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MÚSICA O RUIDO?

Juan Pasquau Guerrero

en Diario Jaén. 4 de marzo de 1970

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Erotismo, sexualidad, amor..., constituyen instintos, sen­saciones y sentimientos que tienen una afinidad; un enlace ca­pital, es decir, en la cabeza. Pero suelen enlazarse por el rabo. Sus planos, aunque no muy discernibles a simple vista, son dis­tintos. Pues bien, convendría en ocasiones peinar la maraña. Freud, que intentó aclarar algunas cosas, motivó, directamente o de rechazo, bastantes interferencias. La educación sexual es di­fícil y ahora quiere resolverse simplificándola. Es cortar el nudo gordiano. Eso es peligroso. Si antes se esquivaba el sexo al hablar del amor, hoy se esquiva el amor al hablar del sexo. Poco más o menos el profesor Roff Carballo ha formulado su denuncia. Ha dicho: «La sexualidad es concebida cada vez más como un mecanismo o como un ajuste al que se puede llegar mediante una cierta enseñanza. Esto es un grave error de nues­tra cultura, excesivamente polarizada en sentido masculino y que desconoce en la sexualidad la trascendencia de los aspectos tutelares o diatréficos a los que la mujer es mucho más sensible. Las famosas divulgaciones sexuales tan en boga, hasta en climas de elevado nivel moral, en el fondo contribuyen a esta desacralización y, sin darse cuenta de ello, fomentan la relación eró­tica apersonal».

La sexualidad es biología —o zoología si queremos ser bru­tales—, pero no es, en el hombre, pura biología o pura zoolo­gía. En el hombre la sexualidad está implicada con otros facto­res, incluso espirituales. La educación sexual perfecta es pues, bastante más complicada de lo que parece. Muchos creen ahora que la «información» es la base de la formación sexual. Pero con puros datos informativos, no se educa. Si se habla de edu­cación aquí es porque entran en juego otras consideraciones. Está claro que si el amor es un adorno provisional del sexo —un simple reclamo como la cola en el pavo real— la unión hombre­-mujer es puro accidente. Entonces, está justificado cambiar de pareja, como se cambia de la carne al pescado en una cena. Pero si el amor trae su carga espiritual al sexo, si el amor se trenza con el sexo (si forma parte de su estructura sin limitarse a ser su cobertura), entonces, la unión es lo que quiere su índole sacramental: identidad de destinos y no accesorio acoplamiento físico o fisiológico.

Pero en este tiempo de técnicas se va creyendo ya que la «técnica sexual» basta también. En algunos sectores de los lla­mados «in», es ya moda reírse del amor, del amor sentimiento. Así se explica que haya moralistas improvisados que, más o menos soterradamente, defienden la entrega mutua, como prueba o ensayo, de los contrayentes, antes del matrimonio. Se cata el producto, como el vino de un tonel, antes de decidirse a quedarse con él. Pura técnica previsora.

¿Es humano todo esto? Los mismos psicólogos saben que en el hombre el sexo está condicionado por muchos siglos de Cultura. La Cultura ha hecho del sexo algo más que pura téc­nica, y se ha servido de sus datos para edificar conceptos, como el de «el eterno femenino» —tan grato a Goethe—, que trans­mutan en sentimientos e ideas la inmediatez del mero deseo. No, no nos puede ser permitido a los hombres reírnos del amor de tal forma que la «entrega amorosa» constituya el principio del trámite y no la coronación del mismo. Es desacralizar el amor y, por ende, «desacralizar la sexualidad».

¿Argüimos con San Pablo para finalizar este trabajo? No. En este caso, basta con Rilke: «Amar no es en un principio nada que pueda significar absorberse en otro ser ni entregarse ni unirse a él prematuramente, pues, ¿qué sería una unión entre seres inacabados, faltos de luz y de libertad?».

Porque la unión sexual además, y muy por encima, de la «técnica», reclama la maduración del amor, el limpio flore­cimiento de una pasión que lejos de desdeñar las flores, aguarde jubilosamente en las flores el fruto. Cuando la educación sexual no va por este camino, sus ondas carecen de música, es decir, no hacen sino traernos un ruido más.