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McLuhan, el director del Centro para la Cultura y la Tecnología de la Universidad de Toronto, ha vuelto a ser actualidad. No es optimista ni pesimista McLuhan, sino que su talento —que a alguien parece extravagante quizás porque sus verdades estorban al abultar más de la cuenta— detecta con presumible objetividad la situación histórica. McLuhan se formó y vive entre libros, pero entiende con pesadumbre que la "galaxia Gutemberg", o cultura de la letra impresa, pasó. Toda la civilización presente depende ya de la electricidad y los medios de comunicación audiovisuales —más "audio" que "visuales"— están cambiando al mundo. El telégrafo y la radio, como dos heraldos con sendos machetes hicieron el despeje, abrieron el campo para el triunfo tecnológico. Después la televisión ha hecho el resto para la transformación, psíquica y para la revolución educativa. ¿Dentro de setenta o cien años los libros serán nada más arqueología? Se cotizarán carísimos, como ahora los "incunables", por su escasez: su utilidad habrá desaparecido y aunque entonces queden los bibliófilos caprichosos no habrá lo que se dice lectores. Según McLuhan el siglo XX en sus dos últimas décadas nos va a regresar a una especie de primitivismo ilustrado, auditivo y sensorial. Sensorial y a-sentimental. Civilizadísima barbarie en suma. Pero la próxima zambullida en el XXI no va a soportarla, precisamente, América. Porque es curioso —explicó McLuhan hace ya años a uno de sus interlocutores—, "América está abandonando el sueño americano" al hundirse hasta el cuello, amargada, en esta "galaxia" de repuesto que ofrece la electrónica, revancha para la humillación de la cultura del libro. Y piensa que quizás Oriente va a entrar con mejor pie en la nueva constelación de valores porque tiene menos compromisos con el inmediato pasado, es decir con el siglo XIX.
Ciertos "optimistas" quieren ver en el marxismo, un remedio para el desconcierto que alcanza dimensiones planetarias. Pero es —arguye el profesor de Toronto— un viejo invento modestísimo. Marx fue un estudioso "especialista", todavía de lleno inmerso en la "galaxia Gutemberg". Quien, hace un siglo poco más o menos, sirviéndose de sus libros, miraba desde su ventana un trozo limitadísimo del mundo, examinando ciertas máquinas —que no son las de hoy—, ciertos sistemas de producción —que no se asemejan a los actuales— y haciendo el análisis de un capitalismo que no se parecía al de ahora no más que cuanto cada uno de nosotros se parece a su respectivo bisabuelo. ¿Cómo la perspectiva de Marx bastará a plantear y resolver los problemas filosóficos, culturales, económicos, políticos, artísticos y... musicales que ofrece la "galaxia" nueva, cuyos ejes son la electrónica, la subversión, la angustia, la pintura abstracta, incrustados en un magma de cientos de millones de automóviles?
Sostiene McLuhan en uno de sus libros que el hombre no tiene auténtico deseo de saber y que la cultura siempre constituyó una "ampliación" que facilitó una "amputación" en la persona. Así, la rueda amplió el pie, relegándolo, y la electrónica amplía la red nerviosa y de rechazo la adormece. La decadencia de Occidente radica en su desmesurado afán proyectista. No obstante los sociólogos, el mundo se debate abocado a una organización tribal que empezó a reflejarse en la música de "jazz" y sigue con las otras músicas; músicas "post" "pop" y "op"... En unas declaraciones que el filósofo años atrás concedió a un destacadísimo escritor trashumante, textualmente afirma que “cuando el hombre tribal adopta la mentalidad del XIX entonces se arma el jaleo". Aplicable en muchos casos a los "hippies". Concretamente, los "hippies" que se hacen marxistas, ¿no parecen dos nostalgias raras de compaginar : la del siglo XIX y la de tribu? He ahí una cuadratura del círculo. No se puede ser al par tribal y comunista. El marxismo es producto —o un subproducto— industrial. Lo tribal alude más a la prehistoria que a la "plus-valía", y más a la caza y a la pesca que a la dialéctica de Hegel o de Feuerbach. La mezcla detonante nunca construye. De un lado, además, los medios de comunicación se desgañitan en la prédica de la libertad con técnicas totalitarias. De otro, no es posible el retorno a Arcadia sino a ciento y pico por hora en automóvil blindado. Estas anécdotas reflejan la categoría sin categoría de una época paradójica —tragicómica— que quiere fugarse de la cárcel con la cárcel a cuestas. No es raro que en una etapa así el mayor de los éxitos corresponda al teatro del absurdo.
Pero las últimas manifestaciones de McLuhan que recogen las agencias traen una novedad a lo tremebundo de nuestros callejones sin aparente salida. No se retracta el filósofo de sus incoados pesimismos avanzistas, formulados en apreciaciones relativamente recientes: No hay ya culturas ni naciones sino desorganizada familia humana. A causa de la velocidad del movimiento se hacen imposibles las escuelas porque cualquier enseñanza urge de distribuciones, de compartimientos, de clasificaciones y eso se boicotea por parte de un impulso libertario que rompe las reglas y aherroja los relojes. No se retracta McLuhan, pero es por eso que él, desconfiando de los remedios exclusivamente humanos, se pone a sugerir con fuerza las soluciones religiosas. Piensa, por ejemplo, que la Iglesia Católica necesita "dar un remendón"' a nuestra civilización, porque "tiene por lo menos tanto potencial de supervivencia como cualquier institución política o social y porque, después de todo, no está desasistida en cualquier tiempo, aun en su vertiente temporal, de medios sobrenaturales".
No obstante, contra lo que pudiera sospecharse, la solución religiosa que desearía McLuhan —contradictorio y difícil a veces—, no es, precisamente de tipo progresista. Tampoco es una solución de "azucarillo", de disolución de lo sagrado en lo humano. En lo litúrgico —empezando por lo cortical, por lo externo— opina que adaptar la música "rock" a las ceremonias sagradas es del todo ineficaz. En cuanto a verdades escatológicas McLuhan encontraría acertados los sermones que volvieran a recordar la existencia del infierno. Esto produce, de seguro, escándalo en los adeptos del catolicismo de nueva ola. Pero tampoco McLuhan es un cristiano que se moderniza" predicando a ultranza la "Iglesia comunión" a riesgo de cargarse la "Iglesia institución". Dice: "La figura del Papa es más importante que nunca e incluso si sólo hubiera tres católicos en el mundo uno de ellos sería Papa".
Por lo menos llamarán a McLuhan "de derechas", al conocer sus apreciaciones. ¿Le vá a importar a él eso? No sale de una caverna. Ni siquiera de un convento de clausura. Su observatorio, en la Universidad de Toronto, alcanza perspectivas que abarcan todas las parciales visiones de !a derecha y la siniestra. Si el autor de "Galaxia Gutemberg", libro que ha dado ya varias vueltas al planeta, estima que para entender al mundo es bueno usar de la "perspectiva religioso- teologal", es, probablemente, porque tiene datos, información e intuición para sospechar que otra acometida es inviable en un momento en que nadie puede hacer ya su juego porque cambiaron todas las barajas. Y porque se rompieron todos los espejos.
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