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La poesía es tan frágil, tan tenue, tan sutil, que se quiebra al primer envite de la vulgaridad o de la chabacanería. La poesía... no es de este mundo. Cuando se la quiere casar con la realidad, cuando se la quiere «practicar», nace ese seudolirismo, ese mestizaje híbrido que se llama cursilería. Por eso, apenas deambula la poesía por las calles bulliciosas, pobladas de anécdotas, de escaparates y de «autos». No expongáis vuestro secreto a la contemplación pública; no digáis delante de la gente: «Yo soy poeta», porque el factor «gente» está formado de todo lo aleatorio, de todo lo falso e impersonal. Cada individuo entreteje su mundo personal, y con las hilachas sobrantes se forma la tela anónima, la gente. ¿Cómo, pues, el diálogo poético entre la persona y la gente? La poesía es, siempre, de persona a cosa, o de persona a persona; nunca de cosa a gente o de persona a gente. En la soledad ha edificado la poesía su palacio de silencio. Hay que caminar a su encuentro con paso quedo, de puntillas, lentamente. Todas las avecicas líricas picotean, ingrávidas, la soledad; y cuando llega el ruido, denso de risas, de palabras, de gritos, de músicas locas, se produce la desbandada... En el centro mismo de la ciudad, Baeza guarda su corazón de silencio. Otras ciudades, rodean de cromatismos detonantes su corazón de ruido, vaso receptor de todas las arterias de la actualidad. Pero Baeza ha enmarcado de arte la infinita nostalgia de su grandeza impar. Y ha acordado para las avecicas líricas su mejor reducto ciudadano. El Seminario, el Instituto, la Catedral, la plaza de Santa María constituyen, en medio de Baeza, un a modo de lago espiritual en que se han remansado los agitados ímpetus de la historia. Cada época levanta su plegamiento en la vida de los pueblos... y a estas cuencas cerradas de evocación sentimental confluyen de todas las vertientes, hechas ya limo lírico, las errátiles memorias. Son los rincones «sin vida», los rincones «muertos» según la versión anestesiada, hiposensibilizada, del vulgo... En verdad, ofician una misión reguladora de espiritualidad, garantizan una endocrina función poética que eleva el tono y llena el pulso de la ciudad...
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