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CONSTRUIR A EUROPA?

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 24 de marzo de 1972

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A veces, una visión ingenua de las cosas es útil en el tratamiento de ciertos problemas. Aparentemente despistado, el ingenuo puede con­tribuir con un suplemento de buen sentido —quizá de ironía— al múltiple acopio técnico, científico o simplemente político que el bien informado utiliza. Ahora, cuando el Presidente Pompidou ha hablado de la necesidad de "construir una Europa", el ingenuo, desde su viña, puede replicar: "Una Euro­pa, construir una Europa...; pero, ¿no estaba construida ya?".

Es que la Europa clásica, concebida como síntesis cultural de los fervores intelectuales griegos y de los valores cristianos, caducó. Es como una abadía ruinosa en el boscaje. Heidegger acusaba hace años el peligro cuando se lamen­taba del emparedamiento de esta Europa entre Rusia y U. S. A. donde advertía "el mismo frenesí siniestro de la técnica, desencadenada sin la raíz del hombre normalizado". Puede el ingenuo imaginar la paradoja de que es esta Europa, conocida, aunque amenazada, la que se quiere "construir" y encuentra la cosa rara porque él, atareado en su parcela, en su viña, no ha seguido día a día él proceso de desintegración (cuando no de derribo) de una cultura atacada por una civilización, como un Saturno al revés; es decir, como un Saturno devorado por sus propios hijos.

Pero la Europa que quiere levantarse ahora parte de otros supuestos. Por lo pronto aspira a erigirse no sobre un plinto de ideologías y de valores, sino de economías y mercados. ¿No sabe el ingenuo que siempre, siempre, hubo notables interferencias, influencias e interdependencias de lo económico y de lo ideológico? Lo sabe, ya que el "primun vivere" a lo largo de la Historia quiso preceder al "deinde philosophare". Sin embargo, el ingenuo no ignora que, al margen de los intereses (en cualquier caso efímeros, fungibles y va­riables), Europa instauró su perfil inconfundible, fiel a imperativos de razón y a objetos trascendentes. Es decir, Europa creía en sus fines y para ello se procuraba sus medios. Pero aquella Europa con misión tiene arrasada su te­chumbre y la hiedra trepa a lo largo de sus pilares. Entonces la Nueva Europa pretende alzarse como un edificio de nueva planta, si bien utili­zando por pura estética este o aquel capitel desmontado. El ingenuo no en­tiende esto del todo. Encuentra, sí, naturalísimo que el instrumental de la civilización se aúne y aumente, que la técnica multiplique sus servicios; pero ¿esta abundancia presunta, a qué fines servirá y cuál va a ser su por qué y su para qué? Será una Europa cuya alta misión se habrá bo­rrado, cuyos fines tendrán que inven­tarse. Será una Europa sin raíz. (Y esto, cuando China y Rusia forjan sus "místicas" y "ascéticas").

Areilza glosaba recientemente las enormes ventajas de nuestra civiliza­ción técnica y, al atisbar el peligro que, no obstante, podía acarrear su floración excesiva, pedía un coraje. Un coraje para subsistir y domesticar, con saludable alegría, sus posibles des­víos. Pero uno se pregunta: ¿Quién pone el cascabel al gato?

Pues bien. Es posible que sea el hombre ingenuo —o tenido por inge­nuo, porque la ingenuidad es con fre­cuencia una sabiduría disimulada— quien aporte soluciones. Puesto que la civilización de la técnica, de la eco­nomía y de la sociedad de consumo, se ha puesto "así de grande" y pues­to que, según y como, tal grandeza puede ser la del monstruo o la del... ángel; si convenimos que todo depen­de del "tratamiento", ¿por qué no ilu­sionarse pensando que el necesario "co­raje" puede inoculárnoslo la creencia de que todavía no ha expirado la Eu­ropa que nos apresuramos a enterrar? Maritain ha flagelado recientemente la "logofóbia", la "cronolatría", de los espíritus zozobrantes y abdicantes, su­midos en la vorágine de un tiempo que se obstina en correr el telón de­lante de cualquier inevitable perspec­tiva metafísica. ¿Qué Europa nos es­pera si unimos las economías apreta­damente, dejando vacíos de contenido a los espíritus? ¿Todas las energías vacantes —vacantes y con inusitados medios para la acción— pasarán al desenfreno? ¿Vacantes o... "bacantes"?

Todavía la ingenuidad tiene el dere­cho —y seguramente el deber— de ayudar a la Historia pensando que Eu­ropa no es el Lázaro que hiede y sobre cuyo sepulcro hay que construirlo to­do con arreglo a modelos importados. Todavía hay derecho a esperar en un Lázaro vivo y operante. Momento aún de creer que existen para Europa idea­les que piden ser servidos. Y que no hay que reinventarla, porque ya esta­ba. Tiempo de renovación, sí; no de nueva fundación.

Es muy probable que la política, la diplomacia, la economía y los merca­dos puedan conseguir para Europa ba­tallas y victorias después de muerta. Pero es más interesante creer que la Europa de Descartes, de Calderón, de Newton, de Goethe, sigue en su vigen­cia y no ha muerto aún; que sólo duerme. Y ésta sería la aportación sabia del ingenuo.