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El árbitro ha señalado fuera de juego y Rolando protesta:
—Pero hombre, ¿cuándo va a evolucionar esto? Desde setenta años que tenemos fútbol, seguimos con esta superstición. Es la superstición del centímetro. Basta un centímetro más o menos para cortar una bonita jugada.
Rolando es progresista. ¿Quién ha chutado? Acaba de dar un chupinazo el futbolista Pablo y Rolando exclama:
—Creo sinceramente que hay que desmitificar el «chut» desde fuera del área. Eso es un «chut» de casualidad; ¿no es puro espectáculo? No sirve eso.
Continúa el partido y el arbitro amonesta a un jugador:
—Esta es otra, comenta Rolando en voz alta queriendo que le oigan. ¡Esta es otra!, alza la voz indignado. He ahí el arbitro, representante histórico, tradicional, caduco, de la censura, del autoritarismo, del castigo, de la sanción. ¿No te das cuenta de que vivimos en el siglo XX y que cualquier reminiscencia inquisitorial huele a vejuna ya... ovejuna? ¿Por qué el arbitro va a la caza de «penaltyes», de «córners» y de «offsides», como el Tribunal del Santo Oficio iba a la caza de herejías y de brujas? ¿No estaría mejor, no sería mucho más noble, más de acuerdo con los «derechos de la persona», responsabilizar a cada jugador de su jugada, de su puntapié y de su gesto? No me lo negarás: mientras existan arbitros, habrá escándalos en los campos de fútbol.
Continuaba el juego con alternativas diversas. Tardó bastante en producirse el primer gol, pero cuando vino Rolando aprovechó para otra perorata. Yo le oía cortés y atento.
—Oye —me dice— ¿qué opinas del gol? ¿No crees que debiera modificarse su concepto? Todos los buenos aficionados estáis empecinados en una ortodoxia inoperante, anquilosada, estúpida. Habéis hecho del gol un dogma y no admitís una formulación distinta. No admitís que un balonazo que da en el poste sea también gol. ¡Con lo que se animarían los partidos concediendo gol a los balonazos en el «palo»! También creéis que todo gol que se mete con la mano no es válido. Es no respetar la conciencia del delantero centro. Porque si un jugador mete un gol con la mano y asegura que su intención —su recta intención—, no era tocarlo con los dedos y que fue el balón que le tocó a él..., si el delantero centro, que es mayor de edad, asegura esto, ¿qué derecho tenemos a no creerlo?
Le contesté que cuando respetamos la conciencia, la mano y las intenciones de todos los delanteros centro del mundo, sin la menor réplica y sin la más mínima duda y sin ninguna reserva, pues entonces, los goles metidos con la mano iban a abundar como los higos en la higuera y como las bellotas en las encinas; pero Rolando que es un progresista que quiere que a todo el mundo se le respete la opinión, empieza por no oir por un instante las razones de su interlocutor.
Así es que los veintidós futbolistas proseguían de acá para allá, unas veces con ahínco, otras con desgana.
—¡Inmovilismo! ¡Inmovilismo!, gritaba Rolando. Ya está bien lo de seguir las reglas y tradiciones de siempre. Esto del fútbol hay decididamente que revolucionarlo. El más imbécil se da cuenta de que dos tiempos de cuarenta y cinco minutos, constituyen una salvajada, un atentado a la integridad física de los futbolistas. Con diez tiempos de diez minutos, con intervalos frecuentes de descanso, los jugadores estarían en todo momento más descansados y buscarían el gol con más entusiasmo. Y habría tiempo para tomarse un chupito todos los espectadores cada diez minutos. Pero los dos tiempos de cuarenta y cinco no se les hubieran ocurrido ni a los organizadores de los espectáculos del circo romano. ¡Qué brutos! Pero claro: los ortodoxos del deporte creéis que vuestro ritual y vuestra liturgia siga en 1974, igual que en 1904. Las mismas vestimentas en los competidores, la misma idiotez del saque inicial, la misma vestidura de luto en el arbitro e igual incluso la grada de los espectadores, siempre dura e incómoda. ¿Por qué no hay butacones en la preferencia y sillas de gutapercha en la general? Hay que ir con los «signos de los tiempos», amiguito.
—Vaya un conservadurismo —exclama Rolando un minuto después—. ¿Has visto cómo ha manejado la pierna izquierda Lopito II, para driblar a su contrario? Ha hecho lo mismo que hace cuarenta años hacía Samitier. Muy bonito, pero eso ya lo hizo Samitier. Hay que inventar «fintas» nuevas y «dribling» distintos. Hay que renovarse.
—Vaya un triunfalismo. ¡Esto ya raya en lo «constatiniano» hombre! ¿Has observado? —sigue diciendo Rolando, ante una bonita jugada. ¿Por qué aplaude la gente tanto? La gente viene al fútbol a ovacionar las bonitas jugadas como si todo lo bueno fuera esto, como si no fuese el porvenir quien nos va a traer el gran fútbol, el nuevo fútbol desvinculado de estos doctrinarios arcaicos bebidos entre nosotros en la fuente de ese santón reaccionario que se llama Escarín. Hay que desenfeudar el deporte.
—¿Qué hay qué hacer?, ¡leña!
—¡Ah, pues hay que hacerlo todo, modificarlo todo! Hay que plasmar el nuevo gol, el nuevo córner, la nueva portería, las nuevas camisetas de los jugadores, las nuevas dimensiones del campo, los nuevos tiempos del encuentro, los nuevos espectadopres, los nuevos aplausos y el nuevo marcador.
—¿El nuevo balón también?
—También, hombre, también. ¿No sabes que la artesanía del cuero arranca de los árabes? Hora es ya del inédito material para el balón evolucionado. Desmitificar, secularizar, ecumenizar, liberar, promocionar a la afición, conseguir unas nuevas «estructuras» con sistemas de puntuación inéditos para la Nueva Liga. ¡Progresar, hombre, progresar! Y si no, morir y no lo olvides: participación. El público debe ratificar en referéndum al efecto los resultados de los partidos.
Así habló Rolando. Yo me temo que las ideas de Rolando van a tener escasísimo éxito entre los aficionados al fútbol. Lo que me extraña sobremanera es que los mismos argumentos de Rolando, poco más o menos, aplicados a cuestiones mucho más serias que el deporte, empiezan a tener una universal aceptación en gente que no parece tonta.
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