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«Tomar el deporte demasiado en serio, acarrea peligro de muerte». (Doctor Robert Browning).
El buen doctor londinense no se anda con chiquitas. Porque resulta, según él, que no ya el ejercicio activo del deporte, sino su sola contemplación, en el estadio e incluso en la pantalla televisiva, puede producir «strees» y enfermedades. ¿Un «córner» puede elevar la tensión sanguínea? Así cabe deducirlo de las afirmaciones de Browning. Pero entonces, ¿hasta dónde nos puede llevar la peligrosidad del «penalty»? Y no digamos nada del «gol». Inocentes de nosotros que creíamos a pie juntillas que el mayor contribuyente para la producción en gran escala del infarto de miocardio era el tabaco. ¡No, el tabaco no! ¡El gol, el gol!
¿Es por eso por lo que el consumo del gol disminuye notoriamente? Los viejos aficionados andan consternados. Cada vez los tanteos son más endebles. Recuerdan con nostalgia los ocho a uno y los cuatro a tres de antes de la guerra. Es preciso que el partido sea de fiesta y demasiado amistoso —como el celebrado recientemente entre las selecciones de Europa y América— para que el marcador funcione con la frecuencia de antaño. Salvo excepciones, los goles escasean de manera alarmante. Pero, si se hacen tanto de rogar, cuando uno viene al fin, la emoción que produce es mayor, por lo insólita. Y ahí está la cosa. No porque haya menos goles va a haber menos síncopes. Al contrario. Al hacerse de desear, van a causar más impacto. Cuando ya no son costumbre, sube su virulencia. Quien sabe. Llegará el día en que, sometidos como estarán los espectadores al hábito del cero a cero, la «goleada» del uno a cero se aproximará a la catástrofe. Va a haber pocos corazones que la resistan.
Es por eso —porque el gol empieza a ser un mirlo blanco— por lo que se le mima asombrosamente cuando, de tarde en tarde, se realiza. Ya el gol tiene más fotografías que la más bella «vedette». ¿Cuántos goles —cotizables o no en quinielas— se producen cada domingo? Para todos hay su fotografía en la prensa y en la televisión. Sobre todo en televisión. Ah, lo que es la televisión, no habrá gol que se queje de ella. Las «cámaras» retratan a todos los goles de la Liga, de frente, de espalda y de costado. A ritmo normal y a ritmo lento. Luego los repiten. Luego, a la medianoche del domingo, se les reproduce. Después, el lunes, vuelven a dársenos en nueva edición. ¡Vamos que ya está bien! —por si fuera poco— ¿no han observado ustedes que los medios audiovisuales han montado, como añadidura, un «espacio» que actúa de «laboratorio», laboratorio para el gol? Se estudia al milímetro, en ese espacio, en ese laboratorio, cada gol de la Liga. Se le analiza con precisión, con técnicas infalibles montadas al efecto, para ver si se encuentra en cada uno un germen de duda que haga discutible la decisión del arbitro que lo dio por válido. De la misma manera que en las clínicas modernas se estudia sin margen de error el número de glóbulos o el porcentaje de urea, no hay en los laboratorios del gol posibilidad de no ver y saber claro acerca del mismo. Porque no es el gol sólo lo que se ofrece a los televisores. Ya que el «gol» es en cierto modo —y que nos perdone Ortega y Gasset— un «yo» con su «circunstancia». Y todas las circunstancias antecedentes, consecuentes y concomitantes se investigan y luego se hacen públicas en el espacio televisivo de marras.
Los deportes son cosa estupenda. De por sí, constituyen «juegos», maniobras o actividades de diversión. Siempre se dijo, «jugar» al fútbol, o «jugar» al tenis. Sin embargo, lo que sucede es que ya nadie los toma de verdad como juegos. Los toma demasiado en serio. Y es esto lo que denuncia el doctor Browning. Muchísimos hombres ponen en el fútbol la pasión que no saben poner en un ideario, en una creencia, en un amor. A esta malversación de los afanes y de la emotividad de las gentes, responde el «mimo» que los medios de publicidad hacen a los deportes. ¡Cuántas cosas nobles empiezan a ser tomadas a chunga por la gente! Pero el gol, no. Al gol va a haber que tratarle de usía. Tendremos que quitarnos el sombrero cuando lo veamos aunque sea en el cine. Me parece que los «signos de los tiempos» —a los que dicen que hay que estar sumamente atentos- nos imperan esta nueva devoción cuando tantas devociones se quedan anticuadas. Ustedes lo saben como yo: hay hombres que afectan estar de vuelta de todo, hombres que para todo tienen una risita. Pues bien; pongan ustedes a esos hombres ante el gol y a lo mejor se les escapa una lágrima o una palabrota así de gorda, según se trate. Según lo haya conseguido su equipo favorito o el contrario.
¡Atención al gol! ¡Cuidado! El doctor Browning, londinense de pro, cree que es peligroso para el corazón. El que suscribe entiende que, también, mimo tras mimo, fotografía tras fotografía, el gol puede llegar a constituir una amenaza para el coeficiente mental de los espectadores.
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