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Mateo, Marcos y Lucas, señalan el "gran grito" de Cristo unos instantes antes de su muerte. Juan y Lucas recogen sus postreras palabras. El discípulo amado, atento en todo instante al "divino cumplimiento y verificación de Jesús, registra el "Todo está consumado". El evangelista de la mansedumbre del Nazareno —Scriba mansuetudinis Christi— cuenta que "clamando con voz poderosa dijo: "En tus manos encomiendo mi espíritu".
François Mauriac, califica de "misterioso" el gran grito del Cristo expirante en cuyo relato coinciden los narradores evangélicos. Es significativo que ninguno de ellos usa la palabra "muerte". Como si quisieran "acusar la libertad de su muerte", explica un exegeta. De esa forma, el "gran grito" del Gólgota unos momentos antes de que la cortina del templo se rasgue, tiemble la tierra, se hiendan las rocas y se abran los sepulcros de "muchos muertos que descansaban" (Mat. 27-52), aparece como la reacción vigorosa al anterior dolor de desamparo, al "Eli, Eli, lemá sabchtaní". Al entregar su espíritu, el Redentor, concluía la Obra, lanza a la Historia, en el ápice agónico, el júbilo de su gran espasmo en que inmensa pena e inmensa alegría se juntan en una expresión que ya no es palabra, sino gesto y tumulto divino del Cuerpo roto. La “voz poderosa” del Señor expirante, anticipa en el ocaso lóbrego ("desde la hora sexta —dice San Mateo— hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora de nona"), presagia en el Viernes trágico, la luminosa certeza del Domingo de Resurrección.
Desde entonces, cada año, la liturgia conmueve en las preces de la "Adoración de la Cruz", con su "Cruz fidelis", con su "dulce lignum", en repetido ritornelo de fortaleza, de sumisión, de esperanza. Porque la Cruz fiel, el Dulce Leño, es la frontera del cristiano. No hay otra. En la Cruz, en el Leño, el "gran grito" del Crucificado convierte la separación de la muerte en unión de eternidad. Lo dramático, lo glorioso, lo apoteósico del cristianismo es que hace de la Historia entera un accidente y de la vida personal un trámite para el cumplimiento del definitivo Amor. En el "gran grito" misterioso de Cristo, lo Absoluto se insinúa y se hace un instante tangible. Es decir, lo Absoluto deja de ser palabra o concepto filosófico, para hacerse puente en el Cuerpo roto del Señor, en el Cuerpo que enseña la Virgen de las Angustias en su regazo como un trofeo. Cristo, ha muerto para resucitar y para que resucitemos. Hay un allende en la frontera de la cruz del Gólgota; un allende cuyo indicador es el gran liberador. ¿Qué dimensión, entonces, pueden tener, estar algarabías, estas vociferaciones turbias, confusas, apelmazadas de aquende?
Hay una sutil y yo creo que torpe tendencia a pasar por alto la Pasión y la Cruz de Cristo, para llegar, a pie enjuto, sin lucha, sin drama, sin fuerza y sin esfuerzo al parabién gustoso y efusivo de la Pascua. No puede ser. La gloriosa liberación empieza en el "gran grito". Se hará luz sin límite en la Resurrección. Pero no puede escamotearse la frontera.
"Cruz fiel, dobla tus ramas árbol sagrado, ablanda tu natural dureza, y recibe benigno los miembros del soberano rey", siguen implorando las preces de la "Adoración". Cristianismo es saber que Cristo que nos precede en la muerte, nos precede en la Resurrección. Cristianismo es, por tanto, saber que no puede alcanzarse el Reino sin lucha como si el Reino no "valiese la pena".
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