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El poeta puso este mote a Baeza: «la nombrada». No es pequeña ventura ésta de tener «nombre». ¿No garantiza el nombre a las cosas una especie de inmortalidad? Mientras tienen «nombre», las cosas viven. Baeza germinó en la primavera feraz de la Historia de España. Todas las espigas de su hidalguía granaron luego en prestancia y gloria: cuajaron en esa madurez dorada que es el «monumento». Y el «monumento» es siempre, el vendimiador que recoge en su recinto —lagar cerrado— la cosecha espiritual de los siglos; el «monumento» es la bodega del arte, repleta de añejos vinos líricos, confortantes... Es Baeza «nombrada» precisamente por sus monumentos. En cada rincón de la bella ciudad se reiteran como testigos de tal nombradía inmarcesible: repiten todos los días un «doy fe» de pureza enraizada. Y este «doy fe» de los monumentos de Baeza impide cualquier «doy fin» del desaliento o de la tristeza, o de la pobreza... Aunque no hay que insistir en ese tópico de la pobreza baezana que inició Antonio Machado. La pobreza de «la nombrada» puede ser, sólo, un accidente transitorio. El señorío puede rehacer una riqueza, por cierto que sea que la riqueza no puede edificar un señorío...
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