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No se sabe cuándo el hombre fe fue de verdad hombre, porque los "ensayos" de pitecántropo, del sinántropo, etc., más parecen esbozos. El supremo Alfarero jugueteó con el barro primero, lo manipuló —diríamos que lúcidamente si se puede hablar así de Él— hasta que se decidió por el ánfora perfecta. ¿Perfecta? Bueno, perfecto es nada más que el Alfarero. Lo cierto es que su obra de los seis días culminó en el hombre. Pero si terminamos de aceptar el evolucionismo —hipótesis que vuelve a cuestionarse con muy serias objeciones— el hombre fue preparándose lentamente en los homínidos. ¿Qué eran los homínidos? Linternas ya dispuestas para alojar la luz, pero todavía sin luz. Anatomías e incluso psicologías de hombre, pero sin espíritu. Con el espíritu llega al hombre el definitivo fluido que establece un abismo entre él y los animales por muy semejantes que le sean física y fisiológicamente. No hay que tener, por supuesto, miedo a la ciencia que arguye la probabilidad —no la evidencia— del monismo. Ahora bien, ello no implicaría de ninguna manera el desdén al Génesis. Los científicos se quedarán sin saber qué es el hombre si no apelan a la Biblia; no podrán explicar el "salto" entre los simios superiores y nosotros a base sólo de sus datos, de sus gráficos, de sus líneas de tiempo, de sus fósiles...
Cuando la Biblia explica que Adán, al par que el fluido del espíritu, dio al "barro" la Gracia, se hace un poco de luz en la oscuridad. Adán —el primer hombre y luego todos los hombres— hemos devenido en seres ambiguos y difíciles, realmente inclasificables. Los últimos existencialismos coinciden en esto. Pero, ¿por qué el hombre es una criatura tan rara? Quizás el pitecántropo y el austropiteco, cuyos fósiles han dado tanto que hablar, no eran tan raros; quizás el sistema instintivo de estos animales superiores les libraba de problemas, ya que lo razonable es pensar que tales seres no eran, de verdad, todavía hombres, sino, como ya insinuamos, arcilla preparada para la hechura y cochura del "homo sapiens": farol en fin en espera de la lámpara. Pero cuando Dios culminó al hombre tenía su proyecto. En el programa" entraba la Gracia además del espíritu: lo sobrenatural, más allá de la física, de la biología y de la psique. Fue un proyecto aventurado. Si se me permite hablar así, yo diría que la creación del hombre es la aventura de Dios. Él da el espíritu, pero éste implica la libertad; supone la opción para decir no a la Gracia, que es casi tanto como la opción para el regreso, para el billete de vuelta. Y, ¿no es por esto por lo que el hombre ha derivado en persona capaz incluso de anularse a sí misma? Ser extraño, difícil, equívoco: tocando a Dios con una mano, pero hundido a veces más abajo del propio suelo. Hombre: criatura sin programa expreso. En su excepcionalidad radica su riesgo.
Justamente es así. Todo en el cosmos tiene asignado un sitio o una ruta que no falla, que se cumple inexorable. ¿Quién ha observado una duda en la araña o el más leve atisbo vacilante en el astro puntual o en el árbol de segura savia? Con el hombre —libre— nació la facultad de rebelarse; de retirar el programa en su totalidad o de parchearlo —enmienda tras enmienda como en una obstrucción parlamentaria— hasta desfigurar o dejar inservible el proyecto divino. Así es que Dios acometió la empresa del hombre y éste, lejos de atenerse al esquema, se irroga la decisión del propio proyecto. ¿No fue así el pecado original? Alguien —el Maligno, el "Otro" que diría Maritain— anduvo por medio de la insumisión y la indujo. Lo obvio es que el hombre quedó, a poco de sus orígenes, como una senda interrumpida, como una columna truncada. Cayó en viciosa ambigüedad lo que iba para pura claridad. Derrúmbase en confusión el limpio trazado. Y en los arrabales de la Caída el hombre entabla su discusión con el Señor, es decir, inaugura la Historia. La Historia y el Drama. Es entonces, pues, cuando, frustrada la aventura de Dios (?), la Trinidad promulga la Encarnación y la Redención: la Sobre- Historia.
En fin, todos los caminos llevan a Roma y, quizás también, las filosofías todas en teología acaban. Más allá de los fósiles y de los mismos hechos verificables, la Ciencia está obligada a sospechar —al menos a sospechar— que el Misterio existe. Y si existe, y si así lo intuimos o lo creemos en opción de fe, por elemental honradez lógica debemos estar dispuestos a aceptar la posibilidad de la Revelación. La Revelación aclara el abismo: es un alba en la madrugada tenebrosa. ¿Qué es el hombre? En estricta ciencia positiva —¡qué negatividad resulta!— no hay motivos para ver en el hombre sino un ser insospechado. Nos asombramos de nosotros mismos, nos sorprende la Sorpresa que somos. Los existencialistas proclaman que el hombre es algo —alguien— que se hace a sí, que se erige y se dirige. Pues bien: el Génesis constituye una ayuda. Ayuda para saber por qué somos los únicos seres sin plano de alzada a la vista. El Génesis viene a decir que el hombre tomó en las manos su plano y su programa y, tras enterarse, lo hizo trizas. Desde entonces hay dos historias: la historia de la historia y la historia de la Salvación. Uno pensó siempre que con Pe, es muy posible enterarse de quién uno es. Pero sin Fe nos amenaza, nos aporrea la puerta, el Absurdo. Sin Fe, el Absurdo es el auténtico "convidado de piedra" que tritura con su mano de granito la cálida y palpitante alegría de sentirnos vivos por algo y para algo.
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