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Lo religioso
La religiosidad vuelve, al hombre y al mundo, hacia Dios. El mundo y el hombre tienen, a veces, la debilidad de creerse autónomos. Es como un olvido. O, quizás, como un despiste. También, en contados casos, un deseo oscuro.
Pero el hombre, que puede flotar ya en el espacio, en el cosmos, no puede alentar en el vacío espiritual. Nadie puede separar (?) la fuerza de gravedad de lo divino. Ser religioso es saber que Dios tiende su cable al alma de todos, al alma de cada uno.
La religiosidad es el vínculo que salva. ¿Una idea? ¿Una lucubración filosófica? ¿Un sentimiento? ¿Una estética? No. Una tangible y efectiva realidad. La liturgia da su signo, su palabra, al Misterio. En la liturgia se posa el Misterio en milagro permanente. Y así, la Creencia se sensibiliza, se hace encarnación y testimonio. Nunca como en la Semana Santa, la sensación de Dios se estabiliza. En las viejas ciudades de España, además, la Liturgia extiende su influencia, contagia de su fervor a las calles, a las gentes. He aquí un pueblo —Úbeda— que acierta a dar su tono concorde a la modulación que la Conmemoración de la Pasión de Cristo demanda. Hay un alma comunitaria en los pueblos. El alma de Úbeda es religiosa. A despecho de cualquier anecdótica desviación, se advierte en Úbeda cuando llega el Jueves Santo, cuando llega el Viernes Santo, una vibración sacra, una excitación piadosa, una conmoción sutil de su entraña honda.
Lo histórico
La religiosidad es actualidad, pero, ¿acaso empieza y termina en ella? Se amplifica la religiosidad cuando la Historia actúa de resonador. La Semana Santa es más intensa con la colaboración de los muertos. (La Historia es el testimonio de los muertos.) En las procesiones tradicionales hay una colaboración efectiva del pasado; una orquestación de generaciones. Cabría decir que en las procesiones existe una auténtica Comunicación, una Comunión de los Santos en pequeño. Úbeda informa de esta verdad. En sus celebraciones piadosas, la actualidad es una sagrada repetición. Cada Viernes Santo sopla fuerte en Úbeda el maravilloso Viento de lo ancestral; viento empapado, húmedo de Dios. Y es pequeña —parece entonces pequeña— esta actualidad de problemas urgentes que lo quiere llenar todo. El presente se achica encorvado, sesgado, por la valiente embestida histórica. Se doblegan los intereses del momento como espigas. Sopla la evocación en las calles y en las almas. Recobra su Unidad el pasado. Lo que fue se alia con lo que es, con lo que será. Cristo crucificado se alza como señor de lo Absoluto en esta relativa contingencia. Se borra el tiempo y El queda. Mil penitentes pretéritos se murieron. Mil penitentes futuros aguardan. Mil penitentes fugaces de este año, se irrogan el magnífico privilegio de acompañar en las calles transidas de recuerdos, al Cristo que ora, al Cristo flagelado, al Cristo cargado con la Cruz, al Cristo que agoniza...
Lo artístico
El Arte es el suplemento que añade a la Vida —a la naturaleza y a la historia— todo lo que la vida no ha sabido alcanzar. El Arte es el auténtico retiro de la Belleza, es el habitáculo de las errabundas, fugitivas, ansias nobles. El Arte es como un desquite, como una alta revancha. En el arte, el espíritu se venga de la carne y la Idea se libera del hecho...
Úbeda, hecha de materia artística, ofrece su marco a la conmemoración divina. ¡Sus monumentos, sus campanas, sus músicas de ayer —agonioso trompeteo de los «lamentos», de las marchas cofradieras—! ¡Sus imágenes! ¡Su esplendor de luz, de sedas dormidas, de rasgos vetustos! ¡Sus piedras que memorizan gestas ilustres! Cada fachada, un estandarte de fervor. Cada torre, un clamor alto. Una esperanza y una afirmación indeclinable cada blasón que han mellado, raído, las centurias.
Úbeda, antología de Arte, durante la Semana Santa tributa a Cristo el Homenaje, la Ofrenda de su gloria.
Lo popular
Pero todo pudiera quedar en retórica —retórica para Cristo— si un robusto, vivificante, aliento popular no corroborase aquella necesidad religiosa, aquel impulso histórico; si el arte mismo predicase su panegírico en medio de la general indiferencia. Pero no; existe la garantía de que la Semana Santa de Úbeda, es auténtica, irremisiblemente popular. Mil veces se ha repetido: Úbeda, tan refractaria a cualquier súbito enardecimiento más o menos oportunista, tiene su propia fiebre. No fiebre contagiada, no caldeamiento impuesto, artificioso. Al contrario; calor que alimenta su fuerza en las ascuas recónditas.
¿Quién sopla en esas ascuas? (Úbeda: El encendedor que la encienda, buen encendedor será...)
Uno no sabe valorar el contenido espiritual de la Semana Santa de Úbeda. Uno sabe que el continente es... óptimo e irrompible. La Semana Santa es el mejor monumento de Úbeda. Hacer que su espiritualidad religiosa se supere cada vez, es misión de todos. Ahora bien, lo único que impediría llenar el vaso, sería dejar que se nos rompiera.
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