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EL CAMBIO DE "GALAXIA"

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. (Diálogo) 17 de febrero de 1977

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McLuhan, el director del Centro para la Cultura y la Tecnología de la Uni­versidad de Toronto, ha vuelto a ser actualidad. No es optimista ni pesi­mista McLuhan, sino que su talento —que a alguien parece ex­travagante quizás porque sus verdades estorban al abultar más de la cuenta— detecta con presumible objetividad la situación histórica. McLuhan se formó y vive entre libros, pero entien­de con pesadumbre que la "galaxia Gutemberg", o cultura de la letra im­presa, pasó. Toda la civilización pre­sente depende ya de la electricidad y los medios de comunicación audio­visuales —más "audio" que "visuales"— están cambiando al mundo. El telé­grafo y la radio, como dos heraldos con sendos machetes hicieron el des­peje, abrieron el campo para el triun­fo tecnológico. Después la televisión ha hecho el resto para la transfor­mación, psíquica y para la revolución educativa. ¿Dentro de setenta o cien años los libros serán nada más arqueo­logía? Se cotizarán carísimos, como ahora los "incunables", por su escasez: su utilidad habrá desaparecido y aun­que entonces queden los bibliófilos caprichosos no habrá lo que se dice lectores. Según McLuhan el siglo XX en sus dos últimas décadas nos va a regresar a una especie de primitivis­mo ilustrado, auditivo y sensorial. Sensorial y a-sentimental. Civilizadísi­ma barbarie en suma. Pero la próxi­ma zambullida en el XXI no va a soportarla, precisamente, América. Porque es curioso —explicó McLuhan hace ya años a uno de sus interlocu­tores—, "América está abandonando el sueño americano" al hundirse hasta el cuello, amargada, en esta "galaxia" de repuesto que ofrece la electrónica, revancha para la humillación de la cultura del libro. Y piensa que quizás Oriente va a entrar con mejor pie en la nueva constelación de valores porque tiene menos compromisos con el inmediato pasado, es decir con el siglo XIX.

Ciertos "optimistas" quieren ver en el marxismo, un remedio para el des­concierto que alcanza dimensiones planetarias. Pero es —arguye el profe­sor de Toronto— un viejo invento mo­destísimo. Marx fue un estudioso "es­pecialista", todavía de lleno inmerso en la "galaxia Gutemberg". Quien, hace un siglo poco más o menos, sirviéndose de sus libros, miraba desde su ventana un trozo limitadísimo del mundo, examinando ciertas máquinas —que no son las de hoy—, ciertos sis­temas de producción —que no se ase­mejan a los actuales— y haciendo el análisis de un capitalismo que no se parecía al de ahora no más que cuan­to cada uno de nosotros se parece a su respectivo bisabuelo. ¿Cómo la perspectiva de Marx bastará a plan­tear y resolver los problemas filosó­ficos, culturales, económicos, políticos, artísticos y... musicales que ofrece la "galaxia" nueva, cuyos ejes son la electrónica, la subversión, la angustia, la pintura abstracta, incrustados en un magma de cientos de millones de automóviles?

Sostiene McLuhan en uno de sus libros que el hombre no tiene autén­tico deseo de saber y que la cultura siempre constituyó una "ampliación" que facilitó una "amputación" en la persona. Así, la rueda amplió el pie, relegándolo, y la electrónica amplía la red nerviosa y de rechazo la ador­mece. La decadencia de Occidente radica en su desmesurado afán proyec­tista. No obstante los sociólogos, el mundo se debate abocado a una organización tribal que empezó a reflejar­se en la música de "jazz" y sigue con las otras músicas; músicas "post" "pop" y "op"... En unas declaraciones que el filósofo años atrás concedió a un destacadísimo escritor trashumante, textualmente afirma que “cuando el hombre tribal adopta la mentali­dad del XIX entonces se arma el jaleo". Aplicable en muchos casos a los "hippies". Concretamente, los "hippies" que se hacen marxistas, ¿no parecen dos nostalgias raras de com­paginar : la del siglo XIX y la de tribu? He ahí una cuadratura del cír­culo. No se puede ser al par tribal y comunista. El marxismo es producto —o un subproducto— industrial. Lo tribal alude más a la prehistoria que a la "plus-valía", y más a la caza y a la pesca que a la dialéctica de Hegel o de Feuerbach. La mezcla de­tonante nunca construye. De un lado, además, los medios de comunicación se desgañitan en la prédica de la li­bertad con técnicas totalitarias. De otro, no es posible el retorno a Arca­dia sino a ciento y pico por hora en automóvil blindado. Estas anécdo­tas reflejan la categoría sin categoría de una época paradójica —tragicó­mica— que quiere fugarse de la cár­cel con la cárcel a cuestas. No es raro que en una etapa así el mayor de los éxitos corresponda al teatro del ab­surdo.

Pero las últimas manifestaciones de McLuhan que recogen las agencias traen una novedad a lo tremebundo de nuestros callejones sin aparente salida. No se retracta el filósofo de sus incoa­dos pesimismos avanzistas, formula­dos en apreciaciones relativamente re­cientes: No hay ya culturas ni na­ciones sino desorganizada familia hu­mana. A causa de la velocidad del movimiento se hacen imposibles las escuelas porque cualquier enseñanza urge de distribuciones, de comparti­mientos, de clasificaciones y eso se boicotea por parte de un impulso libertario que rompe las reglas y ahe­rroja los relojes. No se retracta McLu­han, pero es por eso que él, desconfiando de los remedios exclusivamente humanos, se pone a sugerir con fuer­za las soluciones religiosas. Piensa, por ejemplo, que la Iglesia Católica necesita "dar un remendón"' a nuestra civilización, porque "tiene por lo menos tanto potencial de supervivencia co­mo cualquier institución política o so­cial y porque, después de todo, no es­tá desasistida en cualquier tiempo, aun en su vertiente temporal, de medios sobrenaturales".

No obstante, contra lo que pudie­ra sospecharse, la solución religiosa que desearía McLuhan —contradicto­rio y difícil a veces—, no es, precisa­mente de tipo progresista. Tampoco es una solución de "azucarillo", de disolución de lo sagrado en lo humano. En lo litúrgico —empezando por lo cortical, por lo externo— opina que adaptar la música "rock" a las cere­monias sagradas es del todo ineficaz. En cuanto a verdades escatológicas McLuhan encontraría acertados los sermones que volvieran a recordar la existencia del infierno. Esto produce, de seguro, escándalo en los adeptos del catolicismo de nueva ola. Pero tam­poco McLuhan es un cristiano que se moderniza" predicando a ultranza la "Iglesia comunión" a riesgo de cargar­se la "Iglesia institución". Dice: "La figura del Papa es más importante que nunca e incluso si sólo hubiera tres católicos en el mundo uno de ellos sería Papa".

Por lo menos llamarán a McLuhan "de derechas", al conocer sus aprecia­ciones. ¿Le vá a importar a él eso? No sale de una caverna. Ni siquiera de un convento de clausura. Su observatorio, en la Universidad de Toronto, alcanza perspectivas que abarcan to­das las parciales visiones de !a dere­cha y la siniestra. Si el autor de "Ga­laxia Gutemberg", libro que ha dado ya varias vueltas al planeta, estima que para entender al mundo es bueno usar de la "perspectiva religioso- teologal", es, probablemente, porque tiene datos, información e intuición para sospechar que otra acometida es invia­ble en un momento en que nadie puede hacer ya su juego porque cambiaron todas las barajas. Y porque se rompieron todos los espejos.