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—Espere, tendré que hacer números.
Es respuesta de todos, en la proposición del negocio y en la del ocio; cuando viene alguien y nos proyecta una feliz inversión o unas venturosas vacaciones. Porque esta es una "profesión" del día: "Manager" de la comodidad ajena, de la diversión ajena, de la prosperidad, en fin, del prójimo. (¿Por amor de caridad? No, no. "Pane lucrando"...)
Pero a quien viene así de generoso hay que decirle eso: Que espere, que le contestaremos mañana, que cuando "hagamos números"...
¡Hacer números! ¡Qué bien! ¿Se acuerdan ustedes del brillo que les dio Pitágoras? Les atribuyó un origen casi divino; sin ellos, lo de la "música de las estrellas" no hubiera prosperado, y, por supuesto, tampoco, la música del arpa. Pero los números cayeron de su cielo platónico en la prosa de cada día. Y fueron organizados. Vino la idea de hacerlos instrumentos útiles. Surgieron los sistemas de numeración. Contar, medir, pesar, ¡ahí es nada! De pronto, la Civilización se polarizo así: Cantidad, medida, peso. Decididamente, ya en el XIX, Comte y Stuart Mill, dedican su existencia a no consentir que la vida —ese fluido— se salga de las "casillas" (hechos reducibles a números) que ellos le preparan. Reacciones, claro que ha habido después contra el positivismo. No obstante, los números —¿para siempre?—, están ahí, cada vez más útiles, más serviciales, más abundantes, más prolíficos. Están ahí, ¿cómo? Bueno; lo hacen tan bien que nos achican, nos ahogan. Yo no sé si se ha terminado ya la Metafísica, pero la Estadística tiene suspendida sobre ella su espada de Damocles. ¿De dónde le vienen ahora a la mayoría de la gente las ideas? De las estadísticas, de los baremos, de las encuestas. Y está muy bien que, por ejemplo, las "cifras de producción" constituyan una muestra predominante de la Cultura; pero uno sospecha que los números, a veces, se salen de tiesto. Conocer es operación humana ineludible y, como nos dimos cuenta de que los números son clarísimos, a ellos los constituimos en medios casi exclusivos de todo conocimiento. Es demasiado. Desde lo más trascendente hasta lo más trivial, todo empieza a dársenos en cifras. El número suplanta al verbo ¿Cómo se divierten en París? Un periodista trae hoy la respuesta clara. En París cuesta cinco veces más que en Madrid una noche de teatro, y en Tokio el teatro es ocho veces más caro. ¿Cuánto supone en Bruselas y en Londres alegrarse con unas copas? Cuesta por lo menos, el doble que en Palencia
Hacer números, oficio de todos. Pero hay otra cosa: Están, además, los que, inexorablemente, se nos dan hechos. Los que nos informan de lo nuestro, incluso de lo personal e intransferible. Y contra estos no hay "tío páseme usted el río". Cualquier hombre tiene hoy sus números irrenunciables. Ya en la escuela empiezan a asignar a cada uno cifras de las que no se va a poder emancipar jamás; el "coeficiente intelectual", entre otros muchos. ¡Ay, Señor! La inteligencia, la atención, la fantasía, el temperamento... ¡qué no se mide hoy! Test, pruebas y "perfiles" dan hecha (¿la dan de verdad?), la definición de cada adolescente.
Pues, luego vamos al chequeo médico y las cifras nos arrollan. Irremediable. Número de glóbulos, de leucocitos, porcentaje de colesterol, de urea, de albúmina. Número de pulsaciones, cifra de la tensión arterial. Y ese otro test de los "iones". En la sangre, en la orina, en los sismos imperceptibles del cerebro, en los latidos del corazón, tenemos números, números, números. Nuestros números. Menos mal que el doctor es un humanista.
—Doctor, esto, ¿es grave?
—Bueno, mire: Esto son cifras.
No lo niegue nadie. Los test y los chequeos dan motivos para iniciar cualquier conversación. En lugar de preguntar por la familia o por la salud, usted puede empezar: ¿Cómo van sus números?
Pues, sin embargo, hay también una especie de "crisis del número". Javier de Lorenzo ha publicado un libro titulado "Introducción al estilo matemático", en el que se dice que el número pierde su ontología —su "estatua"— para hacerse, más bien, realidad dinámica; que hay que pasar de la idea de número a la idea de función. Dice más. Dice que no es que la Matemática haya evolucionado de Pitágoras a Einstein, pasando por Euclides: sino que hay muchas matemáticas, y que cada cultura es capaz de una matemática distinta. A este efecto, es interesantísima la exposición que del libro de Javier de Lorenzo ha escrito Rocamora...
Si el número entra en crisis, me acuerdo del maestro de Eckehart que escribió: "Dios es uno sin número; está por encima del número". Y como uno es algo exagerado, al leer las palabras del maestro de Eckehart, piensa: ¿No será, entonces, que los números —tanto número— son más bien un castigo? ¡Más bien un castigo que un premio! ¡Mal acuerdo el de Pitágoras al descender los números de la música de las esferas al suelo del planeta!
(—Oiga, oiga, y ese maestro de Eskehart, ¿quién es?
—Eckehart es un monje filósofo nacido en 1360
—¿Dice un monje, filósofo y del sillo XIII? ¡Oué bárbaro!
—Era un hombre que ahondaba con sus cangilones en su pozo
—Pero, pero, ¿cuáles eran sus números?
—No sé. Quizás en su convento los números eran llamadas de campanas y tenían estos nombres: Prima, Tercia, Sexta, Nona. Eskehart escribió un libro titulado "Del Consuelo Divino".
—Así se explica)
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