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Expone Rafael Zabaleta en la sala de la Dirección General de Bellas Artes. En el catálogo de la Exposición, escribe Luis Felipe Vivanco: «La pintura de Zabaleta ha estado, durante varios años, ausente de Madrid. Pero el pintor seguía más fiel que nunca a su vocación en Quesada...».
Como que el arte de Zabaleta constituye un ilustre ejemplo de la vinculación del hombre —cuando el hombre es exponente de calidades egregias— al paisaje, a su paisaje.
—Sin caer en la anécdota trivial, o superándola —nos ha dicho Zabaleta—, quiero arrancar de lo local hacia lo universal y dar fe con mi pintura, como en un testamento, del misterio, la gracia, la fuerza y la poesía de mi tierra. Para esto me ayudan en mi misión la soledad, la paciencia y los años, tres cosas muy importantes en toda labor seria.
Quesada, en la provincia de Jaén, es el pueblo nutricio de Rafael Zabaleta. Pueblo difícil, que enreda sus raíces al bronco clamor de una geografía desolada y difícil. En todos los cuadros del pintor hay, en efecto, carne de Quesada. Porque no es que Zabaleta haya nacido en este pueblo... Es que, además, Zabaleta sigue aferrado a los pechos ubérrimos de Quesada. Viajero empedernido es, ciertamente, el pintor. Camina por el ancho mundo estrenando cada día su mirada de halcón en los hombres y en las cosas. Su curiosidad —debierais de mirarle a los ojos— va rayando como un diamante la dura costra de la vida hasta encontrar ese no sé qué de ensoñación bruja que cada instante, que cada minuto encubre. Viajero, sí, no trotamundos. Con el viático preciso de su inquietud siempre a punto, de su fervor, cuyos relieves emocionales no erosiona ningún cansancio. Precisamente París es cada año, poco más o menos, la meta de su andadura. París, feria del Arte, fiesta del Arte. París, empalme de la tensión del pintor con la tensión del mundo. Y, sin embargo...
Sin embargo, cada año aproximadamente, regresa Zabaleta, exultante el ánimo, a Quesada. ¿Lleno de París? No; lleno de Quesada. Y cuando Zabaleta, lleno de Quesada, regresa de París, se pone a pintar sus cuadros quietos, de temario elemental y trascendente. Lejos de él, entonces y siempre, la melancolía de lo efímero: «lo que nunca se verá dos veces», no constituye materia estética para el pintor de Quesada. Sus motivos se impregnan, al contrario, de la constancia germinal que subyace bajo la movilidad epidérmica —histórica— del mundo, al que han atacado, en su superficie, los «sucesos». No pinta sucesos Zabaleta. ¿Nos fijamos en su cuadro «Maternidad»? Es absolutamente intemporal; parece anclada, en lo eterno, esa mujer de cuerpo blanco y de faz cetrina, casi trágica, que asume su obsesión individual en el arcano último de la especie. Toda la pululación dispersa de lo anecdótico acumula su voltaje en estos cuadros apretados de sugerencias cósmicas, en los que cada reino de la naturaleza profiere su júbilo y su queja.
Es, seguramente, esta ansia intemporal —anti-impresionista— de Zabaleta la que le mantiene unido a su tierra y le afinca a la desnuda verdad invariable, frente a la índole versátil de lo fungible, de lo episódico. Y es así como Zabaleta, en la concreción localizada de su paisaje, encuentra lo universal. Y desprende, de los conceptos, el plumaje cambiante de cada hora.
Más de una vez hemos visitado, en su pueblo, a Zabaleta. Vive en una de esas casonas, sedimentadas de sosiego, en las que el tiempo se cuaja rotundo y lento entre los muebles antiguos y los gatos sabios. Zabaleta es un hombre contenido —de clásica energía contenida—, que no concede franquías, en su modo y semblante, al gesto desmesurado. Casi no tiene gestos el pintor. Habla palabras sustantivas, plenarias, de un perfil tan neto, tan concuso, como el de las figuras de sus cuadros. Llamad, sin escrúpulo, hombre serio a Zabaleta. En su conversación también late, como de su pintura acaba de escribirse, «un expresivismo de lo construido y de lo cerrado».
—¿Es serio todo lo que se pinta ahora, Zabaleta? —hemos querido preguntarle.
—Es natural —contesta— que se tengan muy en cuenta las aportaciones hechas en pintura en lo que va de siglo, pero creo va llegando la hora de parar y hacer síntesis creadora, iniciando una nueva fase que termine con el estado actual de cosas que hace que la pintura esté al alcance de cualquiera. Aunque de todas formas es igual; el que tenga «mundo» propio lo expresará, dejando huella de su paso por la tierra...
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