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PEDALEAR LA LEY

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Ideal. 17 de marzo de 1972

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Se ha citado mucho aquella frase de Romanones: "Que hagan ellos las leyes: Yo me encargaré de hacer los reglamentos". Del Conde, o atribuidas al Conde, estas palabras son muy... políticas. Cierta­mente, está la Política (con mayúscula), revestida, por así decirlo, de pontifical. Así concebida, la Política es una ciencia a la que nadie puede negarle reveren­cia, porque de ella dependen innumerables cuestiones importantes a nivel social e individual. Pero la Política se ahíla luego en las devanaderas de los políticos y, si no se tiene cuidado, las fibras se deshilachan. La palabra "político" se declina de muy diversas maneras. Se ha aplicado, a lo largo del tiempo, a hom­bres, a conductas y a estilos de vida muy distintos. De un señor cortés se dice: Es muy político. ¡Qué político es!, se comenta en ocasiones, de aquel caballero al que no se le ve el último fondo. Por supuesto hay personas ilustres dedicadas a la cosa pública a quienes se les tributa un elogio implícito al llamar­les "buenos políticos". Pero el caso es que nunca faltaron sinvergüenzas de quienes, precisamente para remachar su desaprensión, se decía: ¡Buen político está hecho!

Yo interpreto la frase del Conde de buena manera. De buena manera y no en sentido peyorativo. Cualquier política, si se aborda con realismo, necesita puntualizar en reglas sus principios. Es probable que existan reglamentos con­feccionados adrede para pinchar subrepticiamente los neumáticos que permiten el buen rodaje de las leyes y de los principios. Esto, naturalmente, constituye un abuso viejo. No obstante —aquí como en todos los abusos no pueden exi­mirnos de los usos. La ley, para plasmarse, pide siempre disposiciones com­plementarias —reglamentos—, si no es que deseamos que quede en estatua o en stantigua. El actor Peter Ustinof dijo de De Gaulle: "Perdió la bicicleta, pero no los pedales". Los reglamentos, los decretos ejecutivos, las ordenanzas, los '"mandamientos", ¿son a la Ley, lo que los pedales a la bicicleta? Bueno; real­mente, bicicleta y pedales no sirven de nada aisladamente. Y ¿qué haremos con leyes sabias, bien cinceladitas o bien niqueladitas, si después no las pedalea­mos como es debido? Cualquier Ley, por excelente que sea, ofrece muchos po­sibles cabos sueltos. Es la hora de los políticos. Con la reglamentación oportu­na, llega entonces el momento de tejer el buen Gobierno. Y con la reglamenta­ción inoportuna, viene el desflecamiento, la maraña, la confusión.

—¿Ha visto usted qué lío?

—Bueno: Es que aquí hay que hacer la cosa poco a poco.

Alejandro Dumas en su viaje por España anotó esta frase como muy española. "En España todo se hace poco a poco", escribía el novelista. ¿Será, piensa uno, este dar tiempo al tiempo, un vicio nacional? Entonces, podrían llevar razón quienes piensan que el reglamento es un pretexto para retrasar el cumplimiento de la ley que, por lo visto, debe funcionar como un reloj. Pero lo del "poco a poco", si bien se mira, también puede ser una virtud. "Sin pausa y sin prisa", estamos proclamando a todas horas. Y nadie puede negar que esta frase tópica, bajo su cáscara manoseadísima, esconde su almendra.

A mi entender, siempre tienen que venir, detrás de los dictaminadores de la ley —casi sacerdotes— los confeccionadores de reglamentos: Casi sacristanes. Un ordenancismo exagerado será siempre peligroso. Empero, la articulación de los principios en precisiones normativas no puede faltar nunca, porque siempre surgiría el roto tras el descosido. Y he ahí la diferencia: El auténtico buen político aplica los reglamentos como una proyección de los principios, pero quien carnavalea con ellos mitad a mitad es que... ¡vaya político que está hecho!

Renard pedía un "secretario de sueños" para sus mejores proyectos, temien­do que la realidad, olvidadiza, ensuciara las ideaciones forjadas en su torre de marfil. Posiblemente sucede muchas veces eso con las estupendas leyes que se elaboran, para sí¡, los pueblos; la cotidianeidad malogra lo que el inspirado deseo erigió. ¿Secretario de sueños para las leyes? No, no; sería demasiado... cursi. Bastarían reglamentaciones bien ajustadas como el pedal a la bicicleta. Y, desde luego, no tan prudentes que le tuviesen miedo al agua. Porque "no se pescan truchas a bragas enjutas", decía nuestro Estebanillo González. Tan realista.