|
... Y, naturalmente, habrá que volver a decir que nuestra época no es tan materialista como dicen por ahí. En la sesión inaugural del Instituto de Estudios Giennenses, Gutiérrez Higueras —hombre que tiene un concepto «intelectual» de la política; hombre que acierta a asignar una función política a la inteligencia— quería que la vida de la modernidad encerrase más vida dentro. Y, como no se contaba —por ejemplo— con la «electrificación» de los servicios, con la asepsia de una cultura niquelada, demandaba..., ¿qué diréis que demandaba? Demandaba poetas; poetas que hiciesen contrapunto a los técnicos; investigadores y eruditos que buceasen en los caminos andados, ahora que se prevén caminos inéditos entre las estrellas.
La Cultura puede volver a unificarse, tras la etapa dispersa de la especialización; podrá «organizarse», hacerse cuerpo —anatomía, fisiología e... higiene—, si sabe agudizarse, y afilarse por la punta para insertarse, como un clavo, en el espíritu. Porque éste es todo el éxito de la cultura: saber que el espíritu está ahí, dentro y afuera, alrededor de las cosas, en los hombres y en las instituciones, no como un factor del que se pudiera prescindir sustituyéndole por otro factor..., sino como una atmós fera respirable que hay que incorporar dentro de la vida para evitar la muerte por asfixia. Desde el Renacimiento, la cultura se ha venido clavando, mejor o peor, en lo material: esto es fácil. Se ha producido la técnica. Pero, ¿no habrá ciencia también —aunque más difícil— en la otra vertiente? Bergson pensaba que la morfología de la humanidad actual sería otra si, desde Descartes y Bacon acá, la Cultura hubiese lanzado a cientifistas del espíritu, con la misma abundancia que equipaba cientifistas de la experimentación iisica. La «ciencia» se umteralizó y se divorció del espíritu hasta el punto que hoy nadie llama científicos a los filósofos, aunque llame hombres de ciencia a los mecánicos.
Siempre es bueno hablar de valores eternos, como lo hacía el Ministro de Educación Nacional en la sesión misma del Instituto de Estudios Giennenses. Disertaba el señor Ministro con palabra emocionada, convencida: hablaba desde adentro del corazón como un poeta. E insistía en lo mismo: «vitalización de la vida». De la vida universitaria, de la cultura, de la docencia.
Claro que sí; los materialistas fueron... ellos; quienes nos precedieron en el decurso de las generaciones. Penamos las consecuencias de un plan cultural, que tendía, como meta, a la «electrificación» de la vida. Pero los artífices de esto que hay ahora a nuestro alrededor, no somos nosotros, porque dentro de nosotros hay una insatisfacción y un ansia: un deseo nuevo. Hay un deseo de hablar desde dentro del corazón... como los poetas. Lo que tenemos de momento es, ciertamente, un materialismo; pero balbucimos ya, en cambio, una canción. El mundo actual, después de todo, empieza a hablar, «rompe a hablar» un lenguaje articulado de espíritu. Los grupos inte lectuales —en las cimas aparecen las primeras nubes, síntoma de la lluvia fertilizante... o de la tormenta —empiezan a repensar la cultura. Y para ello, sienten, hay que mirar hacia delante y hacia atrás; hay que inventar y que hacer arqueología al mismo tiempo; hay que hacer economía..., pero con la condición de hacer poesía; hay que electrificar, al par que se filosofa... o que se hace oración.
El Instituto de Estudios Giennenses tiende a la «valorización y fomento de los intereses espirituales, en general, con preferencia los que afectan a la provincia de Jaén», sin descuidar la investigación científica, entendida la ciencia no como una parcelación de la cultura: más bien como un campo generoso; nunca como un monocultivo.
El Instituto está en marcha. El Ministro de Educación le ha dado el primer impulso. Creo que si se detuviese, a todos nos incumbiría un poco de responsabilidad.
|