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El patio, ¿no es anterior a la plaza? Representa, quizá, el primer ensayo de socialización. Pero socialización, todavía, a nivel familiar. Fue una plaza... en propiedad. (Ahora las únicas plazas en propiedad son las que se ganan en las oposiciones.) Pero era más feliz quien antes disponía de patio propio que quien hoy disfruta de un puesto en la Administración del Estado.
Ya los patios están como jubilados, en cesantía. Hoy un patio de columnas es un lujo o una supervivencia. Todavía se proyectan en colegios y cárceles..., pero pronto se deja ver su carácter en todo ajeno al estilo de los de antaño. ¿Clamaremos contra el tiempo nuevo que nos arrebata los patios? No. Sencillamente, no. Nuestro tiempo somos nosotros. Sin embargo, no parece inútil una evocación (cualquier evocación), más que por la evocación misma por la sugerencia de posible rectificación o enmienda que pueda depararnos para el futuro.
Bueno, pues entra uno en cualquiera de estos patios venerables y la actualidad se queda aguardando a la puerta. Es formidable, porque la actualidad es nuestro paisaje ordinario. Pero por extraordinario que sea nuestro paisaje ordinario, hay que perderlo alguna vez de vista. Quien se encierra en su tiempo es, un poco, como quien se encierra en su pueblo; el actualismo a ultranza es un aldeanismo más. Entra uno, digo, en el patio antiguo y advierte el cambio. El aire de la calle tiene el color del día, del mes y del año; el del patio está impregnado de intemporalidad. En la calle están los pasos y en el patio las huellas. En la calle los ruidos y en el patio los ecos.
Estoy en un patio de estirpe plateresca, sobre cuyas arcadas unas gárgolas hirsutas esgrimen su pelambre cerca de los medallones renacentistas que iluminan las enjutas. (Gerardo Diego me hizo notar la curiosa aparcería medallón-gárgola, reiterada a lo largo y a lo ancho de este patio ubetense.) Está lloviendo. Pues bien, la lluvia aquí se da cuenta de que está siendo observada; su salmodia sale cuidadísima en el silencio. No cabe más virtuosismo.
Otros patios modestos existen con galería y balaustrada de madera, sobre cuya vejez estalla la alegría de las macetas de geranios. Patios de vecindad, alertados de gatos en la alta noche. Con un sol, de uso propio también, para las camisas, delantales y pañales puestos en el tendedor.. Con ristras de pimientos a secar trepando, como grecas, columnas arriba. Patios de saínete cercanos a Arniches y no demasiado lejanos de Buero Vallejo. ¿Cuánto tiempo van a durar?
No sabe uno cuándo va a constituirse la Sociedad de Amigos de los Patios. Como contrapeso, al menos, de las sociedades de amigos de los «ovnis». Pienso en los patios salmantinos, en los compostelanos, en los de Valladolid, en los de Toledo, modulados en clave de señorial elegancia. En los manchegos, de resonancias cervantinas. En los patios andaluces, llenos de gracia... El patio es un género de muchas especies. Su asombrosa variedad les constituye en auténticas cajas de emoción. ¿Quién no advierte el desafío de belleza que nos lanza uno cualquiera de los capiteles de estos finísimos patios del xvi? Y, ¿quién no se conmueve a cuenta de los carísimos júbilos gratuitos de aquellos otros patios populares, con ropa tendida al sol en cercana amiganza de geranios y rosas? Postulan —pienso yo— una alegría que no abdica, que como es una alegría natural, saber convivir —precisamente convivir— con dolores y sufrimientos. Porque, ¿no es alegría una superintendencia por encima de los trabajos y los días? No eran los ricos y ya era la alegría. No estaban los pobres y ya estaba la alegría...
¿Quién institucionaliza la Sociedad de Amigos de los Patios? Pronto, porque ya muchos se acaban.
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