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Cuando murió don Alfredo Cazaban yo tenía doce años; no alcancé a conocerle. Pero recuerdo a mi padre hablando de él; concretamente, su gesto de fatiga y pesadumbre cuando, una tarde de enero, llegó a casa, después de haber asistido al entierro de don Alfredo. No mucho antes, Cazabán había recibido un homenaje nacional. Creo que tengo en casa el diario La Provincia con la referencia de ese homenaje y de los discursos. Para mi infancia, ya casi metida en la adolescencia, el nombre de Alfredo Cazabán tenía un carácter en cierto modo mítico. ¿Quién era Cazabán? A punto cierto no lo sabía... ¡Cazaban, Cazaban! Estaba en todas las conversaciones y su nombre aparecía reiteradamente en los periódicos que leía mi padre.
Me enteré bien de quién era don Alfredo unos años después. De un lado, mi incipiente vocación literaria de los años treinta —temblor de una glosa a las «coplas de Jorge Manrique» que me premian en la clase de Preceptiva del Colegio del Corazón de María—, y de otra, mi cariño a Úbeda, a mi pueblo, hacen que yo me encuentre con el nombre de don Alfredo Cazabán en todas las esquinas de mí§ aficiones juveniles. En 1934, con motivo de las fiestas del VII Centenario de la Reconquista de Úbeda, se edita un espléndido folleto y en él aparece el fragmento del cronista de la provincia, titulado «Mi pueblo», fragmento que hace días citaba emocionadamente en Ideal, de Granada, don Andrés López Fe. Cazabán, a través de esas líneas suyas —verdaderamente antológicas— me adentra para siempre en el espíritu de Úbeda. En la finísima poesía de ese trozo de prosa suyo, impregnado del mejor casticismo, se prende mi alma; mi alma, desde entonces, profesa en ubetensismo. Porque se puede ser ubetense por casualidad —por el solo hecho de haber nacido aquí en Úbeda—; pero, además, se puede ser ubetense de pura vocación. Cazaban, con sus escritos, ratificó mi partida de nacimiento —«nacido y criado en Úbeda»— con el entrañable, total y apasionado amor que él, junto con mi padre, supo inspirarme hacia mi pueblo. Porque pienso yo que fue don Alfredo el auténtico descubridor del alma de Úbeda. No es, no, que Úbeda no tuviese alma antes de Cazabán (eso, decir eso, contituiría una especie de herejía); es que fue él, Cazaáan, quien acertó a diseñarla, a manifestarla, a «enseñarla». Desde sus escritos, el perfil de esta ciudad aparece nítido e imborrable. Y todos cuantos, más adelante, hemos intentado hacer la apología de este pueblo monumental, o su «biografía» simplemente, no hemos sido sino sus epígonos, sus sucesores. Y es justicia y es honor para todos proclamarle Maestro.
Maestro de Úbeda, «enseñador» de Úbeda...; pero también maestro y enseñador de Jaén, de toda la provincia. El Santo Reino es asignatura eminente de España. ¿Se puede conocer España, en su Geografía y en su Historia, sin un conocimiento amplio de Jaén? Quizá pudo creerse tal cosa; probablemente pudo estimarse que nuestra provincia no era, por así decirlo, condición sine qua non de España, antes de la hora de don Alfredo. Una secular desidia de los jiennenses —salvo excepciones egregias: Muñoz Garnica, Deán Mazas y algún otro nombre que añadir— hizo olvidar a lo largo del xvn, del xvm y del xix los méritos y glorias de nuestra provincia. Y fue Cazabán, mediante su ingente obra, el rehabilitador de la grandeza artística e histórica de esta bendita tierra. El logra que la atención de los estudiosos de nuestra Patria vuelva a Jaén: investiga, ahonda, medita en los archivos; airea nombres cubiertos de polvo, limpia evocaciones arrojadas al desván. Y como Cazaban, además de escritor, es hombre activo —cosa insólita en los hombres de pluma— consigue para la provincia no solamente el interés de los grupos eruditos y literarios, sino la ayuda oficial, en muchos aspectos, de las altas esferas. (Creo que no está de más recordar la visita del Rey don Alfonso XIII a nuestra provincia en los años veinte; visita que tuvo excelentes repercusiones de toda índole en nuestras tierras y en la que tan brillante papel cupo al llorado cronista oficial de nuestra provincia.)
«Don Lope de Sosa», a los efectos, constituye el texto de Jaén; al que es necesario recurrir, que es preciso leer, releer, comentar, aprender. Un ochenta por ciento —y no sé si me quedo corto— de lo que las generaciones actuales sabemos de nuestra provincia, ¿no lo sabemos a través de don Alfredo Cazabán?
Parece urgente estimular a nuestra provincia para que demuestre cumplidamente su afecto, su gratitud al director de «Don Lope de Sosa». Como ubetense, tengo que decir que es particularmente urgente estimular a la ciudad natal de don Alfredo, a la Patria chica del autor de Apuntes para la Historia de Úbeda. Deseos fervientes de honrar a Cazabán no faltan. Quien esto escribe, echa de menos, sin embargo, la constitución de un grupo ejecutivo —de una Comisión, si gusta la palabra— que, a nivel provincial, trabaje y se esfuerce con vistas a la plasmación efectiva de un homenaje que tenga la altura que Cazaban se merece. Un homenaje, de otra parte, a la altura de Jaén. Porque nobleza obliga.
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