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Andrés Segovia es uno de esos jóvenes de compañía perenne. Quizás el tiempo da y quita juventud; esa que en años se mide. Pero el espíritu rehace lo que el paso de los días hurta. Andrés Segovia que, como todos los hombres egregios, sabe tomar cada día la tensión a su espíritu, acierta el tratamiento para que no venga la esclerosis a su memoria, ni a su voluntad, ni a su entendimiento. El tratamiento es el arte: es su música. Cuando todo parece que se hunde, el arte queda. «Ars longa vita brevis», dice el adagio latino. En este sentido, ni un poema, ni una sonata, ni un cuadro pictórico caben en el espacio del tiempo. Se le podría preguntar a Andrés Segovia: ¿necesitó usted para hacer de la guitarra su «alter ego», su otro «yo»? Y, de seguro, Andrés Segovia respondería: Eso no es cosa de más o menos tiempo. No es tiempo lo que se necesita. El arte no «cabe» en el tiempo. La música es otra dimensión. Lo que necesita el artista —pintor, poeta o músico— es fuerza, es soplo, es coraje.
Andrés Segovia. He aquí un hombre con coraje, en el más noble sentido de la palabra. Nuestro español universal agarró la vida de su mejor asa. El ilustre linarense, como todos los grandes hombres, ha mejorado un poco el mundo. Es la misión de los genios: participar; poner la mente o la mano (o la mente y la mano, como don Andrés) para colaborar en la Obra de Dios. No, por supuesto, para «mejorar a Dios» como mienten esos falsos teólogos presuntuosos, sino para hacer ostensible con su «servicio», con su mente ágil, con su inspiración veloz, con su sabiduría limpia, el mundo en ascenso. Porque Dios hizo el mundo, lo creó. Y los artistas lo traducen a nuestro lenguaje: lo interpretan.
Pitágoras hablaba de una «música de las esferas» latente en la armonía rítmica sideral. Los músicos nos hacen accesible y doméstica la inmensa belleza. Es decir, hacen audible —perceptible a los sentidos humanos— la «música callada» y la «soledad sonora» que adivina el insigne Juan de la Cruz.
Andrés Segovia. En cada interpretación desciende a la hondura de la guitarra, a su pozo entrañable y misterioso. Y de su agua honda hace aflorar luz nueva. «Luz, luz, más luz», pedía Goethe en el momento de su muerte. Siempre el mundo necesitó más luz y son los artistas los que responden al apremio, a la llamada. Luz es la música de Andrés Segovia abrazado a su guitarra. Luz que ayuda a vivir. Luz que puede ayudar a morir.
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