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PABLO VI, en la reciente audiencia a los obispos andaluces, ha matizado sus consejos con estas palabras: claridad en la luz. El Papa, con harta frecuencia, tiene estos aciertos de belleza y precisión. Creo que, por eso, hay que leer despacio sus encíclicas, cartas, discursos, exhortaciones. A poca atención y detenimiento que a su consideración se conceda, surge la sorpresa ante el hallazgo de un pareamiento de palabras que, como en este caso, al juntar sus respectivas significaciones sencillas, sintetizan un prodigio léxico y, al par, una apelación a la hondura; es decir, a la meditación.
Pero al principio, se dirá, hay como una redundancia, una tautología, en esto. ¿Claridad en la luz? ¿Acaso no hay luz en la claridad? Y, ¿es que puede producirse una claridad sin luz? ¿Claridad y luz no son una misma cosa?
No son una misma cosa, ni en el aspecto físico, ni en el aspecto racional, ni en el moral. No son siete claridades distintas los siete colores del arco iris. Es que los colores no son la luz, sino partes alícuotas —diríamos— de la luz. De otra parte, el blanco total —composición de los siete colores—, si bien es luz, no alcanza todavía la categoría de claridad. La claridad es algo inefable que sobrenada la luz. La luz es una "lógica visual" más bien externa, mientras que la claridad es —si se me permite la licencia literaria— un estallido interno que salta de la luz para envolverla, asumirla, inundarla, transfigurarla.
En lo racional hay verdades luminosas, pero no por eso, necesariamente, resplandecientes de claridad. Cualquier ley o principio físico, arroja luz; pero nada más, en las matemáticas, surge de los teoremas una absoluta claridad racional. Eran estas claridades cartesianas, o leibnizianas, las que despertaban en Spinoza el entusiasmo de la inteligencia, a un paso —como él creía— del "amor intelectual de Dios".
Más manifiesta me parece la distinción de luz y claridad en cuanto a verdades, virtudes y creencias religiosas se trata. En la fe, concretamente, los racionalistas se conformarían con la luz, a los artistas les bastaría el color. Pero los espirituales demandan, ante todo, claridad. La fe es ciencia que se aprende —o aprehende— de distintas maneras. "La música amasa y da fermento a mis creencias", dice un melómano. Por eso, los devotos de Bach, se hacen generalmente, antes o después, devotos cristianos. Sin embargo, una fe así es débil y sin raíces. Es una fe de color. ¿No están los que se enfervorizan con el verde de una esperanza, con el rojo pasional de una emoción, con la melancolía violeta de un atardecer de los afectos? Son "gracias" ocasionales y subalternas, que sirven, pero que no bastan para el mantenido tesón de una vida que quiere nutrirse de teologales sustentos. "Dios está azul", escribía Juan Ramón Jiménez. Es a este Dios —al azul— al que todos adoramos en nuestros matinales momentos exultantes. Hoy, en este tiempo de talante irreligioso, para comunicar el mensaje, hay que poner luz en el color, lógica en los sentimientos que nos acercan a lo divino. Hay que proyectar luminosidad en el corazón versátil que se acerca o aleja de las verdades, según el color del cristal. Del cristal con que mira o razona. Pero, además —un grado más para que el Mensaje acometa el "abordaje"—, urge claridad. Urge inundación. Inundación de certezas que no se hacen de simple racionalidad, sino que suponen ímpetu, fuerza, hervor, gracia. Es lo difícil y por eso1 es lo seguro.
Sé que en muchos empeños pastorales modernos hay una procura anhelante de colores y de luces. Por ejemplo, casi todos nuestros teólogos se han hecho sociólogos para impregnar de sápidas adherencias y de vinculaciones pragmáticas a las verdades cristianas. Así se preconiza, a veces, un cristianismo que tiene sabor político. No es eso, no puede ser eso. La fe, por supuesto, no tiene color; no es de derechas ni de izquierdas, no es roja, ni azul... Otros teólogos, arrancan su pastoral de la psicología. Buscan luz y agarraderas en la estructura mental del hombre, Y eso es excelente. Pero si se atienen exclusivamente a ella; si tales "teólogos-psicólogos" se quedan ahí y dejan apartada, o ponen entre los respetos de un paréntesis, la consideración es enana, ambigua y ambiciosa. La palabra de Dios, para llegar a los hombres, tiene que contar quizá con lo que en el campo psicológico han dicho —por ejemplo— Freud, Adler o Jung. Pero creo que será gran error no proyectar sobre estos datos estricta claridad. Cenital claridad. Le decía yo hace unos días a un preparadísimo catequista que echo de menos la "tinta china" en la comunicación de las verdades religiosas, por parte de la catequética actual. Al decir "tinta china", me refería a lo indeleble. En efecto, creo que hoy algunos respetabilísimos y sapientes varones, instruyen más que predican y enseñan sin adoctrinar. ¿No está exigiendo nuestro credo cristiano una pureza de principios? ¿No está demandando la exposición exigente —dogmática— de ciertos fundamentos que hay que colocar con nitidez en primer plano, sin dejar que se nos pierdan entre equívocas transacciones y entre ambiguas coloraciones?
Si; naturalmente, también hay claridad en la tinta. En la letra clara escrita con tinta china. El Papa, Pablo VI, ha pedido a los obispos andaluces "claridad en la luz", para la enseñanza y la práctica de las verdades religiosas. Exquisita matización lingüística, que corresponden a un fino y profundo propósito de autenticidades.
Dios no es azul, no es ni siquiera blanco. Y no tiene accidentalidad alguna. El P. Martín Descalzo, escribía un libro con el título: "Dios es alegre". ¿Por qué? Dios no se nos asemeja. Vino para que tomáramos modelo en su humanidad. Dios está más allá de la alegría y de la tristeza, más allá de nuestros modos y estilos, de nuestros colores políticos, psicológicos o estéticos. Más allá del color porque es Luz. Y una Luz sobre las luces: es decir, una claridad, la Claridad.
Por supuesto —eso sí— claridad a la que, normalmente, no se llega sino a través de las "noches oscuras". Y ¿no es ése el trabajo de la fe y el premio de la fe? Todo el cristianismo es una sublime paradoja, como decía Chesterton.
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