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UN LIBRO DE CUBIERTA COLOR BURDEOS

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 7 de abril de 1978

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El más destacado "best-seller" respecto a obras de pensamiento ha sido en recientes semanas, según una de nuestras más importantes re­vistas nacionales, es el libro "Ami­gos de Dios".

Su autor es monseñor Escrivá. Bien; el libro está constituido por una selección de homilías del fundador del Opus Dei; pe­ro a don José María no le gusta­ba que le llamasen "autor". Se­gún cuenta el prologuista del li­bro, "tenía el arte, también hu­mano, de dar liebre por gato". Me resulta muy ajustada esta apreciación. A primera vista, siempre me ha parecido al en­frentarme con artículos, escritos u obras de monseñor que su pro­pósito se aleja —diría yo que ex­presamente— de cualquier intención de deslumbramiento. No atrae, como los malos cazadores, con espejuelo. En este tiempo de estudiados énfasis, los autores buscan y rebuscan el título, la ilustración que "extravaga", el peralte tipográfico, la original presentación..., y luego, con fre­cuencia, dan gato por liebre. Es­crivá sigue el método inverso. Sus libros suelen aparecer en simples volúmenes de color bur­deos, los títulos no llaman a vo­ces desde el centro de la actua­lidad rabiosa y, como éste que nos ocupa, "Amigos de Dios", tienen una simplicidad francis­cana nada acorde con esos alar­des circenses de la frase que aho­ra subyugan. Concretamente he abierto este libro de Escrivá y me he encontrado enseguida con cabezas de capítulo como las que siguen: "la grandeza de la vida corriente", "filiación divina", "Dios nos quiere santos", "cómo hacer oración". El temario es ex­traordinariamente interesante para los adentrados en la fe cris­tiana, pero ¿qué piensa el hom­bre corriente, sin especial inquie­tud religiosa —o que quiere una inquietud religiosa por las ramas—, si hojea unos instantes este libro? Si se deja llevar por un primer impulso de frivolidad, presumirá, a tenor con la esca­sa espectacularidad del volumen y de la lectura del índice, que se trata de un volver a lo sabido; de una incidencia más en las lec­ciones de un catecismo —anti­guo— escasamente evolucionado que no tiene en cuenta la ne­cesidad de "nuevas fórmulas" que con especial ahínco propugnan los progresistas. En resumen, puede pensarse, cuando no se es cau­to para el juicio, que se trata de gato, de chorizo de gato.

Pues no: no es gato, que es liebre. Y no se trata de una bro­ma de monseñor Escrivá. Es que él tiene esta humildad literaria. A las verdades religiosas les de­ja puestos los mismos letreros, porque en realidad son insustituibles por viejas que parezcan. Santificarse en la ida cristiana, decir que la libertad de los hi­jos de Dios es la auténtica y que la personalidad viene acarreada por las virtudes, son conceptos añejos, sabidos y olvidados; has­ta el punto de que muchos "in" los tacharán, si quieren, de lo que quieran. Pero la excelencia del fundador del Opus Dei —tam­bién hay periodistas que no se atreven a hablar del Opus como no sea con sonrisita y esto es una debilidad intolerable en un intelectual que se precie—, la ex­celencia del autor de "Amigos de Dios" está en que, naturalmente, sí que tiene entrañables, bellas y profundas cosas que decir, acerca de las verdades religio­sas, aunque no les cambie el nombre, el dibujo ni la postu­ra. Psicólogo, hombre de fe, ver­sadísimo en las Escrituras, en el trato de las almas, en las expe­riencia de haber vivido a lo lar­go y a lo ancho la existencia, transparente a través de su pro­sa diáfana la mejor sabiduría, la más fresca teología, la más acendrada fe y la más sutil iro­nía en ocasiones..., pero todo ello sin un adarme de pedante­ría. Se lee de corrida a monse­ñor y conforme se le va leyendo se va uno dando cuenta que de­bajo de la cobertura de cada frase late toda una entraña nu­merosa y viva de sugestiones de toda índole. Sin cambiar de po­zo, encuentra siempre más pro­fundidad, la búsqueda del agua en cisternas inéditas sino el en­sanchamiento de las ya descu­biertas, de las ya sabidas mi­nas. Y no cabe novedad mayor.

Y es jugoso, deleitoso para el ánimo que padece el hartazgo de los tópicos nuevos y novísimos, leer los planteamientos que el fundador del Opus Dei hace en su libro de ideas tan generosas —y tan malversadas en ocasio­nes— como la "libertad", la "per­sonalidad", el "tiempo", el "tra­bajo". No, no es que Escrivá quie­ra ser "original" en estos plan­teamientos (lo cual es facilísimo cambiando los datos o los mue­bles de sitio), sino que lo que de­sea ser es precisamente verídico, sin engañar y sin engañarse.

Desdeñando el "terrorismo psi­cológico" contra quienes quie­ren mantener la auténtica fe "que no se tiene sino que se vi­ve", Escrivá invita a lo largo de esta obra a "adquirir la medida divina de las cosas", precisa­mente instrumentando la "liber­tad" que surge en el espíritu cuando cesan todas las coaccio­nes que privan de la Gracia de Dios. Somos "radicalmente per­sonales", al aceptar el reducto de la amistad con Dios, cuando nos damos cuenta de que —re­cuerda el autor citando a Isaías— "pasarán los cielos como humo y se envejecerá como un vestido la tierra"... Pero es curioso, que monseñor Escrivá, ni cuando ci­ta a Isaías se pone catastrófico, o apocalíptico. Sonríe por debajo siempre porque como buen cris­tiano sabe que precisamente no hay distancia entre la cruz y la alegría.

Es buena lectura este "best-sel1er" que se llama "Amigos de Dios". Es un libro de bolsillo con cubierta de color burdeos que habla de las eternas y tempora­les cosas. De el Señor y de los hombres, de la miseria y el per­dón, del pecado, de la lucha, del laboreo cierto y de la esperan­za, de la cruz y de la dicha per­petua.

¡Qué lejos de monseñor, supo­ner que sus homilías un día se­rían, por un espacio de tiempo, el libro más solicitado! No que­ría que le dijesen autor y lo que deseaba es dar liebre por gato. Seguramente que él, hoy, desde su estancia, se ríe con ganas. En un pasaje de monseñor, yo no sé dónde, se dice que la risa —la buena risa— es también una ac­ción de gracias.