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Las estrofas pueden ser distintas; pero el ritornelo es siempre, claro, el mismo. Vuelve la feria, como un estribillo.
En otros sitios el verano se hace otoño sin sentir, sin ruido. Pero en Úbeda quema pólvora antes de marcharse. ¡San Miguel! El verano ubetense mansurronea todo el mes de septiembre, se mantiene en el poder holgadamente, aun pasada la fecha oficial de su periclitación. Y espera para irse a la señal del trueno gordo de los fuegos artificiales de la noche de San Francisco. Se rompen, se tronchan entonces todas las estrofas estivales. Cada año, la estrofa estival es distinta. Lo que varía, insistimos, es el estribillo:el ritornelo epilogal de la feria, pues enhebra nuestra infancia —estrofa ingenua de aquellos veranos ¡tan largos!, sin escuela—, con nuestra adolescencia —estrofa azul, toda color, sin palabras— con nuestra madurez—estrofa maciza, toda palabras, sin música.
No; no puede mirarse a la feria con ojos cansados. ¿Qué puede verse, entonces de la feria? No puede cantarse el ritornelo de la feria con una voz usada. Si no se limpia la mirada —hasta que parezca nuestra mirada la mirada de un niño— y si no se desollina la voz hasta descubrir su metal virginal, su timbre primero, en vano la feria desplegará su sonrisa pintada. Porque es eso: si nos damos cuenta de que la sonrisa de la feria está copiada de la sonrisa del año anterior, si ni la feria ríe de veras ni nosotros tampoco...
Afortunadamente el hombre envejece menos que la feria, y su manantial de optimismo es inextinguible. Por eso, henos aquí preparando una feria repetida con la misma ilusión que prepararíamos la feria infinita...; con el mismo esmero. No es por tanto que la feria galvaniza una dormida alegría, ¡qué va! Es, al contrario, que nuestra alegría está bien despierta y bien joven se pone a zarandear a la tradición provecta que se moría en su rincón. Y cada estrofa vital —la que éste y aquél y esotro llevan dentro— se ponen a aupar al pobre ritornelo, al pobre estribillo exangüe de la feria. Es un artificio de que usamos, al fin y al cabo, para lograr que la vida aparezca como una continuidad: Repetir un mismo verso «de toda la vida» —la costumbre— cuando se advierte que cada época, o cada año, o cada hora, reclaman su «vida particular». La costumbre es... un servicio de policía contra el instinto aventurero, y algo maleante, del tiempo. Cada moda, y cada modo, y cada revolución, sale a los caminos de la historia con su trabuco cargado. Si no fuera por la «vigilancia» de la costumbre, de las tradiciones...
¿Pregón de ferias? Lo mejor será que venga un niño... A vez qué niño quiere poner un predicado nuevo a ese sujeto. A ver una voz que no esté usada. A ver una mirada que no puede cansarse. A ver quien es capaz de convocar a la feria sin la añagaza de los tópicos de siempre. A ver quién zarandea a la feria esa...
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