicio de usos, actividades y profesiones que durante mucho tiempo estuvieron reservadas para el varón. Ya que es perfectamente compatible la buena doctora con la excelente madre; ya que ser mujer no derrota en ninguna "eliminatoria" el logro de un desempeño airoso de la abogacía, de la filosofía e incluso de... la alcaldía. Ahora bien, el feminismo quería esta cosa noble; quería que la mujer fuese médico, abogado o alcalde precisamente desde su posición, desde su estilo e incluso desde su postura de fémina. Con lo cual ella salía ganando. Y quizá también en muchos casos la medicina, la jurisprudencia y la administración local.
No, no; esto de los "derechos de la mujer" a bombo y platillo es otra cosa. Por el contexto do muchas reclamaciones, contestaciones, gestos protestatarios, que van en esta dirección, se adivinan motivaciones turbias. Ella no quiere ser la mujer objeto y eso está muy bien: pero si ella en algunas latitudes ideológicas empieza también a rebelarse contra la idea de la mujer-madre, ¿qué va a quedar en ella de mujer? Ella se subleva contra el hecho de los puestos reservados para el varón porque ella no desea que el varón sea su oponente, sino su colaborador. Pero si para conseguir mejor el juego de sus aspiraciones, ella desmantela las "reservas" de su propio pudor, de su propia sensibilidad, de su femineidad, ¿no está destruyendo acaso, con esa actitud, la mejor arma de que Dios la ha dotado? Ocurre como si la mujer reclamase, como un derecho humano más, el derecho al taco y a la palabrota. Ocurre como si ella, claro está que nos referimos a un número muy limitado de reclamantes, estimase que el desplante, la chulería, el cinismo e incluso el machismo —hasta ahora defectos exclusivos de él— tuviesen que convertirse ahora en derechos compartidos de ella.
Leía un día de éstos en el periódico que el pantalón es una prenda de origen femenino y que quienes primero lo llevaron fueron las indias para mejor rodearse el sari. Me parece bien el descubrimiento. Y me parecen bien los pantalones en la mujer cuando sabe lucirlos desde su tipo de mujer, con su estilo de mujer y para su elegancia de mujer. Ya el hombre no lleva sombrero, pero estimo que la mujer debiera seguir enorgulleciéndose de un derecho al que ya algunas renuncian y otras ni se acuerdan: el derecho a ser saludadas con cortesía. Derecho al que debía de corresponder nuestro deber —deber del varón— de otorgarle ciertas muestras externas de entusiasmo, de alabanza y de buena educación. La fémina tuvo siempre el privilegio de que le cediéramos la derecha —y no sólo en la acera— en mil ocasiones. Creo que somos muchos los varones que estamos dispuestos a seguir cediéndosela, bien lleve falda o pantalón, con tal de que —falda o pantalón— los lleve con gracia y encanto de mujer.
No, no. Él ya no opina como Nietzsche. Él ya no dice aquello de que "es preciso que la mujer obedezca y que encuentre una profundidad para su superficie". Nietzsche es un reaccionario. Él —ahora— es más moderno y piensa en la igualdad. ¿Igualdad de derechos? Eso es estupendo. Pero cuidado. Las desigualdades que impone el sexo no puede borrarlas ni el más desenfrenado erotismo. ¡Que tal es la gran paradoja de cuño falso a que alguien aspira!
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