|
Me lo preguntarán, se lo preguntarán, nos lo preguntaremos los unos a los otros más de una vez, muchas veces: ¿Y usted de quién ? Y usted, ¿con quién está?... ¿Es usted de don José María, de don Manuel, de don Federico, de don Felipe, de don Joaquín o de don Blas?
Bien, pero... bueno; así, en rigor, esto es simplista. Quizás hay una pobreza de ideas y por eso nos adscribimos a los líderes. Realmente, lo de "líder" aludió siempre, más bien, a los patios de recreo de los colegios o, con más radio de acción, a los campos de fútbol. Es término deportivo o, en mejor caso, es palabra ("leader") que los ingleses transfirieron de las carreras pedestres a la política. "Leader" es el que marcha primero o al frente. Pero ya hay líderes políticos, filosóficos, religiosos. En alguna parte he leído que Juan XXIII fue un gran líder. "Muy al nivel de Gandhi", se aclaraba. También a la muerte de Heidegger se opinó que el filósofo ostentó durante mucho tiempo el liderazgo del existencialismo, hasta que le fue "arrebatado" por Sartre. Está claro que hay un poco de frivolidad en todo esto y que, ciñéndonos a las primeras preguntas de este artículo, bueno sería responder que no hay que "ser", así por las buenas, de don José María, o de don Felipe, o de don Blas, quienes, en última instancia, reducirían los idearios al "fulanismo" o al "menganismo" tantas veces denunciados por Unamuno.
Atienda, señor —puede "defenderse" cualquiera—: yo no puedo afirmar, bajo palabra de honor, que "pertenezco" a don Zutano (tampoco a don Zutano, que es la tercera vía entre don Fulano y don Mengano). No puedo garantizarlo, porque lo que yo soy está influido, presionado u orientado por tantas y diferentes cosas y cuestiones, que no voy ahora a apearme de mi burro para cabalgar a la vera del último Quijote o Sancho que llega. Pero, además, ¿cómo distingo yo ahora a Sancho de don Quijote? ¿Qué signos hay para eso? Mire; en primer lugar —vamos a ser claros—, yo soy como soy. Perogrullada, pero es que hay algo visceral en mí que me inclina a uno o a otro caminos casi irresistiblemente, por "recomendación biológica". Luego está el "según". Cada uno tiene su "pero" y su "según" con que matizar su no o su sí, es decir, sus adhesiones a don Federico, a don Joaquín o a don José Antonio. Antes que mi fidelidad a nadie nació mi modo de ser, mi estilo de vida. Y pertenecí yo a una familia, a un ambiente, a una profesión, a un grupo de amigos, antes de que me demandasen los "partidos". Ya ve, ya ve, por qué causa yo siempre tengo que objetar mi "según y cómo" a los líderes, por muy al frente, airosos y por delante que corran en el estadio. ¿De quién soy yo? Escuche. Es muy serio esto de decir "soy de...". Muy complejo y dificultoso. Yo tengo mi historia psicológica, mi historia clínica, mi historia familiar, mis "sucesos". ¡Ah, pues los "sucesos" también cuentan, y mucho. En grandísima parte yo soy lo que me ha sucedido. Meto en mis "sucesos", no ya los accidentes de automóvil o las novias que tuve o pude tener, sino, más aún, mis viajes, mis libros, la mujer con quien me casé, cómo me respondieron mis hijos, cuál ha sido el tipo de mis aciertos, cómo salí de mis errores, qué carácter tiene mi superior profesional en la actualidad e, inclusive, a qué clase pertenecía, cuál era la personalidad humana y religiosa del primer cura que oyó mis pecados. ¡Todo esto es tan importante... A mí, como a cualquiera, me han informado bien o mal; y mal o bien me he formado. Los factores de mi modelación humana —que enseña y describe por sí misma lo que soy— llegan en ramificación profusa a lejanísimas demarcaciones. Yo y mis sucesos. Yo y mis creencias. Yo y mi madre. Yo y lo que escuché de mi padre la primera vez que me habló con un tono de trascendencia, cuando yo ya sabía lo que es importante y lo que no. Así es que para yo saber lo que soy, mejor miro a mi fondo y a mi espejo, más que mirar a los escaparates. Entiéndame, los escaparates se parecen muchísimo a los programas políticos.
Los escaparates y los periódicos. Lo que pasa es que uno tiene ya formado su concepto del mundo, su cosmovisión, su sentido de las cosas y muy don Menganísimo tiene que ser Mengano para que uno, de la noche a la mañana, sin decir ni pío, se haga, incondicionalmente, de su flamante equipo.
Ah, pues es eso. Me dirán, le dirán, nos diremos mutuamente que tenemos que mentalizarnos. Querrán mentalizarnos los fulánez, los mengánez y los zutánez. ¿Qué es eso de mentalízar? Claro, a mí, en principio, cuando me conminan a mentalizarme me ofenden un poquito. Porque, gramaticalmente, así como "enfervorizar" es dotarle a uno de fervores, pues mentalizar es proveer a uno de mente. Literalmente, quienes aspiran a mentalizarnos es que creían que no teníamos inteligencia y, caritativamente, se apresuran a negociárnosla. Pero no es eso. Quien viene a "mentalizarnos" es que viene a cambiarnos como un calcetín y, por perífrasis, por elegancia dialéctica, usa una palabra más equívoca. Sin embargo, todavía es mucha, mucha aspiración. Mentalizar; ¡qué palabra tan ambiciosa! Ha tenido enorme éxito en algunos sacerdotes y en los políticos. Pero los sacerdotes, antes, lo que deseaban es catequizarnos, adoctrinarnos, apostolizarnos. Y los políticos, lo que pretendían era el proselitismo. No, no es eso. Mentalizar es mucho más. Quien nos mentaliza —o se propone hacerlo— se supone que, quizás, hay unas cuantas marionetas en nuestro cerebro que tienen el hilo roto y el cartón gastado. Entonces, amorosamente, nos traen su cartón, su aguja y su hilo para las nuevas marionetas.
Pero, oiga, señor, es que yo, yo mismo, sé cambiar de cartón y de pespunte a mis marionetas si se me rompieran. Y, sobre todo, amigo, yo, además de marionetas y de mecanismos, tengo, de antiguo, ideas en mi intelecto y emociones y sentimientos en mi corazón. Así es que se lo rogaría: váyase con su mentalización a otra parte Y no es echarle, oiga; no es desprecio; no se enfade, hombre...
Está visto que, eso sí, si no me mentalizan, si no nos mentalizan, señor mío, algo hay que hacer para ser, para vivir en plenitud del todo, en paz con uno mismo y con el prójimo. Y, sobre todo, con Dios. Es empresa de lavado, de peinado, de orden en el pensamiento y en los afectos. De acuerdo, que para eso pueden ayudarnos un poco o bastante don José María, don Blas, don Joaquín o don Federico. Pero, ¡cuidado!, es nuestra propia mano y no la de don Felipe o la de don Manuel la que tiene que señalar la raya del personal peinado. Así es que, con mucho gusto les oímos; pero "ser", lo que se dice "ser", no somos de ellos, no "pertenecemos" a ningún líder, porque ya somos y ya éramos de nosotros mismos. Y Dios con todos.
A ver, a ver, si usted, si cualquiera, si yo, podemos destilar nuestra individual, nuestra personal libertad en labor diaria, constante y profunda, haciendo aflorar de nuestro más hondo fondo lo que de verdad somos.
|