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SOBRE EL TRABAJO (Temas andaluces)

Juan Pasquau Guerrero

en Diario ABC. 27 de febrero de 1963. Edición Andalucía

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Lo de un gitano:

—Mira, payo; yo, listero o algo así. Un empleo de poco trabajo y muy lujurioso.

Y quería decir muy lucrativo.

La lata es que cuando se habla de personas que no dan golpe, mucha gente de por ahí piensa en Andalucía como en la patria adoptiva de los «calés». (Pero, ¿es que no hay gitanos en Valladolid o en Gerona?) Lo que indig­na un poquito es que la frase de castigo a la galvana ven­ga dirigida —por mor de un tópico patinado de siglos— a la «tierra de María Santísima». Así es que si luego nos excusan del coscorrón es en gracia del bollo, si nos per­donan lo de listero es por lo de «lujurioso».

Viaja uno, no más lejos de Segovia a lo mejor, y lo primero que le sueltan respecto de Andalucía es:

—Mucho latifundio por allí, ¿eh?

Y luego, en seguida, con descaro: —Muy pocas ganas de trabajar...

¡Pocas ganas de trabajar! Pues claro que, en general, el andaluz no ostenta su trabajo como un dije, no lo en­seña como una sortija de brillantes. No dice «mi trabajo» orgullosa, enfática, solemnemente, como quienes lanzan lo de... «mi señora» al hablar de su mujer. Pero esta fama...

—Sí; tienen ustedes fama de eso.

Vacilan algo al decirlo, pero se reponen y añaden con asombrosa audacia:

—Fama de eso y de... fulleros.

Me ha ocurrido oír tales cosas más de una vez, bien que disimulado el improperio entre filacterias de sonrisas y de distingos.

Examen de conciencia al canto, andaluces. ¿Somos...?

La teoría del «trabajo púdico» puede —por ejemplo— servir de respuesta. No formuló la teoría un andaluz, sino un... catalán: Don Eugenio d'Ors. Vino a decir, poco más:

—El andaluz sabe que el trabajo no nos viene de gra­cia, sino que se nos impuso de castigo. Y si se trata de un castigo, ¿por qué vamos a esgrimirlo como una ejecu­toria? Por tanto, el andaluz se esfuerza como quien más; pero, si puede, oculta su afán laborioso como el que re­cata una vergüenza. Porque el trabajo es muy digno y muy necesario, todo lo digno y necesario que es cumplir una condena; no más.

Naturalmente, tiene el trabajo su anatomía, fisiología e higiene. Ahora bien; sus «formas» no hay por qué ceñir­las y ajustarías hasta extremos de provocación. Disimula­das y tapadas están mejor. En cuanto a la fisiología, al funcionamiento, al rendimiento, ¿qué tantos añade a la producción la palabrería? Trabajar con la lengua fuera es hacerlo de una manera poco estética. Con el gesto no se producen espigas, ni aceitunas, ni kilovatios. El anda­luz lo sabe desde adentro. El —puede que lleve razón don Eugenio d'Ors— piensa que el trabajo, como se decía del buen paño, en el arca se guarda; es decir, en el reducto cotidiano y personal se demuestra. No es para mostrado, para «presentado en sociedad».

Porque eso es lo que no pretendemos por aquí: hacer del trabajo una duquesa, embobarnos ante su prestigio o su belleza. Estupendo es poder decir: Trabaja para vi­vir. Y, sin embargo, es necio pensar: Vivo para trabajar. No es una corona el trabajo, sino una cadena... perpetua. No supone una glorificación; más bien implica una ascesis.

«¡Mi dinero, mi dinero!», exclamaba a cada paso el señor Pantalón de la comedia benaventina. Parientes su­yos parecen los que a cada momento gritan: «¡Mi trabajo, mi trabajo!».
Es más fino, más andaluz, decir, serena y meditativa­mente: El trabajo.