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Para muchos católicos, no sólo de viejas generaciones, sino supongo que también jóvenes, el Corpus sigue teniendo una vigencia.
Más que una palabra, una emoción. Hablar, escribir, pensar, comentar temas laterales al Corpus es facilísimo. Yo quiero creer que personas que desde los diez años aureolaban él "Día del Señor" con aroma íntimo, que veían tangiblemente en la Procesión del Corpus, sin equívocos, una manifestación sagrada —y arranco de mi padre, alcalde liberal, anterior a la Dictadura de Primo de Rivera, que presidió en más de una ocasión la procesión del Corpus—, no creían, como ahora es tópico gastado, que ha existido nunca en España un nacional-catolicismo. A quienes esto afirman, remitiría a los ensayos y escritos de don Eugenio Montes. Lo que en España ha habido en la última época es atención esmerada al catolicismo romano, a las liturgias del Renacimiento, a las teologías de Florencia y Roma; una cultura humanista, cristiana, rebuscada por eruditos, teólogos y catequistas. Pero ciertos abusos hicieron a algunos incidir en la fábula del nacional-catolicismo, en el que, francamente, no he creído jamás. Aunando mi aserto, ahí está —o no está, porque escasas son las bibliotecas que lo adquirieron o admitieron— el colosal libro de don Eugenio D'Ors, titulado "Ciencia de la Cultura", en el que la proyección del pensamiento universal encuentra raíces y arborescencias decisivas, no ya en el germen cristiano, sino en la praxis católica, en la Edad Media y de los humanismos cristianos. Sin haberse empapado de lecturas de Jacques Maritain y de Eugenio D'Ors, es difícil y frivolo hablar alegremente de nacional-catolicismos, se refiera uno a la nación que se refiera. El catolicismo no arranca sus contados triunfalismos de ninguna política.
Querido Director: publica este artículo. No va en contra de nada. No se enfrenta con los pulidos y brillantes trabajos constitucionales o jurídicos que buscan en España adaptadas o aceptables marqueterías y vitrinas para nuevas situaciones. No busca enfrentamientos, sino verdades. Desde mi situación, no ando buscando posición. Lo lógico es aceptar todas las pretensiones sin renunciar la propia. Respecto al Corpus, como otras veces, me manifiesto entre los que reclaman para su festividad no una pompa, que es otra palabra inflada, sino una inserción de solemne y auténtica liturgia inflamada, porque si en el Corpus celebramos la Queda de Cristo entre los hombres, no puede resolverse la idea o el hecho con leves consi-deraciones piadosas. Si Dios "está aquí", el Corpus no puede quedar en simple jubileo, sino en apoteosis. Corpus, todavía Corpus, siempre Corpus.
Juan PASQUAU
NOTA: artículo que dictó a sus hijos, dada su gravedad.
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