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Más comunicación y menos entendimiento entre los pueblos y entre los hombres. Es el rasgo —yo no sé si paradójico, si curioso o si dramático de esta hora— que salta en cualquier noticia de agencia. En las "cumbres" se ensayan concordias para que lo de entenderse sea posible. Ahí están últimamente las visitas de Pompidou a Willy Brandt, las conferencias de Simla entre Indira y Bhutto y los viajes de la señora Golda Meir. En cada cumbre se intenta salvar una cosa importante. Por supuesto (al menos se dice así), la paz. Pero la paz no se salva sola. Cada cual condiciona este salvamento con otros realmente aleatorios: la libra esterlina que "flota", la geopolítica cuyas áreas de influencia en situación mercurial desplazan cada día sus colores, los intereses raciales casi siempre abocados a pugnas sangrientas, la política interna de cada país y hasta las próximas elecciones de los grandes Estados. En las cumbres, más o menos atinadamente, se atisban soluciones; pero en la base, las guerras, los disturbios, las violencias, la posiciones radicalizadas incrementan su ardor o su furia. De otra parte, a nivel personal, los hombres, mediante los viajes, mediante los normados medios de comunicación social, nos ufanamos de conocer mejor a los semejantes próximos o lejanos. Pero conocer no es entender. Y, aun llegado el entender, no siempre se produce como secuela el comprender.
Nos comunicamos más, nos entendemos menos y nos comprendemos peor. Con frecuencia los desacuerdos pueden ser relativamente leves. Tal en la visita antes citada de Pompidou a Willy Brandt, o en la de usted a su vecino de enfrente. Pero no se ha inventado aún el antibiótico contra la virulencia de la ambición. Y hay ambiciones a nivel internacional, nacional e individual. ¿Y existen terapéuticas que en conferencias "cumbres" puedan ser dictaminadas contra las gravísimas infecciones morales que nos atormentan? La ciencia aporta cada día datos y hechos para "solucionar" problemas materiales —de economía, sociales, demográficos, sanitarios—; no obstante, la complejidad de las cuestiones desaconseja cualquier optimismo fácil. Casos abundan en que la resolución de una dificultad trae aparejadas nuevas dificultades. Y enfermedades aparecen como consecuencia de remedios empleados para la enfermedad que se curó. Sartre ponía el ejemplo de la cola del tranvía o del autobús. ¡Cuánto hemos adelantado en los transportes y en los viajes! Pero cada día hay más colas para todo.... Y, piensa uno: ¿Habrá colas para ser feliz? Bueno: Siempre que guardamos cola para algo, aspiramos a una pequeña felicidad, mediante el expediente de una latosísima incomodidad. Y resulta que las pequeñas incomodidades Que nos cuestan las pequeñas felicidades son, precisamente, los motivos próximos de la lucha, de la hostilidad, vertidos en la mala palabra, en el burdo gesto, en el además brusco. Enseguida, de la palabra malsonante y del ademán agrio, se pasa "a mayores". En "todos los niveles" (esto de "todos los niveles" se repite mucho ahora). Y entonces, ya, ¿cómo entenderse y comprenderse? ¡Ah, la "multitud solitaria"!
En Vietnam se emplean las bombas "Smart", guiadas por rayos "láser", que buscan y encuentran el sitio que se les destina, aun en el interior de los túneles de montaña. Las llaman bombas "inteligentes". ¿Cuándo conseguiremos en Etica o en Moral algo parecido? No vamos camino de eso, ni mucho menos. En primer lugar, porque ya apenas nos ponemos de acuerdo —por muchas "cumbres" que organicemos— en qué es un objetivo moral. Desde Nietzsche proliferan los empeñados en negar sustantividad al bien y al mal, aunque hipócritamente, luego, no se dejan de propugnar progresos, mejoras, perfecciones. Hay "bombas inteligentes" que "saben" su blanco, y porque lo saben lo aciertan. Pero no puede haber moral inteligente cuando, de antemano, se nos dice que no se sabe cuál es el blanco. Todo, entonces, son palos de ciego.
Pablo VI, en su discurso del día de San Pedro ante el Cuerpo Diplomático y el Colegio Cardenalicio, ha dicho cosas gravísimas. Nosotros, los cristianos, tenemos que temblar un poco ante algunas de sus afirmaciones porque, muchas veces, temiendo, se entiende mejor. Y se ama mejor, aunque cierta literatura "piadosona" afirme lo contrario. Cuando el Papa, con trémolos casi angustiosos, ha denunciado el proceso de desacralización y de secularización que hoy, incluso en algunos- sectores eclesiales, alcanza cotas alarmantes —y la alarma no es mía, sino de Pablo VI, señores—, no hace sino poner un dedo sobre esta llaga: Cualquier propósito de entendimiento v de comprensión —y de amor, por supuesto— es utópico si usamos nada más los medios de una simple antropología, de una sociología o de un humanismo. A muchos cristianos se les está entonteciendo —así, "entonteciendo"— con la propuesta de un cristianismo desacralizado, vaciado de conceptos teológicos y desprovistos de signos: es decir, se está embobando a no pocos cristianos con la novedad de un cristianismo desvinculante, hueco, despintado, amorfo. Urge decir "no" a esta religión sin vértebras, sin médula y sin músculo. Urge potenciar el carácter "sagrado" de la Religión si "todavía" los cristianos tenemos fe en una creencia con específicos objetivos, en una verdad que pueda salvar. Urge, sí, una Técnica de la Moral —y ahí está el prodigioso sistema sobrenatural (ingeniería de Cristo) de los Mandamientos, de los Sacramentos, de la Gracia— si, de alguna manera, deseamos que hagan blanco nuestras ideas morales o, por lo menos, nuestros propósitos decentes. ¿Desacralizar y secularizar? Constituiría la manera mejor de anular la eficacia cristiana. Hay —diríamos— una energía "láser" para la moral y para el entendimiento de los hombres: para que cada corazón busque y encuentre a cada corazón. Esa energía la suministra Cristo. Pero no de cualquier manera. Nuestra relación con Él, no es la comunicación con un camarada. Es la comunicación "sacra" que excluye toda frivolidad.
Ahora que las bombas se hacen "inteligentes", ¿vamos a construir una moral tan torpe que arroje por la borda su seguro dispositivo y su credencial de garantía? (La Iglesia —ha recordado el Papa— es el pueblo "distinto", "adquirido" por Él. Es urgente —creo— difundir el último discurso de Pablo VI.)
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