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EL GRAN GRITO

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 8 de abril de 1977

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Mateo, Marcos y Lucas, señalan el "gran grito" de Cristo unos instantes antes de su muerte. Juan y Lucas recogen sus pos­treras palabras. El discípulo amado, atento en todo instante al "divino cumplimiento y verifica­ción de Jesús, registra el "Todo está consumado". El evangelista de la mansedumbre del Nazareno —Scriba mansuetudinis Christi— cuenta que "clamando con voz poderosa dijo: "En tus manos encomiendo mi espíritu".

François Mauriac, califica de "misterioso" el gran grito del Cristo expirante en cuyo relato coinciden los narradores evangélicos. Es significativo que nin­guno de ellos usa la palabra "muerte". Como si qui­sieran "acusar la libertad de su muerte", explica un exegeta. De esa forma, el "gran grito" del Gólgota unos momentos antes de que la cortina del templo se rasgue, tiemble la tierra, se hiendan las rocas y se abran los sepulcros de "muchos muertos que descan­saban" (Mat. 27-52), aparece como la reacción vigo­rosa al anterior dolor de desamparo, al "Eli, Eli, le­má sabchtaní". Al entregar su espíritu, el Redentor, concluía la Obra, lanza a la Historia, en el ápice agó­nico, el júbilo de su gran espasmo en que inmensa pena e inmensa alegría se juntan en una expresión que ya no es palabra, sino gesto y tumulto divino del Cuerpo roto. La “voz poderosa” del Señor expi­rante, anticipa en el ocaso lóbrego ("desde la hora sexta —dice San Mateo— hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora de nona"), presagia en el Viernes trágico, la luminosa certeza del Domingo de Resurrección.

Desde entonces, cada año, la liturgia conmueve en las preces de la "Adoración de la Cruz", con su "Cruz fidelis", con su "dulce lignum", en repetido ri­tornelo de fortaleza, de sumisión, de esperanza. Porque la Cruz fiel, el Dulce Leño, es la frontera del cristiano. No hay otra. En la Cruz, en el Leño, el "gran grito" del Crucificado convierte la separación de la muerte en unión de eternidad. Lo dramático, lo glorioso, lo apoteósico del cristianismo es que hace de la Historia entera un accidente y de la vida per­sonal un trámite para el cumplimiento del definitivo Amor. En el "gran grito" misterioso de Cristo, lo Absoluto se insinúa y se hace un instante tangible. Es decir, lo Absoluto deja de ser palabra o concepto filosófico, para hacerse puente en el Cuerpo roto del Señor, en el Cuerpo que enseña la Virgen de las An­gustias en su regazo como un trofeo. Cristo, ha muer­to para resucitar y para que resucitemos. Hay un allende en la frontera de la cruz del Gólgota; un allende cuyo indicador es el gran liberador. ¿Qué di­mensión, entonces, pueden tener, estar algarabías, es­tas vociferaciones turbias, confusas, apelmazadas de aquende?

Hay una sutil y yo creo que torpe tendencia a pasar por alto la Pasión y la Cruz de Cristo, para llegar, a pie enjuto, sin lucha, sin drama, sin fuerza y sin esfuerzo al parabién gustoso y efusivo de la Pascua. No puede ser. La gloriosa liberación empieza en el "gran grito". Se hará luz sin límite en la Resu­rrección. Pero no puede escamotearse la frontera.

"Cruz fiel, dobla tus ramas árbol sagrado, ablan­da tu natural dureza, y recibe benigno los miembros del soberano rey", siguen implorando las preces de la "Adoración". Cristianismo es saber que Cristo que nos precede en la muerte, nos precede en la Resu­rrección. Cristianismo es, por tanto, saber que no puede alcanzarse el Reino sin lucha como si el Reino no "valiese la pena".