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En la Alemania Federal, la izquierda representada por Willy Brandt es bastante moderada; aún así no está claro que vaya a vencer el pulso al centrismo demócrata-cristiano. En Italia, desde hace bastantes lustros, resultan impotentes los ataques contra el bastión político del partido que fundó Don Sturzo: si bien en bastantes ocasiones la democracia cristiana ha abusado del balancín para sostener el equilibrio. Tampoco está claro que la izquierda comunistoide de Allende tenga en Chile ganada la partida. ¿Son poco esperanzadoras en Inglaterra las perspectivas del partido conservador frente al laborismo? Los síntomas, no lo acusan. Hasta los aparentemente asépticos socialismos escandinavos están un poco en crisis... Todo esto da motivos para pensar que lo de la irreversible evolución histórica hacia la izquierda es un optimismo, un invento o un cuento de "profetas", de falsos profetas.
Más bien, ahora, se produce en el mundo un síndrome de derecha. A mí la palabra "derecha" no me escandaliza ni creo que haya que eliminarla, por las buenas, del diccionario. Circulan por ahí muchas máscaras izquierdistas —gentes de fondo dogmático e intransigente, que aparentan bascas cuando alguien alude a la derecha o a algún señor de derechas— que quizás han madrugado demasiado. Que una persona sea de izquierdas es fenómeno que merece todos los respetos. No los merecen tanto quienes, por ponerse al día, por temor a quedarse solos por ganarse un auditorio a todo trance, o por lo que sea, revocan su fachada ideológica y se avergüenzan de su padre que era de la C.E.D.A. o de Renovación Española, como si su padre hubiera sido del Hospicio.
Si puntualizamos, existen —esto es cierto— unos "políticos de derechas" que resultan nefastos (y ¡cuántas veces Dios mío, no ha habido nefastos políticos de izquierda!). Pero, en este trabajo, uno desearía distinguir entre "político de derechas" (que puede entenderse en sentido peyorativo) y "pensamiento de derecha". Para mí, dentro del pensamiento de derecha, caben —si se tiene buena voluntad— las más audaces reformas sociales; caben estructuras políticas muy alejadas del conservadurismo, entendido lo del conservadurismo a lo grotesco, es decir, interpretado como el deseo de conservar los duros propios a todo trance; caben gestos de genuina revolución, si es que no nos alejamos mucho de la geometría al explicar una "revolución". (Al fin y al cabo, ¿algo existe más ordenado y, al par, más radical, y con efectos más trascendentes, que la revolución de la esfera terrestre alrededor de su eje?).
Pero no cabe dentro del pensamiento de derecha la abolición sistemática de la norma, de la ley, del principio, del fundamento. Ya esto es a lo que tiende la izquierda —sobre todo, la izquierda "último modelo"— cuando se radicaliza. Realmente querer romper totalmente con lo establecido, por el hecho de que está establecido, es, en la mayoría de los casos, antinatural.
La Naturaleza es pluralista y, desde luego, nos ofrece ejemplos claros de asociacionismo. Pero la variedad de las especies, la diversificación de las células y de los tejidos en un organismo, la diferencia de densidades en los cuerpos o de estilos de vida en la biología, nunca representan ni significan una subversión o una ruptura contra las leyes invariables de la naturaleza. Unos animales vuelan y otros no. Pero el vuelo no implica una rebelión de los volátiles. Como decía un eminente filósofo —creo que Bacón— a la naturaleza se la vence, obedeciéndola... (Entonces, ¿el esquema que rige a la Naturaleza es un esquema de derecha? Creo que sí; creo que lo es, desde el punto en que la Naturaleza tiene sus principios invariables, perpetuos, no derogables. ¿Jubilaremos alguna vez al principio de Pascal o al principio de Arquímedes? Claro que la Naturaleza tiene también sus atisbos de rebelión interna. Ahí está —en el campo de la patología— el cáncer. ¿Qué es el cáncer? Nos enseñan que es algo así como la subversión a nivel celular de unos tejidos. Nos enseñan que el cáncer es el resultado de asociacionismos que no respetan las leyes del juego y "deciden crecer y proliferar por su cuenta.)
No me causa rubor decirlo. Mi pensamiento es de derecha porque me gusta que, en cualquier caso, existan ideas-eje, normas regulares y fundamentos a qué poder agarrarse cuando la velocidad del vehículo —este vehículo que es el mundo— marea. Con una filosofía de derecha, se puede incluso hacer política decente de izquierda. Lo de hacer política de izquierda con filosofía de izquierda es más peligroso. Y más difícil también porque, si bien analizamos, el "pensamiento de izquierda", presume de no tener ideas: quiere suplantar las ideas con los instintos y la verdad con la sinceridad. (Porque esta es otra: la izquierda radicalizada llama sobre-estructura a la razón, a la ley, a la religión, a la regla. Y atiende nada más a la. estructuración autónoma de los subjetivismos y a los imperativos internos. Y entonces, paradójicamente, el "pensamiento de izquierda" produce unos "políticas de derecha" en el mal sentido. Es decir, unos políticos que no apelan a ninguna instancia superior porque encuentran en su "sinceridad" su principio y fundamento). Cuenta Diderot que Calígula ordenó decapitar a todas las estatuas de los dioses para que las cabezas de los dioses fueran sustituidas por la suya. He aquí la tiranía. He ahí una mala "política de derecha" inspirada por un radical "pensamiento de izquierda". Pero... ¿no es eso lo que está haciendo el comunismo en todas partes? El comunismo intenta decapitar todas las ideas y todas las razones para coronarlas con su gesto.
Decomisa el comunismo la justicia, la libertad, la igualdad, las lleva a su "taller", las mutila y les pone sobre los hombros su propia facies...
Unamuno, en los años treinta, cuando se cantaba la canción, hoy resucitada, del "Soldadito", preguntaba: ¿En qué se diferencia un radical-socialista de un socialista radical? ¿Y un nacional-socialista de un socialista nacional? Unamuno se respondía así: "No hay ideologías políticas", sino "fonologías políticas". Lo mismo que se ha resucitado ahora la canción del "Soldadito" con matices y ritmos modernos, no faltan quienes intentan galvanizar la "fonología política" que nos dominaba en los años treinta. En ese caso, sería curioso ver si la cosa no quedaba otra vez en "fonología". Llegado el momento, ¿por qué hacer ascos a un pensamiento de derecha? Con tal —claro está— que ese pensamiento de derecha no llevara aparejados unos "políticos de derecha" en el mal sentido de la palabra: es decir, un derechismo a lo Calígula, a lo Hitler o a lo Stalin.
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