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Leo muy recientemente que “Esparterito", un torero de Úbeda, de desigual fortuna, retirado de los ruedos hace bastante tiempo, ha vuelto a ponerse el traje de luces precisamente en una plaza de Madrid, a los cincuenta años. Le han preguntado el por qué de ese entusiasmo hacia la "profesión" doblado su medio siglo, y él ha contestado que los toros "no piden el carné de identidad", que es donde consta la fecha de nacimiento.
Y la anécdota nos torna a la consideración de un tema de ahora. La jubilación o el retiro —estados de serenidad, descanso y... cansancio— no son situaciones a las que normalmente se aspira en este tiempo de urgencias y de desgaste moral y físico. Parecería natural que fuese así, pero no. Al contrario. Porque, ¿quién reconoce ahora que ya va siendo viejo y no está "para esos trotes"? Fenómeno curioso. Todo el mundo quiere prolongar su Juventud en esta época más bien vieja. "Esparterito" de Ubeda vuelve a torear con cincuenta años, pero —por ejemplo— también , vuelve al Parlamento Dolores Ibarruri con más de ochenta. Y Federica Montseny, con no sé cuántos, se pone a arengar a la F.A.I. en un estadio de Barcelona. No puedo decir que esto es admirable, porque Jamás he admirado ni admiraré a Federica Montseny o a Dolores Ibarruri. Pero sí, insisto, es fenómeno "pintoresco" éste.
Lo de que la época que vivimos es vieja lo fundo en que falta imaginación para idear soluciones inéditas a los problemas. Si ahora grandes sectores vuelven al marxismo, al freudismo e, incluso, al dadaísmo político, es decir, a un balbuceo de ideas que no aciertan a articularse (y si se articulan es peor), ello obedece más que nada a una esclerosis. Están periclitadas muchas cosas e ideas que, hoy, se nos ofrecen como novísimas. Pero quienes las aceptan como novísimas —siendo ideas, presupuestos e inspiraciones del ochocientos— es por comodidad, por no discutir, síntoma fatal de burguesía de la mala, o por miedo, o por ignorancia.
Lo de que nadie se considera viejo ya es, probablemente, consecuencia de lo anterior. Retorna el clima —y el "climax"— de una lejanía ideológica y se ofrece campo de cultivo, así, para que los viejos se adviertan en su propia salsa. A mí, todo esto del progresismo me causa risa o, por lo menos, sonrisa. Naturalmente, yo creo —les decía el otro día en una charla a unas jóvenes preuniversitarias en Baeza—, yo creo, les exponía, en el progresismo, por la misma razón que creo en el crecimiento de la hierba. Pero no por eso soy ardiente partidario del progresismo ni ardiente "partidario" del crecimiento de la hierba. La hierba y la historia crecen inevitablemente sin mi asenso y sin mi voto a favor. Pero exactamente por eso me causa un poco de estupor comprobar cómo los partidarios del crecimiento de la hierba no admiten más hierba que la de su particular invernadero. No toleran nuevas especies de hierbas.
Es lógico, pues, que una doña Federica o una doña Dolores, se sientan a gusto —ellas tan viejas— en esta época un poco ancianita en lo ideológico, en lo moral... (A propósito de "moral", ¿han visto ustedes algo tan viejo como estos erotismos que quieren inventar perversiones o "inversiones" que ya existían en el mundo romano y en el mundo babilónico?) Es lógico que los políticos de antes de anteayer no quieran jubilarse ni retirarse. Al fin y al cabo, el "coro" está amaestrado, uno no sabe por quién, para aplaudirles y aclamarles. Lo difícil de entender es que en el "coro" sean jóvenes la mayoría. No hombre, los jóvenes están obligados, por definición, a tener imaginación política. Superando, por tanto, la vieja antinomia marxismo-capitalismo. Buscando una
solución ágil, fresca, cordial, elástica y risueña. Para eso están. Y, por supuesto, al superar la antinomia, ¡no caigan en la tentación de la solución ácrata! Porque eso es aún más viejo. Eso es casi paleolítico...
Piden voto los jóvenes de dieciocho años. Tienen derecho. Pero demuestren antes que su edad es dieciocho años. No la edad de Dolores Ibarruri o de Federica Montseny.
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