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Un columnista de un diario madrileño comentaba con repuntos de ironía la creación en España del ministerio de "Cultura y Bienestar". ¿De verdad está relacionada —venía a preguntarse el periodista— la cultura con el bienestar? ¿En alguna parte, en algún país, a más cultura corresponde más bienestar o se da, mejor, una relación inversa?
Creo que fue Roger Bacón —ya hace siglos— quien profundamente se lamentaba suspirante: "Añade dolor quien añade ciencia". Pero remontándonos más, comprobamos que a Salomón le dolía agudamente la sabiduría. El "Eclesiastés" constituye la más lancinante sátira de la vanidad, hasta el punto de que cualquier tratado de la "dignidad humana" que se basase en el "Eclesiastés" habría de descargarse del lastre de no pocos optimismos más o menos estúpidos para situarse en el punto dé flotación preciso, es decir, en una línea realista de equilibrio.
No está el bienestar en relación de efecto-causa con la cultura. Cualquiera comprueba que hay libros que cierran los párpados invitando a la siesta y espacios de televisión que sirven para lo mismo. Pero la genuina cultura no da sueño. Lo primero que se dice de una persona para ponderar que conoce y quiere muchas cosas —que esto es la cultura— es que es un "hombre inquieto".
Sin embargo, hay culturas más tranquilas que otras. Las hay que dejan sitio para un pequeño sueño y otras que no. La actualísima —más bien parece un rompecabezas con piezas que no encalan—, desazona. Ahora, anota Arnold Hauser, "hay una falta de confianza en el sentido de la cultura".
¿De quién es la culpa? Ah, pues vaya usted a saber. Freud alude directamente al "malestar de la cultura", denunciado antes por Rousseau. Como es sabido, el psicoanalista vienés atribuye todas las neurosis al dichoso "disfraz" represivo que el "yo" y el "super-ego" endosan al ímpetu abismal del subconsciente. La cultura, si siguiésemos fidelísimos de Freud, es bonito quehacer del hombre: pero es cosa racional, es cosa de ideas, citando el hombre, precisamente, ni lógica ni ideas pretende desde su hondura. "Cría ideas —podía haber parodiado Freud— y te comerán el sexo... e incluso el seso".
Pero trasladémonos de Freud a Karl Marx. Entre judíos anda el juego. Si las respectivas jugadas culturales varían, los sistemas se parecen. También Marx cree en los "disfraces". Emparedado entre la "super-estructura" —obra de espíritu es decir, de cultura— y las "infraestructuras", ¿quién conocerá de verdad al hombre? Freud señalaba el malogro del "yo" entre el "super-ego" y el "ello", y Marx se lamenta casi de lo mismo. Aunque la manzana de la discordia que Freud la arranca poco más o menos del sexo reprimido, la funda Marx en la opresión económica. Pero Marx, más optimista, más iluso, idea la mecánica dialéctica con salida al "paraíso" de la nivelación de clases y rentas. En cambio, para Freud, la solución se aleja casi definitivamente, porque él no tiene fe en ninguna dialéctica —y menos en una providencia— sino que se limita a creer en una constitución estática y cerrada del hombre. Uno y otro, no obstante —Freud y Mark—, coinciden en el talante más bien patológico de la cultura, bien sea en uno por peligro de "neurosis" y en otro de "alienación". Si agotamos hasta sus últimas consecuencias a Freud y a Marx, habría que deducir que, por lo menos, esta cultura estorba. De ahí que Marx y los suyos quisieran traer una distinta. Se la están inventando hace bastante tiempo. Yo creo que no dan con ella. Ya es difícil inventar otra economía. ¿Cómo van a sacarse de la manga otra cultura?
Queda Nietzsche. Fue más ambicioso. No se limitó a preconizar otra cultura. Ambicionó más. Quiso otro hombre. Toda la obra descomunal, gigantesca, plena de claroscuros, tormentas, durezas y ternezas del filósofo alemán, parece un escenario preparado para el nacimiento del "super-hombre". El "super-hombre" que, como Sansón agarrado a las columnas del templo de Dagón, arramblaría con todo lo existente hacia la instalación de un mundo de nueva planta. Ahora bien; igual que Freud y Marx, Nietzsche cree en los "disfraces". La segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, son devotas del Carnaval. Para Nietzsche, la "máscara" del hombre es el cristianismo. Con su voluntad de amor, el cristianismo ha engendrado una piedad, una debilidad, una moral que han desfigurado las facies vigorosas del "afán de poderío", que significa lo humano en la Historia, ocultando así, según él, la auténtica y primigenia energía tras las caretas de valores fungibles.
Como se ve, Marx y Nietzsche son opuestos por el vértice, si bien la incongruencia cultural de no pocos marxistas los hacen compatibles. Cierto que marxismo y voluntarismo nietzscheano arrancan de un concepto ateo de la existencia. La diferencia radica en que Marx —utópico— espera del hombre, cumplida la dinámica de la Historia, lo que renuncia a esperar de Dios. Mientras que Nietzsche no espera nada de Dios ni del hombre. Espera, sí, de otro hombre antropológica y psicológicamente distinto. Distinto y por venir, en función de no sé qué escatología particular que Nietzsche poetiza y profetiza... Freud, resulta, pues, un obseso. Marx, un utópico. Nietzsche, un loco... (Geniales, sí; pero así.)
Nuestros Jóvenes, entre Marx, Freud y Nietzsche, andan muy atareados si se deciden por la cultura. Muy divertidos si nada más juegan a ella. No hay, de todas formas, que tomar la cosa con frivolidad. Menos aún, con ingenuidad. Tanto la cultura como la vida se están poniendo bastante difíciles. Hay que salir de estos atolladeros, de estas ilusiones sin estrellas y de estas estrellas caídas a la basura. De este malestar, encuadrado en programas de bienestar. ¿De esta cultura que carece de clave? Me acuerdo de Blondel en este mar de perplejidades. Frente a quienes quieren hacer del pesimismo u optimismo propios una filosofía, ¿no será preciso tomar el tren en marcha de la acción para, desde él, dentro de él, repensar las indeclinables cuestiones, al margen o a través de la inmediatez que nos acosa?
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