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Alcalá es la proa de Jaén; una proa que hiende el oleaje quieto, petrificado, de una milenaria orografía, entre olivares, vacilante entre el sosegado encanto jaenero y la sugestión nazarita. Alcalá entre la capital del Santo Reino y Granada, a medio camino entre Jabalcuz y la Alhambra, guarda un precioso —difícil— equilibrio geográfico. Tierra adelantada de Alcalá, tierra fría, tierra pura, un poco como la Soria del poeta...
Un buen amigo mío alcalaíno me hablaba muchas veces de Alcalá. ¿Por qué no conozco yo aún Alcalá? El me la describía airosa, noble, limpia, amable. Gran ciudad con un núcleo de población numerosísima incrementada por la cada día más intensa, de sus anejos. El prestigio de una ciudad, se acrecienta cuando una pululación de anejos le rinde vasallaje. En el proceso puramente geográfico, como en el proceso cósmico, es de singular importancia la existencia de los satélites. En lo puramente geográfico, los poblados anejos, las aldeas, son a modo de satélites sujetos a la gravitación de la ciudad. Ya, a priori, gusta Alcalá por esto: por su índole descentralizadora que irradia vida al contorno en lugar de absorber vida del contorno; por el magnífico contingente de una población rural que hace contrapunto a su potencia urbana. Ahora que tendemos a la congestión de la gran ciudad —la gran ciudad padece una tensión arterial verdaderamente alarman te—, es casi aleccionador el ejemplo de estas ciudades, como Alcalá, que reparten a sus gentes; que renuncian al casco ostentoso.
Pero no sé si me salgo por los cerros de Úbeda. La Real Cofradía de Nuestra Señora de las Mercedes me honra pidiéndome una colaboración para este diario. Ocasión ésta para que lamente, una vez más, no conocer personalmente a esta bella ciudad; para que me pregunte cómo es posible que yo no haya estado aún nunca en este pueblo. Porque, ¿verdad que hay ciudades que nos simpatizan, que nos atraen, que nos impelen a la admiración aun antes de haber estrechado su mano? Será, en este caso, que la noble ejecutoria alcalaína, que su raigambre, que su estirpe histórica, que su señorío así lo determinan. Porque Alcalá, alta en la geografía, se eleva, también en lo humano, en colosales eminencias sobre el nivel rasante, sobre el nivel vulgar. Es fama en nuestra provincia toda.
La Virgen de las Mercedes, Patrona de Alcalá, preside la evolución de este pueblo, más célebre todavía —afortunadamente— por sus hijos ilustres, por sus artistas y por su historia, que por su equipo de fútbol. Casi no he visto nunca a Alcalá en las páginas deportivas de los periódicos y casi me dan ganas de felicitarla por eso... Y, ¡qué nombre tan bonito han elegido los alcalaínos para su Virgen! ¡Qué advocación tan fina! Virgen, a la que basta nombrar, para dedicarle una oración. Sorprende a veces que la humanidad que tan pedigüeña se ha vuelto para lo mezquino, para lo bajuno, anda, desde hace mucho tiempo, remisa para pedir. Para pedir esas cosas altas, delicadas y trascendentales que merecen algo más que el nombre de favores: que merecen el nombre de mercedes. Mercedes, esto es, gracias. Mercedes, esto es, Gracia.
Buen pueblo el de Alcalá; pueblo seguramente más interesado en demandar que en solicitar favores; pueblo que cuando nombra a su virgen ya se lo ha pedido todo.
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