Revista Vbeda Revista Ibiut Revista Gavellar Diario La Provincia Semanario Vida Nueva Revista Don Lope de Sosa
Nuestra web sólo almacenará en su ordenador una cookie.<br>
Cookies de terceros.Por el momento, al utilizar el servicio Analytics,  Google, puede almacenar cookies que serán 
procesadas  en los términos fijados en la Web Google.com. En breve intentaremos evitar esta situación.
Revista Códice Redonda de Miradores Artículos Peal de Becerro. Revista anual Fototeca Aviso
y más: En voz alta Club de Lectura Saudar.es Con otra voz En torno a la palabra

Úbeda

Guía histórico artística de Úbeda. En las mejores librerías. Pulse para conocer las fuentes que nos avalan


Quizás la mejor Guía de Úbeda.

 
    

MARTILLOS DE AIRE

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 5 de mayo de 1972

Volver

        

Es frecuente incidir en la nostalgia de un tiempo más tranquilo, menos acuciado, con más es­pacio para todo. ¿Y có­mo era ese tiempo con más tiempo? ¿Es que se trabajaba menos o con más orden? Tanto hablamos hoy de la urgencia y de la prisa que ya uno sospecha que el tópico tiene mu­cha parte aquí. La realidad es que cualquiera presume de exceso de tra­bajo y del "tengo infinitas cosas que hacer".

No sé. Es, quizá, que las cosas—po­cas o muchas—que hacemos las ro­deamos —queriendo o no— de más aparato. Y, desde luego, nadie prac­ticamos aquello del "trabajo púdico". Decía Eugenio D'Ors "que el andaluz es un excelente trabajador, quizás el trabajador español de más aguante, pues nadie como el campesino de es­tas tierras —argüía como ejemplo— resiste sin grandes muestras de fati­ga el horrible sol de la siega andaluza". Pero—añadía don Eugenio—en Andalucía existe como un pudor: se disimula el trabajo y hasta hay un prurito en sus gentes por aparentar que se trabaja menos. Y no falta cierta hipocresía al revés que hace de la pereza una virtud. Y se da más publicidad a la siesta andaluza —sintomática de una pretendida galbana— que al ascetismo laboral de la reco­lección de la aceituna, durísimo en las mañanas invernales, tan penoso en los rigores de enero como el de los calores caniculares en las faenas de agosto. Atribuía el autor de "La Bien Plantada" este pudor del traba­jo andaluz a una sapiencia de remi­niscencia bíblica: el trabajo es la san­ción impuesta primeramente a Adán y, así, como trabajar recuerda el pe­cado, se oculta en lo posible el tra­bajo como se oculta una vergüenza.

No, ya no sucede esto en ninguna parte. Ya nadie disimula sus sudo­res. Hay un especial interés, por par­te de todos, en recalcar que uno tra­baja y que trabaja "como un negro".

Vamos a poner las cosas en su si­tio. Se me ocurre pensar en esto aho­ra que, en el día de San José Obrero, hemos celebrado la Fiesta del Traba­jo. ¿De verdad trabajamos como negros? No. Uno cree que, ni más ni menos, se trabaja como siempre. Y, en contra de lo que comentaba en su tiempo D'Ors, se trabaja exhibitoria-mente, sin pudor y con alarde. Entramos en la cafetería y nos toma­mos lo que sea con gesto doloroso co­mo de quien también al tomarse el café trabaja. Luego, la cartera reple­ta de documentos, el coche, el paso rápido, peraltan nuestra mirada de hombres "ocupadísimos". Porque, eso sí, ocupados, sí; ocupados lo estamos a todas horas. Pero "ocupados" ¿de qué? Estar ocupado no implica nece­sariamente el estar metido en un trabajo auténtico, es decir, en un quehacer útil o beneficioso. Estar "ocu­pado" no es estar "lleno". Porque pue­de darse el caso de un cabeza vacía azacanado de la mañana a la noche en cosas como éstas: el volante (y no es chófer), la reunión del Consejo (no hay actualmente nadie que no pertenezca a ningún Consejo), la cita en la ventanilla (no hay español que pase una sola jornada sin acudir a una ventanilla de oficina pública para pagar, cobrar o cubrir un impreso), la consulta médica (¿hay alguien que no pierda al menos media jornada la­boral en su semana por mor de la enfermedad o molestia que sufre su mujer, alguno de sus hijos o él mismo?), preparar el viaje y las compras ajenas (¿quién no hace un viaje aun­que sea chiquitísimo por lo menos cada 15 días?). Y etcétera. Pero to­das estas ocupaciones tangencian el auténtico trabajo personal; ocupan el ánimo, inquietan, nos ponen nervio­sos, pero inhiben u obstaculizan un esfuerzo capaz de un rendimiento. Si somos sinceros, al fin de la jornada, muchos tendríamos que decir:

—No he parado en todo el día; pero hacer, ¿qué he hecho?

No paramos. Damos vueltas. Subi­mos. Bajamos. Y qué sensación de dinamismo da lo de bajarse del auto para subirse en el ascensor, lo de cambiar cinco palabras con Fulano y seis y media con Mengano. ¡Y el te­léfono! ¡Cómo se nos sube la activi­dad a la cabeza cuando oímos doce veces a la mañana el timbre del te­léfono y otras doce hacemos girar el disco dócil a nuestra prisa! ¿Yo y mi circunstancia? ¡Qué va! ¡Yo y mi prisa! Mi prisa exhibida, proclamada y programada. Mi actividad. Mi "no tengo tiempo para nada", dicho con énfasis triunfalista y agresivo. Y lue­go unas gotas de hipócrita nostalgia: Mi padre se pasaba horas y horas en la tertulia de la rebotica.

No paramos. Tampoco para la ar­dilla. ¿Hace mucho la ardilla? ¿Tra­baja? ¿Qué pretende con tanta subi­da y bajada? Estamos orgullosos de estar sin un instante libre. Y, a lo mejor, cada ocupación nos rebaja un poco el contenido del cerebro. Te­nemos mil cosas en la cabeza. (Bue­no, decimos bien: cosas. Las cosas, en la cabeza, suelen quitar el sitio a las ideas.)

Si cualquier día es bueno para un propósito, en el Día del Trabajo cada uno de nosotros debiera de decirse: Voy a trabajar. Y, luego, pensar: Para trabajar de verdad voy a moverme un poquito menos, porque lo que se pier­de en velocidad se gana en fuerza. Para trabajar voy a suprimir mi ser­vicio de propaganda, el propio rego­deo de airear, de ventilar mis ocupa­ciones. ¡Vamos a ver si consigo tiem­po para algo reduciendo a la mitad el número de veces que digo al día que "no tengo tiempo para nada"! Rela­jaré mi gesto de hombre decisivo, im­portante, a ver si así se me enrique­ce la imaginación. Haré una cosa, y después otra, y después otra. Me ocu­paré de mi trabajo; distinguiré entre mis verdaderas actividades y mis ocu­paciones flatulentas. ¡Vamos a no dar martillazos de aire en el aire!